miércoles, 1 de junio de 2011

Relato corto: El primer cambio

Esta vez os traigo un pequeño relato, os dejo a vosotros juzgar si lo aquí explicado es fruto de una febril imaginación o si es un breve extracto de mi pasado, escondido en un recóndito rincón de mi memoria...


   Han pasado siete años desde mi último cambio. Temo el día en el que vuelva a suceder, pues no creo que la próxima vez me conforme con simple chatarra y escombros tras de mi. Realmente fue una suerte que nadie me viera aquella fatídica noche de desenfreno y destrucción, pero la absoluta falta de control hace que sea altamente improbable que eso se repita, de volver a suceder. Los recuerdos de aquellos instantes han quedado grabados a fuego en mi memoria. Lo he intentado por todos los medios y no he logrado deshacerme de ellos.
   Recuerdo con claridad como la ira nublaba mi juicio, y veía  extenderse ante mí un extraño velo carmesí. Era como un manto de sangre que envolvía el mundo a mi alrededor. Mi corazón palpitaba con una fuerza y una frecuencia que habrían matado a cualquier persona corriente. Notaba como la sangre, bombeada con violencia, recorría cada uno de mis músculos, los cuales se tensaban con suma facilidad otorgándome una fuerza y una velocidad que incluso ahora me son difíciles de describir.
   Sentía la imperiosa necesidad de destruirlo todo a mi paso y una desquiciante sensación de hambre alertaba mis sentidos, los cuales me inundaban con innumerables sensaciones. Recuerdo que por un instante me paré y me erguí cuanto pude e intenté captar lo posible del entorno a mi alrededor. Fue entonces, habiendo aislado el incesante retumbar de mi corazón, cuando llegaron a mí, extraños e ininteligibles sonidos lejanos, provenientes de diversos rincones de la ciudad. Olfateé incontables olores, tantos más de los que jamás imaginé que existieran. Y fue en aquel preciso instante cuando la olí. Y si quedaba algo de auto-control en mi, aquel olor a carne lo disipó por completo.
   Arranqué a correr, y aunque resulte extraño, empecé a usar los brazos instintivamente, para impulsarme y avanzar así con mayor velocidad. Aún hoy puedo oír en mi memoria aquel extraño y gutural sonido, proveniente de mis entrañas. Según avanzaba destrozaba con increíble facilidad todo cuanto se interponía en mi camino. Con ambos brazos partía, despedazaba y trituraba todo aquello en lo que posaba la vista. Mi instinto me decía que debía alimentarme, y mi cuerpo no hacía más que seguir el abrumador e imperante objetivo.
   En aquel momento oí algo que no he vuelto a oír en años. Y su sonido me paralizó completamente. Era un llamamiento que no podía ser desatendido, superior incluso a mis instintos de supervivencia o destrucción. Volví velozmente a lo que un día fue mi hogar. En ese momento, en mi guarida, fue donde se apagaron mis recuerdos en lo que concierne a aquella tremebunda noche de mi primer y último cambio.
   Para mi son razones más que suficientes como para temer que vuelva a ocurrir. Es algo altamente peligroso, sobretodo para quienes me rodean. Ciertamente, es un gran riesgo. Porque no hay nadie, que se sepa, que haya visto a un licántropo y haya vivido para contarlo. De hecho, los pocos que han sobrevivido han sido incapaces de mantener su cordura. Por otra parte, yo soy diferente. Al menos, quiero pensar que así es. No estoy dispuesto a perder de nuevo el control. No quiero volver a verme envuelto en la piel de la bestia. No volveré a sucumbir al ansia de sangre, ni volveré a caer en aquella espiral de destrucción desenfrenada. Ya viví macabras experiencias asistiendo al cambio de compañeros de mi antigua manada. No quiero volver a ser partícipe. He vivido experiencias que harían enloquecer a cualquier mente humana mínimamente racional. Yo, por desgracia, perdí mi humanidad años atrás, y para mi hace ya mucho que la parte racional comenzó a ser devorada por el lado animal. Espero no vivir lo suficiente para recordar con extremo dolor, la muerte de mis seres queridos a manos de la bestia que habita en mi interior.
   Solo hay una cosa que añoro extrañamente de aquella noche funesta. Aquel llamamiento que acabó con el torrente de emociones. Aún hoy se me eriza la piel cada vez que evoco en mi mente el dulce sonido del aullido de mi manada.