domingo, 17 de mayo de 2015

Prologo de mi libro

D3LTA era una enorme macrociudad cuya extensión cubría prácticamente la totalidad del continente de Aurora. Sus imponentes edificios de formas imposibles se alzaban cientos de metros, desafiando la majestuosidad de la propia naturaleza. Penetraba varios kilómetros bajo tierra, formando un entresijo de miles de millones de túneles y un sinfín de edificaciones subterráneas que invadían una nada desdeñable porción de la corteza. En su conjunto, la incesante actividad autónoma de sus estructuras, en perfecta sincronía con los medios de transporte, unida a la frenética actividad de sus habitantes, guardaba una hipnótica semejanza con una maquina de titánicas proporciones y endiablada complejidad.
  Demasiado tiempo llevaba Artemis fingiendo formar parte de su sociedad, y cada vez deseaba con más fuerza la anhelada libertad del exterior. No podía evitar sentirse atrapada en aquel mundo, ajeno a sus costumbres. Había pasado los últimos tres años en aquella ciudad,  inmersa en una incesante e infructuosa búsqueda que le había llevado por los rincones más oscuros y peligrosos.
  Su misión inicial consistía en recuperar un antiguo manuscrito de conocimiento arcano, robado durante la guerra. Con el tiempo, sin embargo, había tenido que replantear sus prioridades, la principal de las cuales consistía fundamentalmente en sobrevivir. Para ello, le bastaba con esconder su especial condición, algo no tan sencillo como pudiera parecerle en un principio.
  Las ardientes llamas que albergaba en su interior acrecentaban su intensidad cada día que pasaba. Notaba el calor en su pecho y sentía el crepitar del fuego en su mente. Un observador perspicaz podría haber vislumbrado el peculiar brillo etéreo en sus ojos, en claro contraste con la inexpresiva mirada de los que carecían del don. Tristemente, en aquel rincón del mundo, la existencia de quienes eran meramente humanos carecía del más mínimo interés, aunque por fortuna, aquellas desdichadas circunstancias le facilitaban enormemente la tarea de ocultar su  especial condición.
  Acostumbraba a despertarse cada mañana muy temprano, al alba. Así evitaba cruzarse con la clase alta de la sociedad: los híbridos. El tenue resplandor azul que irradiaban sus ojos le provocaba escalofríos. Otrora humanos, ahora eran cyborgs, alterados genética y morfológicamente. Seres que no conocían el cansancio o el sufrimiento. Mitad hombres y mitad máquinas. En constante y frenética evolución, equiparable al progreso tecnológico de D3LTA. Despreciaban a los no actualizados, a los que veían como seres patéticos y simples; De carne y hueso. A pesar de todo, las diferencias físicas entre ambos subgrupos, las cuales evidenciaban su estatus, eran muy sutiles.
  Los híbridos, quienes constituían la mayor parte de la población de la ciudad y disfrutaban de los mayores privilegios, eran los únicos con pleno derecho a ser considerados ciudadanos.
  Los humanos no actualizados eran despreciados y ninguneados por la alta sociedad. Enormemente condicionados por su nivel económico, constituían un pequeño porcentaje de la población. Atrapados en la espiral de su propia miseria, no podían permitirse el coste de ninguna modificación o implante, lo que a su vez les privaba de buenos puestos de trabajo, retroalimentando el círculo. Eran mucho menos resistentes que los Meka, y en general, más difíciles de mantener. Hubo consenso al considerarlos prescindibles. De escasa utilidad, tanto vivos, como muertos.
  De este último grupo formaba parte Artemis, aunque dada su naturaleza, podría no ser una catalogación muy acertada.
  Era una hechicera. Apelativo con el que se denominaba a los magos de rango inferior. Pese a todo, a simple vista era una humana corriente, de gran belleza y atractivo físico. Su pelo negro azabache ondeaba al viento de aquella agradable mañana otoñal, mientras un mechón de su pelo tapaba parcialmente su rostro, acrecentando su atractivo natural. Sus preciosos ojos negros jugueteaban escrutando el entorno a la vez que una dulce sonrisa se dibujaba en su cara. De complexión atlética y curvas sinuosas, atraía con facilidad la atención de infinidad de pretendientes que esperaban, sin éxito, llamar la atención de la joven.
