sábado, 14 de octubre de 2017

Capítulo 6 de mi libro

Artemis se encontraba al borde del desmayo cuando los drones se le echaron encima. En cuestión de segundos, tejieron una red en forma de tela de araña mientras se preparaban para envolverla y capturarla.
  De repente, los dos Persecutores se giraron en dirección a Atropos, en la mente del cual, se había disparado una alarma.
  -¿Señor, me oye? –Sonó una voz en su cabeza.
  -¿Reeves, que coño pasa? –Preguntó Atropos mentalmente.
  -Creo que han hackeado a los Persecutores. Te tienen fijado como objetivo prioritario. Los drones tampoco responden –añadió.
  De pronto, los Persecutores comenzaron a disparar sus cañones de plasma, mucho más potentes que los de los Mekas estándar. Atropos reaccionó con una inusitada rapidez, y una vez más extendiendo sus manos, bloqueando los ataques con su escudo.
  Los drones, soltando la red que habían tejido para contener a Artemis, se dispusieron a atacar al híbrido también. Quién uno tras otro, iba repeliendo todos los ataques de sus propias tropas.
  Al igual que los magos, los híbridos tenían unas reservas de energía para mantener sus escudos activos, y Atropos sabía que a ese ritmo no durarían mucho más.
  Mientras, Artemis aprovechó la distracción para buscar una vía de escape. Se fijó que a ras de suelo había un chico, no mayor de diecisiete años, montado en un aerodeslizador que viajaba a la par quel aerobús. También apreció que aquel chico la miraba con cierta admiración.
  No se lo pensó dos veces. La joven hechicera saltó sobre el aerodeslizador escapando así de sus captores.
  -Gracias por ayudarme –dijo Artemis.
  -Siempre estoy dispuesto a salvar a una dama en apuros –contestó él. –Por cierto, mi nombre es Arthur.
  -Yo soy Artemis.
  -Mucho gusto Artemis. Siempre he querido conocer a una maga.
  -No soy una maga, soy una hechicera –replicó la joven. –Cuando estemos a salvo te explicaré con más detalle las diferencias. Ahora por favor, llévame a un lugar seguro, te lo ruego. Te pagaré bien si me ayudas a escapar y me ofreces asilo.
  De pronto, en la retina del joven empezaron a aparecer flechas verdes en el suelo indicándole el camino a seguir.
  -Qué extraño –pensó él. –No tengo ninguna ruta prestablecida.
En pocos minutos llegaron a lo que a simple vista parecía un callejón sin salida. Aunque en la mente de Arthur, las flechas verdes atravesaban la pared.
  -Un holograma –dijo. –No te asustes Artemis, vamos a traspasar la pared.
  -¿Pero cómo…? –La joven dejó la frase a medias.
Tras atravesar el muro, se encontraban en una sala de enormes proporciones, donde reinaban las tinieblas.
  -Bienvenidos –dijo una voz femenina y sensual. –En breve vendrá vuestro anfitrión.
  La sala comenzó a iluminarse de modo gradual. Se hallaban en una sala circular, donde encontraron varías estanterías con libros, cosa que a Arthur le sorprendió, puesto que hacía ya mucho tiempo que los libros habían dejado de fabricarse. Quien quiera que fuese el que ahí vivía, debía ser muy viejo. También habían varias sillas suspendidas en el aire y un aparentemente cómodo sofá que se encontraba en un extremo de la habitación. En el centro de la sala, un pasillo poco iluminado dejaba entrever más salas contiguas, aunque las puertas estaban cerradas a simple vista.
  Tan solo llevaban en la estancia dos minutos escasos cuando, surgidas de las sombras aparecieron dos figuras ante ellos. Una de ellas tenía el aspecto de un hombre joven, de unos veintitantos años, la otra no parecía humana. Artemis y Arthur se miraron mutuamente con desconcierto. Era un droide, pero sus similitudes con un humano eran notables.
  -Buenos días –dijo el hombre. –Supongo que estaréis algo confusos con todo lo sucedido, me equivoco?
  Un extraño silencio invadió la amplia sala. Artemis tenía varias preguntas que se amontonaban en su mente queriendo salir. Arthur intentó comunicarse mentalmente con el hombre, pero fue en vano. Quienquiera que fuese no era un híbrido, pero tampoco parecía un simple humano.
  -Me llamo John, y como supongo habrás deducido, no soy exactamente un híbrido, aunque, por otra parte, tampoco soy un mero humano. Soy consciente de que tenéis muchas preguntas. Aguardad, pronto llegarán las respuestas, pero antes, quiero presentaros una de mis creaciones. Su nombre es Ethan, y es una Inteligencia Artificial con emociones –. Dejó que asimilaran sus palabras.
  -¡Pero como has podido! –salto repentinamente Arthur. -Sabes que está prohibido crear una inteligencia artificial con emociones. Según ha demostrado la historia, la última vez que se creó una IA emocional, nos condujo a una guerra contra las máquinas.
  -Guerra que por suerte ganasteis –sentenció el hombre misterioso.
  -Así es –afirmó Arthur, que se removía en su asiento, mirando con desconfianza a Ethan.
  -Podéis estar tranquilos –dijo Ethan. –Mi maestro y creador me ha hecho pasar algo parecido a lo que vosotros llamáis Stasis, y tengo en alta estima la vida y protección de la vida humana. Aunque por otra parte, sigo las ordenes de mi creador a rajatabla. Si tuviera que matar por él, lo haría sin dudarlo.
  Las palabras dejaron a Arthur helado. Hacía años que el miedo le había abandonado, pero la creación que tenía ante él le provocaba pavor. Creía saber que no eran enemigos, pero indudablemente le infundían un hondo respeto, y en cierto sentido, admiración.
