Artemis se
encontraba al borde del desmayo cuando los drones se le echaron encima. En
cuestión de segundos, tejieron una red en forma de tela de araña mientras se
preparaban para envolverla y capturarla.
De repente, los dos Persecutores se giraron
en dirección a Atropos, en la mente del cual, se había disparado una alarma.
-¿Señor, me oye? –Sonó una voz en su cabeza.
-¿Reeves, que coño pasa? –Preguntó Atropos
mentalmente.
-Creo que han hackeado a los Persecutores. Te
tienen fijado como objetivo prioritario. Los drones tampoco responden –añadió.
De pronto, los Persecutores comenzaron a
disparar sus cañones de plasma, mucho más potentes que los de los Mekas
estándar. Atropos reaccionó con una inusitada rapidez, y una vez más
extendiendo sus manos, bloqueando los ataques con su escudo.
Los drones, soltando la red que habían tejido
para contener a Artemis, se dispusieron a atacar al híbrido también. Quién uno
tras otro, iba repeliendo todos los ataques de sus propias tropas.
Al igual que los magos, los híbridos tenían
unas reservas de energía para mantener sus escudos activos, y Atropos sabía que
a ese ritmo no durarían mucho más.
Mientras, Artemis aprovechó la distracción
para buscar una vía de escape. Se fijó que a ras de suelo había un chico, no
mayor de diecisiete años, montado en un aerodeslizador que viajaba a la par
quel aerobús. También apreció que aquel chico la miraba con cierta admiración.
No se lo pensó dos veces. La joven hechicera
saltó sobre el aerodeslizador escapando así de sus captores.
-Gracias por ayudarme –dijo Artemis.
-Siempre estoy dispuesto a salvar a una dama
en apuros –contestó él. –Por cierto, mi nombre es Arthur.
-Yo soy Artemis.
-Mucho gusto Artemis. Siempre he querido
conocer a una maga.
-No soy una maga, soy una hechicera –replicó
la joven. –Cuando estemos a salvo te explicaré con más detalle las diferencias.
Ahora por favor, llévame a un lugar seguro, te lo ruego. Te pagaré bien si me
ayudas a escapar y me ofreces asilo.
De pronto, en la retina del joven empezaron a
aparecer flechas verdes en el suelo indicándole el camino a seguir.
-Qué
extraño –pensó él. –No tengo ninguna ruta prestablecida.
En pocos minutos
llegaron a lo que a simple vista parecía un callejón sin salida. Aunque en la
mente de Arthur, las flechas verdes atravesaban la pared.
-Un holograma –dijo. –No te asustes Artemis,
vamos a traspasar la pared.
-¿Pero cómo…? –La joven dejó la frase a
medias.
Tras atravesar el
muro, se encontraban en una sala de enormes proporciones, donde reinaban las
tinieblas.
-Bienvenidos –dijo una voz femenina y
sensual. –En breve vendrá vuestro anfitrión.
La sala comenzó a iluminarse de modo gradual.
Se hallaban en una sala circular, donde encontraron varías estanterías con libros,
cosa que a Arthur le sorprendió, puesto que hacía ya mucho tiempo que los
libros habían dejado de fabricarse. Quien quiera que fuese el que ahí vivía,
debía ser muy viejo. También habían varias sillas suspendidas en el aire y un
aparentemente cómodo sofá que se encontraba en un extremo de la habitación. En
el centro de la sala, un pasillo poco iluminado dejaba entrever más salas
contiguas, aunque las puertas estaban cerradas a simple vista.
Tan solo llevaban en la estancia dos minutos
escasos cuando, surgidas de las sombras aparecieron dos figuras ante ellos. Una
de ellas tenía el aspecto de un hombre joven, de unos veintitantos años, la
otra no parecía humana. Artemis y Arthur se miraron mutuamente con
desconcierto. Era un droide, pero sus similitudes con un humano eran notables.