  Vivía en los suburbios, al igual que el resto de humanos. Y desde hacía poco más de un año debía tener especial cuidado durante sus incursiones a la superficie. Allí era donde habitaban los híbridos, y para poder moverse por la ciudad, se vio forzada a exprimir al máximo su ingenio, puesto que únicamente los ciudadanos de pleno derecho podían moverse libremente por la superficie. Lo cual dificultaba el uso de los transportes públicos. Pese a todo, en ocasiones era necesario utilizarlos, ya que usar la magia como medio de desplazamiento era inviable en su situación. En cada recodo, la ciudad tenía ojos y oídos que lo registraban todo, reaccionando a las amenazas con vida propia. Para su desgracia, los habitantes de D3LTA adoraban La Tecnología como la religión verdadera y creían que la magia era una herejía que debía ser erradicada. Los magos eran sencillamente considerados demonios, sin razonamiento alguno que acompañara tamaña afirmación. Simplemente debían ser purgados. Lo cual no era más que un eufemismo para hacer referencia al hecho de que debían morir. Era lo que dictaba la ley.
  Sus años en la ciudad habían envuelto su vida en una tediosa monotonía cuya finalidad consistía en no despertar sospechas acerca de sus investigaciones. Después de tres años, solo había encontrado vagas pistas que relacionaban el Códice con algo llamado Proyecto Eden. Había arriesgado mucho para conseguir un fugaz rastro que se desvanecía en la sombra, recurriendo en muchas ocasiones a sus habilidades, con el especial riesgo que ello suponía. Por fortuna, que ella supiera, todavía nadie había logrado desvelar su secreto. Por otra parte, sus años de experiencia le habían enseñado a confiar en su intuición. Y en aquel preciso momento, su intuición le decía que estaba siendo vigilada. Que todo movimiento era observado. Que cada palabra estaba siendo escuchada y analizada. Sentía que debía tener especial cuidado, pues en un mundo como aquel, de ser ciertas sus sospechas solo tenían cabida dos alternativas: huir o morir.
  Su misión, a pesar de todos sus esfuerzos, había fracasado estrepitosamente. Para agravar la situación, se sentía permanentemente observada y asediada. El temor a estar en grave peligro se había ido acrecentando con el tiempo. Y en última instancia decidió que había llegado la hora de partir. Los tres años que llevaba en D3LTA eran mucho más de lo que se esperaba de ella, y suficientes para justificar su fracaso en la búsqueda del Códice.
  Cansada de todo aquello. Deseaba volver a experimentar la sensación de la magia al fluir libremente en su interior, sin restricciones. La sentía en sus venas, calentando agradablemente su piel. Anhelaba volver a proyectarla desde sus esbeltas manos. Liberarla con gráciles movimientos, como hiciera antaño en los frondosos bosques de “Irsis”, su tierra natal.

  Pensar en todo aquello, le hizo sentirse un paso más cerca del momento de volver. Añoraba amargamente a su familia y amigos. Se moría de ganas de deleitar sus sentidos con el dulce aroma afrutado de los árboles del bosque y escuchar el agradable canto matinal de los pájaros. Faltaba muy poco para que llegara ese momento. Pronto volvería a estar allí. En casa. 

jueves, 14 de mayo de 2015

Capítulo 1 de mi libro

  Tan pronto sonó la alarma, Artemis se levantó de un salto y se encaminó resueltamente hacia el baño.
  -Luces
El estridente sonido cesó al instante y el techo comenzó a irradiar paulatinamente la agradable luz perlada que tenía configurada.
  Curiosamente, allí abajo la tecnología llevaba obsoleta varias décadas, y a pesar de haber pasado de tanto tiempo viviendo en aquella ciudad, le seguía resultando extraño su funcionamiento. Ella consideraba que eran artilugios útiles, aunque excesivamente suntuosos.