  -Como tú Arthur, nací híbrido –dijo John. –y también pase por la Stasis, aunque cuando cumplí los veinticinco años me deshice de mis implantes neuronales y destruí los nanorobots de mi cuerpo. Conservo la modificación genética con la que nací, pero me he librado de mis ataduras respecto a D3LTA.
  -Cómo sabes mi nombre? –replicó Arthur.
  -Del mismo modo que sé el nombre de nuestra invitada. Artemis, es un honor conocerte personalmente. Me enorgullece afirmar que he disfrutado viéndote en acción. Para ser una mera hechicera tienes muchos recursos, y has sabido bien ocultarte en la ciudad. Pero nadie escapa de mi. Soy el que todo lo ve.
  -Tú hackeaste mis implantes, admítelo –dijo enérgicamente Arthur. –Cómo lo hiciste?
  -Fue fácil –replicó John –Ahora entenderás un poco mejor, por qué me deshice de los míos, no es cierto?
  Se produjo una pausa, mientras John ponía en orden sus ideas.
  -Veréis, lo cierto es que todo habitante de D3LTA está en peligro. No puedo contaros los motivos, pero lo cierto es que creo que el consejo de la ciudad está planeando algo maquiavélico. Creo que la nueva actualización de software neuronal es una artimaña para convertir a los híbridos de la ciudad en meras marionetas a su voluntad.
  -¿Cómo sabes todo eso? –dijo Artemis.
  -Insisto –dijo John. –Soy el ojo que todo lo ve. Y del mismo modo sé que estás buscando el Códice Arcano. Fuente de sabiduría de los de tu raza. Me equivoco hechicera?
  Artemis se quedó petrificada. ¿Cómo podía saberlo? Con todas las precauciones que había tomado y a pesar de todo, ante ella tenía a un hombre que parecía saber mucho más de lo que expresaban sus labios.
  -Creo que una mano en la sombra está maquinando esclavizar a toda nuestra raza, a la par que extermina a todo el pueblo libre, los magos.
  -¿Que quieres decir con eso? –inquirió Arthur.
  -Pues es muy simple mi joven amigo. Opino que los cuatro, y creedme cuando digo los cuatro, debemos salir de la ciudad de inmediato. Y debemos dirigirnos a tu ciudad natal, Artemis. Cuando lleguemos, os recompensaré con más respuestas. Pero antes debo hablar con vuestros magos de más alto rango. Me ayudaréis?
  -Por mi perfecto –contestó Artemis. –De todos modos, era lo que quería hacer desde un buen principio, con que…
  -¿Ya has renunciado a conseguir el Códice? –la interrumpió John.
  -Llevo tres años en esta ciudad buscándolo, y tan solo he encontrado un vago rastro relacionado con algo llamado proyecto Edén. Pero salvo eso, no se nada más.
  -Edén…-murmuró Arthur. –Llevas tres años viviendo aquí y no sabes lo que es?
  -Me he pasado casi todo el tiempo huyendo de los híbridos, viviendo en los suburbios y trabajando en las minas. Crees que tengo pinta de saber lo que es? –Preguntó inquisitivamente la joven.
  -Edén… –hablo la voz melódica de Ethan. –Lugar de reposo de los que abandonan esta vida, es decir, el siguiente paso tras esta existencia, algo que me está vetado por mi condición de androide. Consiste en una Inteligencia Artificial que almacena los datos neuronales de los que fallecen y los guarda en su disco duro, donde una copia de los fallecidos permanece, viviendo en un mundo virtual, idílico y paradisíaco. Es como la Stasis, pero más parecido al cielo que al infierno.
  -¿Y que tiene que ver eso con el Códice Arcano? –preguntó Artemis.
  -Es muy simple –contestó John. –Nuestra tecnología, tiene sus fundamentos en el dominio de la magia, tal y como vosotros la conocéis. Y dicho Códice, contiene poderosos hechizos de magia Arcana con la que se puede alterar el tejido de la propia realidad. De hecho, muchos de nuestros avances tecnológicos han sido posibles, gracias a ese tomo. Pero mi intuición me dice que algo falla en Edén. Para empezar, es altamente probable que a pesar de nuestros avances, falte capacidad para albergar todas las “almas” que van a parar allí. Y deduzco por ello, que necesitan el tomo para poder plegar el espacio-tiempo para poder así ampliar de forma considerable la capacidad de almacenamiento de sus discos duros. No obstante, lo que me tiene realmente preocupado es que hace tiempo que no se realiza ninguna reunión del consejo supremo de D3LTA. Lo que me hace suponer que quien nos gobierna es la mano negra de la que os hablaba antes. Por ese motivo necesito hablar con los magos. La guerra entre nuestras civilizaciones se me antoja inminente. Y creo que en todo caso, las respuestas a mis preguntas las encontraré allí, pues mis ojos no pueden ver más allá de ésta ciudad.
  -¿Cuando partimos? –preguntó Arthur con entusiasmo.
  -Esta misma noche –sentencío John. –Por ahora, descansa, mi joven hechicera, necesitas reponer fuerzas, ha sido una dura batalla. Y por favor, discúlpame que haya tardado tanto en piratear a los Mekas, pero quería ver de lo que eras capaz. Y he de decir que me has impresionado gratamente. Arthur, si me acompañas, me gustaría revisar tu software neural, solo por seguridad.
  -Si no hay más remedio…
Y el día pasó, sin mayores incidentes. Artemis dormía en una cómoda cama de plumas en una de las estancias de aquel extraño lugar. Ajena a los experimentos de John con Arthur, quien se pasó la tarde explorando los recovecos de la mente del chico.

