sábado, 11 de febrero de 2012

Una tarde de verano

  Todo ocurrió una calida tarde tras una ajetreada jornada de trabajo. Había sido mi último día antes de las vacaciones, y yo caminaba tranquilamente por una solitaria calle en dirección a la boca de metro más cercana. Mis pensamientos navegaban por aguas muy lejanas, muy por delante de mis propios pasos, con la tranquilidad de aquel que carece de obligaciones inmediatas.
 A escasos metros de mi destino, varios gritos airados interrumpieron mis pensamientos de forma repentina. Provenían de un hombre que estaba junto a una portería cercana. La exaltación de aquel tipo hacía que entender sus palabras resultara un tanto complicado. Al parecer quería recuperar algo que parecía poseer su mujer, quien lloraba desesperada ante él. La pareja rondaba la treintena, y a su lado, presenciando atemorizado la escena, había un niño pequeño, aferrado al brazo de su madre.
  Pasé junto a ellos, con la mente vacía de todo pensamiento. Miré a la mujer a los ojos, quien me miró fugazmente empapada en llanto. Aquella mirada suplicante no me permitió avanzar más de tres pasos tras ella. Me apoyé en el capó de un coche y me encendí un cigarro, mientras ponía en orden mis ideas. La discusión ceso brevemente, en tanto que el hombre evaluaba la situación. Decidió entrar en el portal, arrastrando a la pobre mujer tras él, y con ella, al asustado chiquillo. Desconcertado ante aquella reacción y habiendo perdido el contacto visual, tiré el pitillo y me acerqué al portal, dispuesto a observar con atención lo que ocurría en su interior. Lo que vi a continuación hizo que se me helara la sangre de pronto. El hombre agarraba a su mujer por el cuello con ambas manos tratando de estrangularla, mientras el niño intentaba en vano impedírselo. Si afirmara que pensé lo que pasó a continuación, mentiría.
  Asesté un golpe seco con el puño contra el cristal de la portería. Instintivamente sabía que me haría daño al hacerlo, así que usé el brazo izquierdo, principalmente porque prefería tener la mano derecha intacta para poder defenderme. El cristal se hizo añicos, haciéndome varios cortes en la mano que no tardaron en dejar un visible reguero de sangre junto a mí. El hombre soltó automáticamente a su pareja, y se volvió furioso en la dirección en la que me encontraba. Había conseguido detener la agresión, al menos de momento.
  -Quien cojones te crees que eres? -me increpó fuera de si.- Que coño estás buscando imbécil?
  -Déjala en paz –Le contesté
  -Que coño haces rompiendo la ventana, eh machito? –Preguntó enfurecido
  -Evitar que le hagas daño –Añadí
  Avanzó rápidamente, recorriendo en dos zancadas la distancia que nos separaba. Abrió bruscamente la puerta, acabando de desprender los trozos de cristal que aún quedaban en ella y se detuvo frente a mí, a pocos centímetros de mi cara, observándome con la mirada extraviada de alguien que va puesto de algo.
  -Que te crees, payaso, que me das miedo? –Dijo.
  -Deberías tenerme miedo. –Le contesté secamente- Porque solo un cobarde actuaría como tú.
  De pronto, me agarró la camiseta con su mano derecha y se acercó más a mí, intentando amedrentarme. No me moví. En aquel preciso instante, la mujer apareció tras él, cogiendo su brazo mientras lloraba visiblemente afligida.
  -Déjalo! –Gritó suplicante.
 Entonces el hombre me soltó, y sonriendo con crueldad se ladeo dispuesto a golpearla. Aprovechando la momentánea distracción, le cogí por la muñeca con mi mano derecha, retorciéndole fuertemente el brazo e inmovilizándolo de espaldas ante mí. Lo sostuve firmemente con el otro brazo, ejerciendo presión contra su cuello y manchando su ropa de sangre. Contuve sus continuas e incesantes sacudidas durante más de 30 minutos y a lo largo de todo ese tiempo que tardó en venir la policía, tuve que soportar estoicamente todo tipo de insultos y vejaciones dirigidos principalmente hacia aquella pobre mujer. Y a pesar de los gritos, el llanto o de los profundos cortes que tenía en la mano, realmente lo que más me dolió fue escuchar a aquel aterrorizado niño al decirme: “Por favor, por favor, señor. No deje que le haga daño a mi mamá.”