  Su apartamento, ubicado en los suburbios, se hallaba en el subsuelo, bajo tierra, como tantos otros que había diseminados por toda la ciudad. Ahí era donde habitaba la mayoría de los humanos y todo aquel híbrido que no quería ser encontrado. Cualquier zona en desuso que pudiera aprovecharse, era habilitada para albergar viviendas o zonas comunes que permanecían en cierto modo, al margen del férreo control de la ciudad.
    La decoración de su apartamento era esencialmente espartana, más propia del despacho de un funcionario. De modestas dimensiones y con la vetusta arquitectura de formas rectangulares.
  En un rincón estaba su cama, orientada en la dirección de una pantalla enorme, suspendida en la pared frontal, a la derecha de la entrada. Contigua a ella podía verse una encimera anexada a un pequeño fregadero, con dos cazos, un plato y algunos cubiertos. Había una pequeña mesa de madera junto a una silla del mismo material, sumamente escaso en aquel lugar del mundo, cuyo tacto le provocaba cierta satisfacción y nostalgia. El apartamento disponía de un pequeño baño, muy sobrio, con lo estrictamente necesario. Flanqueando la entrada había un espacioso armario metálico plateado, con un panel numérico en el lateral derecho. Artemis no precisaba más, y agradecía la intimidad que le proporcionaba la ausencia de ventanas y el aislamiento sonoro propio de una construcción subterránea. Un silencio únicamente roto por el imperceptible rumor proveniente del respiradero situado sobre la cabecera de la cama.
  Una vez se hubo aseado meticulosamente, mientras secaba su preciosa melena, comenzó a repasar de nuevo el itinerario que seguiría. Se vistió y salió del baño.
  Se situó frente al armario. Tecleó la clave en el terminal y tras un pitido de confirmación, se replegó hacía arriba la plancha metálica que bloqueaba el acceso a su contenido. Cogió su mochila del interior y la colocó sobre la cama donde, a todo prisa, comenzó a introducir lo indispensable para su viaje. Primero colocó su preciado libro de hechizos en el fondo. Un regalo de su padre, en el cual había escritos sortilegios muy diversos de gran utilidad. Desde los más básicos para encender fuego o crear luz, hasta los más complejos y peligrosos, capaces de alterar el tejido de la realidad. Muchos de ellos no los dominaba todavía, una de las razones por las que aun conservaba el tomo, además de ser uno de los recuerdos de su querido padre.
  A su lado colocó la cajita de acero donde guardaba sus cristales sensoriales, junto a los que se encontraba el dispositivo para visualizar a los recuerdos almacenados en ellos. Luego introdujo algunas raciones de comida nano-presurizada. Altamente nutritiva. No le gustaban este tipo de alimentos, aunque reconocía que eran muy apropiados para realizar largos viajes.
  Por último, introdujo un diminuto estuche cilíndrico de metal que contenía diversos tipos de piedras preciosas, las cuales consiguió de un modo poco honesto.
  Durante el tiempo que pasó trabajando en excavaciones subterráneas para el alojamiento de nuevas infraestructuras, tenía acceso a estos pequeños tesoros. Varios, habían sido oportunamente ocultados con cierta facilidad, aprovechando un descuido del encargado. Saltarse los controles de seguridad al acabar su turno no había sido algo tan sencillo. Algunas de estas gemas podían serle de gran utilidad en el futuro, puesto que los créditos digitales usados como moneda en D3LTA no le servirían de mucho cuando hubiera salido de la ciudad.
  Una vez hubo preparado su mochila, comenzó a revisar su equipaje de mano: Un diminuto sensor de movimiento, un chip holográfico programable, unas gafas de visión ajustable y una fina varilla de cristal verde. Objetos que le podrían ser de gran utilidad en una ciudad automatizada como en la que se encontraba, si su plan de pasar desapercibida se veía comprometido. La sincronía establecida con estos dispositivos le permitiría poder utilizarlos en un rango de hasta veinte metros de distancia.