  -Definitivamente mi madre, me mata –aseguró Arthur apesadumbrado.

Capítulo 5 de mi libro

Arthur se encontraba suspendido a veinticinco metros del suelo. Surcaba el cielo a toda velocidad, zigzagueando entre los edificios. Volaba tras una pequeña lanzadera desliespacial en una frenética persecución. Con los brazos extendidos, una tras otra, iba lanzando sin éxito bolas de energía, que salían de la palma de sus manos, con la intención de derribar la nave que le precedía.
  Comenzaron a salir a su paso decenas de escuadrones Meka, disparando rayos de plasma que Arthur esquivaba con gran habilidad. La primera oleada de máquinas fue derribada por diversas ráfagas oportunamente dirigidas. Varios androides pasaron de largo, para poco después reanudar la marcha tras él.
  Se vio obligado a dividir la atención. Sin perder de vista la lanzadera, echaba fugaces ojeadas sobre su hombro, a fin de esquivar los rayos que eran disparados desde detrás. Varios pasaron rozándole, emitiendo destellos al rebotar contra su escudo de energía.  Algunos alcanzaban los edificios a su paso, dejando un gran rastro de destrucción a sus espaldas.
  La nave giró bruscamente a su derecha tras pasar por una enorme torre de comunicaciones. Arthur aprovechó la ocasión para dirigir los disparos hacia su base, que estalló en pedazos con una gran explosión. Perdida la estabilidad por la detonación, la torre comenzó a inclinarse hacia el centro de la calle, que fue esquivada temerariamente por Arthrur en el último momento. La acción produjo que los Meka que iban tras él no pudieran reaccionar a tiempo, estallando al chocar frontalmente con la inmensa estructura.
  Los edificios se diluían a su alrededor debido a la velocidad, a medida que acortaba la distancia que le separaba de la nave. Volvió a lanzar otra sucesión de proyectiles que, de nuevo, la lanzadera pudo eludir sin dificultad.
  La nave giró bruscamente a la izquierda, para luego girar a la derecha y de nuevo a la izquierda. Arthur estaba ya muy cerca. Extendió ambos brazos fijando visualmente su objetivo. A esa distancia no podía fallar.
  Una vez las esferas se hubieron formado en sus manos, la lanzadera, los edificios y la propia ciudad se desdibujaron rápidamente. Se vio fugazmente transportado hacia el cielo a irreal velocidad.
  Parpadeó varias veces, con una mueca de fastidio en su semblante. Se hallaba en una habitación sin ventanas ni puertas, de un blanco impoluto. Ante él estaba su madre, con los brazos cruzados y una cara que no admitía reproche alguno.
  -Jovencito, ya va siendo hora que apagues el dichoso juego.
  -Pero, mamá…
  -Nada de peros. ¿Es que nunca te cansas? –Le interrumpió bruscamente.
De pronto, la sala se esfumo como se esfuma un sueño ligero, sin darle tiempo a mediar ninguna réplica.
  -Debes atender un recado, y nada de lucirte con el aerodeslizador, que nos conocemos. –le increpó su madre.
  -De acuerdo –contestó él. –No me entretendré más de lo necesario, tienes mi palabra.
  -Eso espero jovencito. Y a partir de ahora, tendrás que ceñirte al horario que yo determine, no pienso criar a un hijo que se pasa las horas jugando a videojuegos, desatendiendo otras actividades más provechosas en su beneficio.
  -¿Por qué no mandas al droide? –contestó Arthur. –Seguro que haría el recado más rápido que yo, y seguro que no se entretendría mirando escaparates o jugando con el aerodeslizador por las calles.
  -Necesito que negocies un buen precio jovencito –le amonestó ella. –Si envío al droide me saldría más caro que una nave orbital, y entre tus estudios y el alquiler ya tengo suficiente por el momento.
  -Está bien –cedió él. –Que necesitas madre?
  -Necesito un motor de fusión para alimentar la casa. El que tenemos no funciona bien, y el día menos pensado te quedarás atrapado en alguno de tus estúpidos videojuegos sin tan siquiera llegar a Edén. ¿Es que no aprendiste nada en el Stasis?
  -Por cuanto quieres que lo compre? –Preguntó ofuscado.
  -Dos cientos créditos. Ni uno más. Pero asegúrate de que está en buen estado, a ver si va a ser peor el remedio que la enfermedad.
  -De acuerdo. Dos cientos créditos – repitió él.
  Arthur le dio la mano a su madre para que la transferencia de dinero se realizara. En décimas de segundo, ya tenía dos cientos créditos en su cuenta personal. Y sin mediar palabra, cogió su aerodeslizador y salió a la calle con decisión. El taller de Ohland, donde pensaba encontrar el motor, se encontraba a varias calles de distancia. Calculó que tendría suficiente con veinte minutos entre ir y volver. Eso si no se entretenía.
  A medida que avanzaba, veía marcada con flechas verdes luminiscentes su ruta hasta el taller. Pero poco podía imaginar lo que encontraría por el camino.
  De pronto, una luz roja inundó su campo visual. Era un indicador de peligro. Aunque ya había sido instruido para darle la importancia que merecía, su curiosidad natural le hizo desatender las normas ante tal situación. No pensaba huir del peligro, al contrario. Pensaba dirigirse directamente hacia él. Si no andaba errado, vería algo más peligroso y emocionante que lo vivido en ninguno de sus videojuegos. Y en efecto, así fue. Siguió la indicación de peligro que tenía grabada en la retina y se encontró ante una escena que le heló la sangre. ¡Era una maga! Y estaba ahí, delante de él lanzando hechizo tras hechizo, en una encarnizada lucha contra un grupo de Mekas, dos Persecutores, cuatro drones y un agente de la SM.
  Arthur sentía fascinación por lo desconocido, y en especial, por la magia. A pesar de los intentos de adoctrinamiento por parte de sus superiores.
  Tenía diecisiete años. Por tanto, tan solo hacía diez que había salido de la Stasis. Y todavía le faltaban muchos para llegar a la mayoría de edad. A pesar de ello, lucía un cuerpo bien proporcionado, tenía una mirada curiosa y su cabello rubio desafiante ante las leyes de la gravedad se elevaba varios centímetros sobre su cabeza. Medía un metro setenta, para su edad era bastante alto, aunque en definitiva, las modificaciones genéticas que sufrían los híbridos al nacer les proporcionaban cuerpos esbeltos y musculados, así como una mente ágil y muy perspicaz. Tanto la modificación genética, como el uso de nanorobots y los chips neurales eran la base de su sociedad. Por tanto, todo ciudadano respetable poseía dichos atributos.
  Siguió el combate de cerca. Al parecer la hechicera era muy diestra tanto en defensa como en ataque. Aunque por contra, la inferioridad numérica no jugaba a su favor.
  Arthur quería ayudarla. Se sentía atraído como nunca antes había sentido por aquellas sinuosas curvas, por esa cara bonita y ese aura de poder que emanaban de la joven.

  Aunque no sabía cómo, su deber era ayudarla. Quizá fuera obra del destino, él lo desconocía. Pero de algo estaba seguro. Cuando volviera a casa su madre le obsequiaría con una dura reprimenda.