-Buenos días –dijo el hombre. –Supongo que estaréis
algo confusos con todo lo sucedido, me equivoco?
Un extraño silencio invadió la amplia sala.
Artemis tenía varias preguntas que se amontonaban en su mente queriendo salir.
Arthur intentó comunicarse mentalmente con el hombre, pero fue en vano.
Quienquiera que fuese no era un híbrido, pero tampoco parecía un simple humano.
-Me llamo John, y como supongo habrás
deducido, no soy exactamente un híbrido, aunque, por otra parte, tampoco soy un
mero humano. Soy consciente de que tenéis muchas preguntas. Aguardad, pronto
llegarán las respuestas, pero antes, quiero presentaros una de mis creaciones.
Su nombre es Ethan, y es una Inteligencia Artificial con emociones –. Dejó que
asimilaran sus palabras.
-¡Pero como has podido! –salto repentinamente
Arthur. -Sabes que está prohibido crear una inteligencia artificial con
emociones. Según ha demostrado la historia, la última vez que se creó una IA
emocional, nos condujo a una guerra contra las máquinas.
-Guerra que por suerte ganasteis –sentenció el
hombre misterioso.
-Así es –afirmó Arthur, que se removía en su
asiento, mirando con desconfianza a Ethan.
-Podéis estar tranquilos –dijo Ethan. –Mi maestro
y creador me ha hecho pasar algo parecido a lo que vosotros llamáis Stasis, y
tengo en alta estima la vida y protección de la vida humana. Aunque por otra
parte, sigo las ordenes de mi creador a rajatabla. Si tuviera que matar por él,
lo haría sin dudarlo.
Las palabras dejaron a Arthur helado. Hacía
años que el miedo le había abandonado, pero la creación que tenía ante él le
provocaba pavor. Creía saber que no eran enemigos, pero indudablemente le
infundían un hondo respeto, y en cierto sentido, admiración.
-Como tú Arthur, nací híbrido –dijo John. –y también
pase por la Stasis, aunque cuando cumplí los veinticinco años me deshice de mis
implantes neuronales y destruí los nanorobots de mi cuerpo. Conservo la
modificación genética con la que nací, pero me he librado de mis ataduras
respecto a D3LTA.
-Cómo sabes mi nombre? –replicó Arthur.
-Del mismo modo que sé el nombre de nuestra
invitada. Artemis, es un honor conocerte personalmente. Me enorgullece afirmar
que he disfrutado viéndote en acción. Para ser una mera hechicera tienes muchos
recursos, y has sabido bien ocultarte en la ciudad. Pero nadie escapa de mi.
Soy el que todo lo ve.
-Tú hackeaste mis implantes, admítelo –dijo enérgicamente
Arthur. –Cómo lo hiciste?
-Fue fácil –replicó John –Ahora entenderás un
poco mejor, por qué me deshice de los míos, no es cierto?
Se produjo una pausa, mientras John ponía en
orden sus ideas.
-Veréis, lo cierto es que todo habitante de
D3LTA está en peligro. No puedo contaros los motivos, pero lo cierto es que
creo que el consejo de la ciudad está planeando algo maquiavélico. Creo que la
nueva actualización de software neuronal es una artimaña para convertir a los
híbridos de la ciudad en meras marionetas a su voluntad.
-¿Cómo sabes todo eso? –dijo Artemis.
-Insisto –dijo John. –Soy el ojo que todo lo
ve. Y del mismo modo sé que estás buscando el Códice Arcano. Fuente de
sabiduría de los de tu raza. Me equivoco hechicera?
Artemis se quedó petrificada. ¿Cómo podía
saberlo? Con todas las precauciones que había tomado y a pesar de todo, ante
ella tenía a un hombre que parecía saber mucho más de lo que expresaban sus
labios.
-Creo que una mano en la sombra está
maquinando esclavizar a toda nuestra raza, a la par que extermina a todo el
pueblo libre, los magos.