  Se ajustó a la muñeca el micro-ordenador y ató a su cintura un discreto saquillo de tela con algunos componentes para hechizos: polvo onírico, esencia arcana, un puñado de ceniza y unas virutas de piedra volcánica. 
  Se colgó la mochila al hombro, respiró hondo y se dirigió con decisión a la entrada. Al situarse frente a ella, acerco su ojo derecho al sensor biométrico situado al lado, mientras colocaba su palma abierta sobre el escáner inferior. Hecho esto, la puerta se abrió. La primera puerta hacia su libertad la cruzaría en este instante. Entonces dio un paso y se detuvo. Girando sobre si misma se coloco de espaldas a la salida. Se quedo unos segundos pensando en todas las experiencias que había vivido desde que llegó, hacía ya tres años, al pequeño apartamento. Sonrió al comprender que no echaría de menos aquel lugar.
  -Luces.
Dicho esto, se volvió al tiempo que la puerta se cerraba, dejando solo oscuridad tras de si.
  Se encaminó en dirección al elevador más cercano, a unos dos kilómetros al oeste, mucho más allá de los apartamentos de aquel sector. Había comenzado a caminar cuando se sobresaltó al escuchar la voz que sonó a su espalda.
  -¿Te vas de viaje?
  Al volver la mirada, vio a un hombre robusto, de mediana edad. Llevaba un mono de trabajo parcialmente cubierto de polvo y barro. Su cara estaba surcada de innumerables cicatrices. En ella, sus pequeños ojos negros la observaban con patente asombro. Era Norman, el casero. Su amenazador aspecto y su imponente altura no amedrentaban en absoluto a la joven.
  -Tengo cosas que hacer en la superficie. –Contestó Artemis
  -Entiendo. –La miró de arriba abajo. –Porque tú no te irías sin pagar tus deudas. ¿Verdad?
  -¿Por quién me has tomado? –Compuso su mejor sonrisa
  Le debía dos meses de alquiler, los cuales había evitado pagar para poder financiar su viaje de huida. Llevaba meses ahorrando para poder costeárselo llegado el momento, pero la situación se había vuelto insostenible. Razón por la que había tenido que acelerar los preparativos, aun a riesgo de levantar sospechas.
  Norman se acercó más a ella. Apoyó su mano en los enjutos hombros de la joven a la vez que la miraba intensamente a los ojos.
  -Si los humanos no nos ayudamos entre nosotros, ¿quién lo hará?
  -Tienes razón –contestó Artemis.
Norman desvió la mirada, recorriendo el cuerpo de la joven. Su expresión empezó a tornarse grotescamente obscena.
  -Tengo prisa. –Artemis, endureciendo su mirada, apartó el brazo de norman de un manotazo.
  Dicho esto, dio media vuelta y se puso de nuevo en camino. No tenía intención de pagarle, algo que Norman parecía intuir, a juzgar por su cara de desaprobación.
  -Que tengas un buen día. -Concluyó Norman en tono burlón.
Artemis no contestó. Siguió caminando por los lóbregos túneles de servicio sin mirar atrás.
  Los suburbios presentaban un aspecto deprimente. Todos los recursos de los que disponía la ciudad no llegaban a estas zonas, que permanecían totalmente desatendidas. Los materiales empleados en su construcción eran mayoritariamente aleaciones metálicas de diversas tonalidades grisáceas, las cuales, al contrario que en la superficie, carecían de ningún tipo de propiedad piezoeléctrica, electroactiva o computacional. La principal causa era la pasividad gubernamental. Prueba de ello era la casi total carencia de métodos de gestión o control. Únicamente existía una exigua vigilancia, realizada por un pequeño grupo de unidades de seguridad Meka, de anticuado diseño. Eran un reducto del pasado, allí emplazados con objeto de mantener la zona dentro de un cierto orden, principalmente para que evitar cualquier revuelta imprevista. Pero a juzgar por el desfase de los androides, los fondos destinados a tal efecto eran enormemente escasos.