Capítulo 4 de mi libro

Artemis se vio repentinamente envuelta en un silencio sepulcral, como si fuera la única persona en el mundo. Sintió como su corazón dejaba de latir. En el mismo instante en el que se hizo el vacío en sus oídos y una sedante luz violácea inundaba su mente. Le sorprendió comprobar que la percepción de sus sentidos estaba eclipsada. Se deleitó intentando catalogar el sinfín de ideas que acudían a su mente. De pronto, cayó en la cuenta de que llevaba rato sin respirar. Y lo que más le asustó fue el hecho de no poder precisar el tiempo que llevaba así. Entonces, empezó a considerar la posibilidad de haber perdido la vida. La curiosidad era la culpable de haber llegado a tal extremo. Desde luego si la muerte era esa completa ausencia de sensaciones, le habría resultado una eternidad extremadamente aburrida.
  Fue entonces, mientras sopesaba la situación, cuando le sobresaltó una repentina presión que inundó todo su cuerpo. Ocurrió tan deprisa que la primera bocanada de aire golpeó su pecho con una fuerza inesperada. La luz que le cegaba iba perdiendo intensidad mientras aparecían sombras y colores que su mente interpretaba a toda velocidad. Sentía latir de nuevo el corazón y, poco a poco, sus sentidos volvían a percibir el entorno.
  Abrió los ojos poco a poco, con cierto temor. Comprobó que estaba bien. Entonces distinguió el sonido de una compuerta abriéndose lentamente. Una vez estuvo totalmente abierta, una brillante claridad la cegó momentáneamente. Tras enfocar su mirada, sonrió aliviada al corroborar que se había desplazado según lo previsto. Se encontraba en el Sector Sur, a mil ochocientos kilómetros, unos diez edificios al norte de su siguiente objetivo.
  Después de unos segundos de aturdimiento, intentó poner en orden sus ideas. La habían descubierto, de eso no cabía duda pero, ¿cómo? Quizá había fallado el pasaporte digital. O puede que el vigilante de seguridad que la había interrogado sospechara algo.  ¿Qué podía haberla delatado? Nadie sabía que pretendía salir de la ciudad. Quizá había sido Norman, pero tampoco podía saberlo, puesto que había tomado muchas precauciones para evitarlo. Entonces, ¿por qué estaban tras ella? Desconocía la respuesta.
  Respiro profundamente hasta haber recobrado el control de si misma. Cuando se hubo calmado, repasó rápidamente sus opciones. Tenía intención de tomar el aerodeslizador desliespacial hasta el Acceso Sur, pero dado que la SM estaba tras ella, era una alternativa muy arriesgada. Consultó su ordenador a toda prisa. Después de varias pulsaciones, se desplegó sobre su antebrazo una representación holográfica en forma de disco, mostrando todas las rutas posibles. Tras un breve lapso de reflexión, apagó el terminal sin seleccionar ninguna de las rutas disponibles. De este modo evitaba que pudieran anticiparse a sus movimientos, a la par que imposibilitaba localizar su posición.
  Decidió recorrer a pie la distancia hasta la siguiente estación. Había memorizado la ruta más corta hasta su destino, pero de querer llegar a tiempo no podía perder ni un segundo.
Le inquietaba sobremanera el rumbo actual de los acontecimientos. Su corazón palpitaba con más fuerza cada segundo que pasaba. Su cara reflejaba una honda preocupación que no era capaz de disimular. Mientras avanzaba, breves ojeadas en derredor intentaban evitar verse sorprendida por alguna patrulla. Afortunadamente, llego a la base del edificio más cercano sin que nadie reparara en su presencia. Con un hondo suspiro de alivio se refugió en las sombras del acceso al edificio y se sentó en el rincón más oscuro que pudo encontrar, junto al aparcamiento de los AD, es decir, aerodeslizadores desliespaciales.
 