-¿Que quieres decir con eso? –inquirió Arthur.
-Pues es muy simple mi joven amigo. Opino que
los cuatro, y creedme cuando digo los cuatro, debemos salir de la ciudad de
inmediato. Y debemos dirigirnos a tu ciudad natal, Artemis. Cuando lleguemos,
os recompensaré con más respuestas. Pero antes debo hablar con vuestros magos
de más alto rango. Me ayudaréis?
-Por mi perfecto –contestó Artemis. –De todos
modos, era lo que quería hacer desde un buen principio, con que…
-¿Ya has renunciado a conseguir el Códice? –la
interrumpió John.
-Llevo tres años en esta ciudad buscándolo, y
tan solo he encontrado un vago rastro relacionado con algo llamado proyecto
Edén. Pero salvo eso, no se nada más.
-Edén…-murmuró Arthur. –Llevas tres años
viviendo aquí y no sabes lo que es?
-Me he pasado casi todo el tiempo huyendo de
los híbridos, viviendo en los suburbios y trabajando en las minas. Crees que
tengo pinta de saber lo que es? –Preguntó inquisitivamente la joven.
-Edén… –hablo la voz melódica de Ethan. –Lugar
de reposo de los que abandonan esta vida, es decir, el siguiente paso tras esta
existencia, algo que me está vetado por mi condición de androide. Consiste en
una Inteligencia Artificial que almacena los datos neuronales de los que
fallecen y los guarda en su disco duro, donde una copia de los fallecidos
permanece, viviendo en un mundo virtual, idílico y paradisíaco. Es como la
Stasis, pero más parecido al cielo que al infierno.
-¿Y que tiene que ver eso con el Códice
Arcano? –preguntó Artemis.
-Es muy simple –contestó John. –Nuestra tecnología,
tiene sus fundamentos en el dominio de la magia, tal y como vosotros la
conocéis. Y dicho Códice, contiene poderosos hechizos de magia Arcana con la
que se puede alterar el tejido de la propia realidad. De hecho, muchos de
nuestros avances tecnológicos han sido posibles, gracias a ese tomo. Pero mi
intuición me dice que algo falla en Edén. Para empezar, es altamente probable
que a pesar de nuestros avances, falte capacidad para albergar todas las “almas”
que van a parar allí. Y deduzco por ello, que necesitan el tomo para poder
plegar el espacio-tiempo para poder así ampliar de forma considerable la
capacidad de almacenamiento de sus discos duros. No obstante, lo que me tiene
realmente preocupado es que hace tiempo que no se realiza ninguna reunión del
consejo supremo de D3LTA. Lo que me hace suponer que quien nos gobierna es la
mano negra de la que os hablaba antes. Por ese motivo necesito hablar con los
magos. La guerra entre nuestras civilizaciones se me antoja inminente. Y creo
que en todo caso, las respuestas a mis preguntas las encontraré allí, pues mis
ojos no pueden ver más allá de ésta ciudad.
-¿Cuando partimos? –preguntó Arthur con
entusiasmo.
-Esta misma noche –sentencío John. –Por ahora,
descansa, mi joven hechicera, necesitas reponer fuerzas, ha sido una dura
batalla. Y por favor, discúlpame que haya tardado tanto en piratear a los
Mekas, pero quería ver de lo que eras capaz. Y he de decir que me has
impresionado gratamente. Arthur, si me acompañas, me gustaría revisar tu software
neural, solo por seguridad.
-Si no hay más remedio…
Y el día pasó, sin
mayores incidentes. Artemis dormía en una cómoda cama de plumas en una de las
estancias de aquel extraño lugar. Ajena a los experimentos de John con Arthur,
quien se pasó la tarde explorando los recovecos de la mente del chico.
-Definitivamente mi madre, me mata –aseguró
Arthur apesadumbrado.