  A medida que avanzaba, Artemis se cruzaba con otros humanos, enfrascados en sus quehaceres diarios. Confinados allí abajo, ocultos en su mayoría a la visión de la sociedad, solo salían al exterior para poder trasladarse a sus respectivas zonas de trabajo.
  Pasó bordeando una amplia zona rectangular usada como espacio de recreo. Había varios chicos sentados en una enorme piedra rectangular a modo de banco. Bebían y reían mientras bromeaban entre ellos. Al verla pasar, sus risas se vieron amortiguadas, y tras mirarla detenidamente, le dedicaron varias miradas cargadas de intención, así como algunos piropos ingeniosos. Ella hizo caso omiso a sus insinuaciones y silbidos, y siguió su camino, reanudando sus reflexiones. Había pensado mucho en la forma de moverse por la ciudad sin levantar sospechas, pero el primer obstáculo a sortear requería algo de improvisación.
  Debía encontrar un modo de acceder al elevador, el cual estaba custodiado por dos unidades Meka. No dejaban pasar a ningún humano a menos que tuviera un permiso de acreditación que le permitiera desplazarse por la superficie. Muchos contratos laborales facilitaban uno. Su contrato había expirado recientemente, por tanto tendría que idear alguna estratagema para poder sortear la vigilancia.
  En los suburbios, el software de los Meka tenía una IA muy limitada. Hacían su trabajo, pero no era difícil engañarlos. Únicamente debía hacerles creer que tenía un buen motivo para franquear la entrada y le dejarían pasar.
  Se acercó a ellos y les saludó educadamente:
  -Buenos días.
  -Hoy no es día de trabajo. Sin motivo, el elevador está cerrado. –Dijo uno de ellos con una voz distorsionada.
  -Tengo un buen motivo. El señor Tharkof requiere mi presencia. Me ha pedido que vaya a verle hoy mismo –mintió. –Tiene un trabajo para mi.
  -Se necesita acreditación. –Fue la escueta respuesta
Con patente fastidio dio media vuelta, fingiendo alejarse, para replantear su estrategia.
Se ocultó a una distancia prudente, observando a los guardias, discurriendo a toda velocidad la mejor forma de convencerles o evitarles. No podía perder tanto tiempo para sortear cada obstáculo. Cayó en la cuenta de que quizá podría distraerles para atraer su atención y hacer que se ausentaran brevemente, aprovechando esa oportunidad para acceder al elevador sin ser vista. Quería limitar el uso de la magia, para mantener altas sus reservas, aunque dada la ausencia casi total de cámaras en aquella zona, usarla no habría tenido evidentes repercusiones.
  Cogió el emisor holográfico y lo ajustó en una programación que había configurado previamente. Hecho esto, lo depositó en el suelo con sumo cuidado, ubicándolo en una posición que pudiera ser vista por los vigilantes. Luego se alejó dando un pequeño rodeo por un túnel auxiliar y se colocó en el lado opuesto, a cierta distancia.
  Le bastaron unas pocas pulsaciones en el ordenador alojado en su muñeca para que la simulación se activase. Repentinamente, apareció la imagen de un hombre, completamente envuelto en llamas, al otro lado del enorme corredor. Era de un realismo abrumador, cuyos gritos hicieron estremecerse a Artemis.
  Los guardias reaccionaron al instante. Abandonaron su posición y corrieron en auxilio de aquel humano. Artemis aprovechó la fugaz distracción para dirigirse a toda prisa al elevador. Entro de un salto y pulsó el botón que iniciaría el ascenso. Mientras las compuertas se cerraban, observaba divertida como los guardias intentaban sin éxito extinguir el fuego. Sus brazos articulados atravesaban el cuerpo en llamas del hombre ilusorio mientras se miraban mutuamente, visiblemente desconcertados. El elevador iniciaba su ascenso; Artemis sonrió. La escalofriante imagen se desvaneció con la misma velocidad con la que había aparecido. Tras varios segundos de desconcierto, mirando a su alrededor intentando comprender el extraño suceso, los Meka volvían a su ubicación. Su desconcierto aumentó cuando vieron la puerta del enorme montacargas cerrada, indicando su puesta en marcha. Lentamente, volvieron a situarse a ambos lados, en su posición inicial. No había nada de que informar. Al menos nada que ellos pudieran comprender. Proseguirían de nuevo con su diligente vigilancia.