  Con firme determinación, se dirigió a la calle dejando atrás su oscuro escondite y con él, la estación de AD. Estudiaba con atención cada detalle. Su mirada captaba todo movimiento. Nada escapaba a su aguzada visión. Según avanzaba su sosiego se veía incrementado en proporción. Se dijo que lo conseguiría. Llegaría a la estación del TAP sin ningún problema y a la hora prevista.
  Algo llamó su atención justo un instante antes de salir completamente al descubierto. Era el sonido de una patrulla de Meka deslizándose a toda velocidad por el medio de la avenida. La gente se apartaba sobresaltada al paso de las sirenas. En apenas unos segundos se situaron a la altura del edificio donde se había escondido Artemis. En ese preciso momento, temió ser descubierta. Uno de los Meka había mirado en su dirección. Por suerte, sus reflejos felinos hicieron que se escondiera tras una columna de un salto, evitando así que la localizaran.
  -Ha faltado poco. –Reflexionó con alivio
Pensó rápidamente. Debía apresurarse a encontrar un modo de llegar a la estación sin ser vista, de lo contrario no llegaría a tiempo a la Acceso Sur, y su contacto no estaría allí para facilitarle la salida de la ciudad.
  Buscó frenéticamente un medio de transporte, algo inusual, que no llamara la atención. De pronto, reparó en colector de residuos, que en ese momento hacia su ronda por la avenida, ajeno al sonido de las sirenas. Era un vehículo autónomo, como todos los encargados de la limpieza, el mantenimiento y la distribución de mercancías o pasajeros. A su paso, los contenedores se desplazaban en su dirección para vaciar su contenido dentro.
  Estaba tan solo a diez metros. Llegar hasta él no supondría, en principio, ningún riesgo. Era el hecho de meterse dentro lo que podía llamar la atención de alguna cámara o quizá de algún observador casual y que éste, a su vez, diera la voz de alarma. Decidió por tanto, y en contra de sus iniciales propósitos, valerse del uso de su magia. Tenía poco tiempo, y la ejecución del hechizo requería de su total atención.
  Canalizó la magia en su mente, sintiéndola agitarse en su cuerpo. En cuestión de segundos una intensa energía invadió todo su cuerpo, envolviéndola completamente. Poco después, mientras mantenía su mano derecha en alto, apuntó con el dedo índice de su otra mano en dirección al colector de residuos. Y por último, pronunció las palabras en el lenguaje de la magia que ponían punto y final al hechizo:
  -Mote ante.
  Artemis se desvaneció emitiendo un fugaz destello, dejando un tenue resplandor celeste tras de si. Entonces un imperceptible y veloz fulgor atravesó la calle dando de lleno en su objetivo. Transportando así su esbelto cuerpo al interior del colector.
  Una vez dentro y a pesar del hedor que la asaltaba, se sentía a salvo. Aguzó sus sentidos, temiendo haber sido descubierta por alguien que hubiera presenciado la escena en la que ella desaparecía repentinamente. Tras unos segundos en vilo, se convenció de que su pequeña demostración había pasado desapercibida. Seguramente la policía en realidad perseguía lo que seguramente sería un peligroso criminal. Pensar en esa idea la tranquilizaba poderosamente.
  Para Artemis lo importante era que estaba relativamente a salvo, y que por el momento no tendría de que preocuparse hasta llegar a la estación. Se instaló lo más cómodamente posible, teniendo en cuenta que se encontraba dentro de un basurero móvil y mantuvo la vista fija en el cielo, para poder llevar la cuenta de los edificios. Entretanto tenía que soportar una constante lluvia de hediondos desperdicios que caían sin cesar sobre su cabeza.
  A falta de tres edificios para su destinación, volvió a escuchar el ruido de las sirenas. Entornó sus ojos, reduciéndolos a meras rendijas. Le parecía imposible que la hubieran detectado pero, en su situación, podía esperar cualquier cosa. La ciudad gozaba de unos sentidos muy afinados, capaces de escuchar el más sutil de los susurros. Todo ello no era más que un mero método de control. Control al que no escapaba ningún habitante de D3LTA, y el causante de que fueran tras la pista de la joven.
  De pronto el vehículo donde estaba oculta frenó en seco su marcha, lo cual hizo que Artemis se sobresaltara.
  Notó una sensación extraña, como de ingravidez. Y pronto cayo en la cuenta de que algo o alguien la estaba succionando con alguna especie de rayo tractor. Pensó en volver a teletransportarse, pero sopesando los diferentes escenarios posibles, pensó que necesitaría una cantidad importante de poder mágico para salir de aquella situación, si las cosas se complicaban. Y de eso no cabía duda, su vida se estaba complicando a marchas forzadas. Por suerte, aunque solo fuera una mera hechicera, tenía aún varios ases en la manga, y pensaba aprovecharlos.
  -No me venceréis tan fácilmente. –Dijo mientras su cabeza asomaba por el borde del vehículo.
  Cuando fijo su vista en el Meka que la estaba atrayendo, volvió a canalizar la magia en su interior, y metiendo sus esbeltas manos en el saquillo que llevaba atado a la cintura, saco una viruta de piedra volcánica. La sostuvo en su mano, mientras pronunciaba las palabras mágicas.
  -Pila Ignis.
  Y en su mano derecha apareció una bola de fuego del tamaño de una naranja. Apuntó cuidadosamente a su objetivo y la lanzó con precisión milimétrica. La bola de fuego estalló con un estruendoso sonido, destrozando completamente al Meka y dejándola libre del rayo tractor. La consecuencia fue que cayó de nuevo en el transporte de residuos. Esto le dio varios segundos para organizarse y preparar una contraofensiva. Que hubiera visto, habían unos diez Mekas, y dos droides que no había visto jamás. Eran más grandes que ningún Meka que hubiese visto hasta ahora. Y estaban envueltos en una especie de escudo protector que le recordaba a una barrera arcana. Eso le hizo sospechar para que querían el Códice Arcano los híbridos de D3LTA.
  Pero no había tiempo para reflexiones banales. La situación era crítica. Estaba rodeada de enemigos muy peligrosos y necesitaba una salida viable.
  Un rápido vistazo al cielo, le hizo ver un aerobús volando a baja altitud. Esta vez sí pensaba usar la traslación. Con un poco de suerte los Mekas la seguirían buscando dentro del recolector de residuos. Solo esperaba que no tuvieran una IA lo suficientemente avanzada como para seguir el destello azul.
  -Mote ante –susurró.
  Y de nuevo, el rayo azulado rasgó el cielo, transportándola sobre el aerobús, donde se agachó procurando no perder el equilibrio. Pensó que no solamente estaba a salvo, si no que según la ruta del transporte, llegaría a tiempo para obtener su salvoconducto de su contacto. A menos, que éste fuera el traidor. Pero cada cosa a su momento. Lo principal era librarse de la patrulla robótica que le pisaba los talones.
  Para su sorpresa, los Mekas reaparecieron invadiendo totalmente su campo de visión. Aunque ahora había alguien más. Era un híbrido, montado en una moto extraña y escoltado por cuatro drones de asalto.
  El híbrido se puso en pie sobre la moto de curvatura y salto sin apenas esfuerzo sobre el aerobús, lo cual pillo desprevenida a Artemis, que por momentos temía por su vida. Si todo lo que creía saber de los híbridos era cierto, tenía los minutos contados.
  -Hechicera. ¿Cuál es tu nombre? –Espetó escuetamente el híbrido.
  -Quién quiere saberlo –contestó ella.
  -Soy Atropos. Oficial de la Seguridad Meka. Te lo pregunto por última vez: ¿Cuál es tu nombre?
  -Me llamo Artemis. –Aunque no sé por qué quieres saberlo. De todos modos, tu intención es matarme. ¿Me equivoco?
  -Mi intención es arrestarte, nada más. Luego se te juzgará y se te impondrá el castigo oportuno. No me corresponde a mi decidirlo. Mi única misión es llevarte a las oficinas de la SM, donde permanecerás confinada.
  Entonces Artemis lanzó un rayo apuntando al corazón de Atropos. Pero con un movimiento antinaturalmente rápido, Atropos extendío su mano izquierda formando un escudo protector que detuvo el impacto antes de que alcanzara su objetivo.
  -Magia –dijo Artemis
  -No es magia, es Tecnología. –Contestó Atropos orgulloso. –Tengo entendido que los magos tenéis una energía limitada en lo tocante a lanzar hechizos. Y si no ando errado, tú también puedes invocar un escudo protector para defenderte. Te lo repito, mi intención no es matarte, es capturarte viva para que seas juzgada.
  En aquel preciso instante, Atropos levantó su mano derecha y señalo a Artemis. De pronto, los Mekas comenzaron a lanzarle ráfagas de plasma, mientras los drones la rodeaban y los Persecutores protegían al resto de unidades.
  La joven usaba una mano para protegerse con su escudo arcano mientras a su vez lanzaba rayos con la otra a modo de ofensiva. Fueron cayendo, un Meka tras otro, hasta que solo quedaron los dos Persecutores, los drones y Atropos.