  Aprovechó el momento de intimidad para modificar su aspecto. Usando de nuevo el ordenador, su indumentaria mudó de apariencia transfigurando la tela de arriba abajo. Tanto el tejido como su color se vieron reemplazados por otros totalmente distintos. Ahora llevaba una blusa azul marino, y unos resistentes pantalones de un tono marfil. Sus zapatillas se habían convertido en unas cómodas botas altas de un marrón apagado. Tras ello, recogió cuidadosamente su pelo en un moño que sujetó con la varilla de cristal. Su nuevo aspecto le permitiría confundirse más fácilmente entre la población de la ciudad.
  Concluido el ascenso, se abrió ante ella una imponente imagen que le cortó la respiración. Titánicas estructuras se abrían paso en un interminable ascenso hacia el cielo. Los edificios modificaban sus estructuras, como diseñados a partir de infinitas piezas microscópicas. Su continua reconfiguración le daba el extraño aspecto de metal líquido en constante movimiento. La luz solar se veía reflejada en ángulos imposibles por sus cambiantes superficies. A su vez, cada uno de ellos era bordeado por centenares de vehículos, surcando el firmamento a diversos niveles de altitud. Se movían orquestados siguiendo infinidad de patrones imposibles de predecir. Cada cierto tiempo descendía alguno, en los puntos destinados a tal efecto, para permitir apearse a su tripulante.
  En la superficie, el ir y venir de los habitantes de D3LTA invadía sus calles en un incesante vaivén. A pesar de su apariencia de humanos corrientes, resultaban un tanto extrañas la perfección de sus facciones, la precisión de sus movimientos, así como la sempiterna juventud que parecían ostentar. Todos distintos y a su vez cortados por el mismo patrón. Pese a todo, era imposible determinar a simple vista su nivel de hibridación.
 Algunos, elegantemente trajeados, caminaban presurosos, posiblemente a una inminente reunión ejecutiva. Había parejas paseando, riendo y charlando. Alguno que otro caminaba tranquilamente junto a algún exótico animal, indudablemente mecánico. Tampoco resultaba extraño ver androides por las calles. Varios Meka de seguridad, deslizándose en su deambular, en constante vigilancia. Otros apresurándose a realizar los encargos de su dueño. Pequeños droides de limpieza recorriendo presurosos la calle, recogiendo toda la suciedad que encontraran a su paso. Desperdicios que luego serían depositados en diversos contenedores, estratégicamente posicionados para no entorpecer la labor comercial de las tiendas circundantes.
  Los escaparates poblaban las fachadas, en un sinfín de colores llamativos. Algunos mostraban representaciones tridimensionales de los objetos que vendían. Había quienes se paraban a mirar sus ofertas, para poco después reanudar su camino. Diversos letreros holográficos diseminados por la calle daban multitud de indicaciones, como direcciones posibles a tomar o información climática.
  Artemis sabía que allí había mucho más de lo que podía verse a simple vista. La forma en la que los híbridos veían la ciudad era muy distinta. Mientras ella simplemente los veía pasear, podían estar manteniendo conversaciones, comprando o incluso trabajando. Conocía la existencia de caminos ocultos. Indicaciones, representaciones y estructuras insustanciales que solo ellos podían ver. Existía todo un mundo digital, vetado para ella. Un espacio colosalmente grande que no tenía cabida en un contexto material. Un extraño lugar que solo podían percibir los habitantes de D3LTA.

  Sincronizó el ordenador que llevaba en la muñeca con la base de datos de la ciudad para fijar los horarios de los transportes, así como la ruta óptima a seguir para poder llegar al Acceso Sur, una de las cuatro entradas de uso civil.