  Artemis se sentía agotada. El uso de la magia requería una enorme concentración y un gasto energético considerable. Y no había caído en la cuenta de que debería haber elaborado algún elixir para reponer la magia gastada. Aunque no podía saber que se enfrentaría a una situación tan difícil. El aerobús seguía su marcha mientras ella estaba al borde del desmayo, rodeada de enemigos y sin apenas magia en su interior. No quería ni imaginar lo que significaba para un híbrido un juicio justo. Pensó que más valía no saberlo. A fin de cuentas, la ignorancia es la felicidad, pensó.

jueves, 12 de octubre de 2017

Capítulo 3 de mi libro

El capitán Atropos entró en las oficinas centrales de la SM como una exhalación. Tras una rápida observación del sinfín de imágenes que poblaban la cóncava superficie, se dirigió al un oficial que había en la sala.
  -¿Que tenemos? –Preguntó secamente.
  -Señor, se ha activado un código azul en el Sector Norte, distrito 25.
  -¿Contramedidas?
  -Ya hemos enviado cuatro escuadrones Meka.
  -Enviad dos Persecutores.
  -¿Señor?
  -Supervisaré la operación personalmente. Te envío los detalles. Acepta la transmisión.
  -Recibida.
  A simple vista la conversación había finalizado sin más. Lo cierto era que Atropos le había enviado telepáticamente el procedimiento a seguir, tal como acababa de idearlo. Su subordinado había aceptado la recepción, y ahora conocía los mismos detalles que su superior, todo ello en décimas de segundo.
  Atropos era un híbrido apuesto y bien parecido. Aparentaba una edad de unos veinticinco años, aunque realmente tenía ciento noventa y ocho. Medía un metro ochenta y lucía un atuendo ajustado de las fuerzas del SM. Tenía unos intensos ojos azules, de mirada penetrante. Ojos biónicos de corte militar: visión nocturna, zoom y visión térmica eran algunas de las ventajas. También poseía memoria fotográfica, nanorobots reparadores de tejidos que le conferían una extraordinaria capacidad de regeneración celular, así como chips y discos duros alojados en su neocortex cerebral, lo cual le mantenía permanentemente conectado a la propia ciudad y le otorgaban una inteligencia y capacidad de razonamiento sin igual. Como todo híbrido, al nacer fue conectado al ordenador central de la ciudad, donde vivió una vida entera de penurias y miedos. El Stasis, como se la conocía, era la condensación de toda una vida humana en tan solo siete años. Ésta realidad virtual, estaba basada en un tiempo remoto, a principios del año mil novecientos ochenta, en la Tierra.
  Su finalidad era apreciar el valor de la vida humana y experimentar todo el amplio abanico de emociones humanas.
   Una vez culminado ese periodo de existencia, cuya prueba final era la propia muerte, despertó cuatrocientos años en el futuro, en otro planeta distinto, donde comenzaría su aprendizaje y adoctrinamiento, en el cual se fomentaba el odio hacia la magia y a todos sus practicantes. Éste aprendizaje culminaría a la edad de veinticinco años, donde su reloj biológico permanecería inmutable hasta que decidiera abandonar por propia voluntad su existencia y pasar al siguiente nivel. Edén.
  En aquel mundo, donde la vida no tenía fin, habían impuesto un singular modo de mantener la población a niveles aceptables. Solo se engendraba una vida nueva cuando alguien, por accidente o por propia voluntad, dejaba el mundo de los vivos para pasar al siguiente plano de existencia. Donde todo era posible, y donde podría reunirse con sus ancestros en un idílico mundo ajeno al sufrimiento o al dolor. Donde toda carga parecía ligera, y donde le esperaban sus padres.
  Con un simple y fugaz pensamiento, invocó en el garaje de la sede su Moto de curvatura. Montó en ella, y salió disparado a toda velocidad por las calles de D3LTA. Custodiado por cuatro drones de asalto, volaba a ras de suelo sorteando todo tipo de obstáculos sin apenas esfuerzo. Era como si viese las cosas antes de que ocurriesen. Y en cierto modo así ocurría en su mente. Era rápido, era inteligente; era un ser implacable.
  -Señor, hemos localizado el origen de la amenaza –Resonó una voz en su mente.- Al parecer es una hechicera. Se la ha visto por última vez en un transportador del distrito 25, estamos pendientes de obtener la ubicación de destino.
  -Gracias Reeves. –Fue la escueta respuesta
  Atropos mostro una sonrisa maléfica mientras giraba repentinamente por una bocacalle, custodiado por sus cuatro drones.
  Pasó junto a un letrero flotante de vistosos colores:


“Próxima actualización del software neuronal. En breve”

Capítulo 2 de mi libro

  En una oscura habitación, fuertemente custodiada por un insondable silencio, se hallaba un hombre cómodamente sentado, tecleando frenéticamente un sinfín de códigos ininteligibles. Su vista saltaba alternativamente entre tres amplias pantallas que, suspendidas misteriosamente en el aire y combadas hacia fuera, mostraban ventanas de comandos, imágenes de la ciudad y diversos gráficos estadísticos. Se encontraba completamente absorto en su labor, mientras las ventanas aparecían y desaparecían en cada una de las tres pantallas. De vez en cuando se detenía bruscamente, estrechando su mirada en busca de algo inconcreto, para poco después reanudar las rápidas pulsaciones del teclado.
  Una voz femenina, que provenía de un lugar indeterminado de la habitación, habló con un tono sensual, que nada hacía sospechar que no proviniese de un ser humano.
  –Señor, tiene una comunicación entrante. Es Norman –dijo la voz.
  -Gracias Sarah.
En la pantalla central se abrió una nueva ventana, superponiéndose tridimensionalmente a las demás. Apareció la cara de un hombre, completamente surcada de cicatrices, mirando al frente con seriedad.
  -¿Ha ido todo bien Norman? –preguntó el hombre desde las sombras.
  -Perfectamente –contestó Norman -.He colocado el localizador sin problemas –sonrió-. Y me he asegurado de que no sospechara nada.
  -Intuyo que no le habrá explicado dónde pensaba dirigirse, ¿me equivoco?
  -Me ha dicho que tenía cosas que hacer en la superficie, pero no me ha dado más detalles.
  -Ya veo. No es propio de ella desvelar sus intenciones. –Tecleó rápidamente en el terminal que tenía ante él-. Ya la he localizado –dijo mientras aparecía una nueva imagen a su derecha-. Ha hecho un buen trabajo. Le felicito.
  -Gracias, para eso estamos –contestó mostrando una amplia sonrisa.
  -Manténgase alerta, es altamente probable que pronto necesite sus servicios de nuevo.
  -Sin problema. Cambio y corto. –La cara desapareció repentinamente.
  Las pulsaciones reanudaron su cadencia en la agobiante oscuridad. Las pantallas se poblaron de imágenes, mostrando varios planos de una zona específica de la ciudad. El hombre, que tecleaba persistentemente, de pronto se detuvo, a la par que su vista se centraba en una imagen muy concreta. En ella, una preciosa joven bien proporcionada caminaba resueltamente. Según su ubicación, bordeando la Sede de Traslación.
  Tecleó varias sentencias más y la imagen se deslizó rápidamente al monitor central, ocupándolo completamente. A medida que pulsaba las teclas, fueron apareciendo en las pantallas laterales las distintas destinaciones posibles y las diversas medidas de seguridad disponibles.
  Fijó de nuevo su atención en la pantalla central. Repentinamente, un Meka se interpuso en el camino de la chica que intentaba acceder al edificio. Se quedó momentáneamente paralizado al ver que de su mano surgía un poderoso relámpago, chamuscando los circuitos del androide con rapidez.

  Se detuvo brevemente a reflexionar mientras el monitor registraba la imagen de la joven desapareciendo rápidamente en el interior del edificio. Pulsó varias teclas más y se acomodó en su asiento, con la mirada fija en la pantalla central.