  La ciudad disponía de otras muchas entradas, pero estaban destinadas principalmente al transporte de mercancías, controladas y mantenidas por máquinas. Además, existían otras rutas de uso militar, así como la estación de lanzamiento espacial. No obstante, cualquiera que deseara entrar o salir de la ciudad, debía hacerlo por uno de los cuatro Accesos: Norte, Sur, Este u Oeste. Y al sur era adonde se dirigía Solo esperaba no encontrar demasiados obstáculos para alcanzar su destino. Aunque eran frecuentes los incidentes que desembocaban en un asesinato perpetrado por algún hibrido que se había justificado acusando a alguien, la mayor parte de las veces sin fundamento, del uso de magia.
  Caminó a lo largo de dos manzanas, en dirección este, amparada por la sombra de los edificios. Una vez rebasados, se abrió ante ella una amplia avenida. Giró a la izquierda. Varias manzanas más y estaría en la estación del TAP, o Transporte de Pasajeros Automatizado. El siguiente obstáculo a sortear sería acceder a ella sin incidentes.
  Mientras caminaba, volteaba distraídamente su cabeza a ambos lados con cierta curiosidad. Tras tres años viviendo allí, seguía sintiéndose como un extranjero en un país desconocido. Reparó en una pequeña cafetería que sobresalía del edificio por uno de sus laterales. El camarero robótico se afanaba a realizar los pedidos y servía eficientemente a sus clientes, quien esperaban cómodamente sentados en algo que ella supuso serían sillas. La mesa ante ellos se encontraba suspendida en el aire, desafiando las leyes de la gravedad. Para Artemis, ver objetos levitando no era algo nuevo, pero le intrigaba saber como era posible que no interviniera la magia en ello.
  Caminó varias decenas de metros más, cuando se vio obligada a reprimir una exclamación de asombro, al ver lo que supuso sería una escultura, que se erigía en el mismo centro de la ancha calle. Era un gran óvalo en relieve, situado en el suelo, de el cual emergían diversas figuras en movimiento. Representaban escenas de sucesos históricos que, tras unos instantes, se desmoronaban emulando una cascada.
  Unos metros más lejos, sintió una punzada de indignación al cruzarse con una pareja que paseaba junto a un carricoche que también se desplazaba por el aire de forma misteriosa. La miraban fijamente, con desdén. Habían desviado su trayectoria describiendo una amplia elipse para evitar pasar junto a ella.
  Desvió su atención y se centró en la estación de transportes que ya podía distinguir a lo lejos. Era una edificación ancha, semejante a tres grandes cilindros superpuestos de forma adyacente. Su altitud era menor que los edificios que la rodeaban, pero la imponente entrada que se abría en su parte frontal le confería un aspecto de humilde magnificencia.  Varias representaciones holográficas situadas en su fachada informaban acerca de los horarios y destinaciones que ofrecían sus instalaciones. Se movían en una incesante danza espectral de luces y formas. Al acercarse más, comprobó que el acceso al edificio estaba custodiado por fuertes medidas de seguridad. Eran Meka de la SM, la Seguridad Mecanizada de la ciudad. Modelos mucho más avanzados que los que acostumbrada a ver en los suburbios. Disponían de un amplio arsenal, así como una rápida y muy potente IA. Entre los humanos del subsuelo, tenían fama de ser implacables.
  De pronto su inquietud aumentó, y se vio repentinamente empujada por una extraña sensación de impaciencia. Inmersa en sus cavilaciones y con la mirada fija en el horizonte, aceleró inconscientemente el paso mientras sentía incrementarse la presión en sus sienes.
  Ya ante la imponente estructura, se detuvo un instante a reflexionar. No pudo evitar fijarse en la singular belleza de su confección. Vio acercarse a un concurrido grupo de gente. Varias familias que charlaban animadamente mientras se dirigían a la estación. Comenzó a caminar tras ellos, en un intento de camuflarse situándose detrás.
  Mientras remontaba la rampa de acceso al edificio, un escalofrío recorrió su espalda al vislumbrar por el rabillo del ojo cómo uno de los guardias mecánicos se giraba, mirando en su dirección. Se concentró en disimular su intranquilidad y fingir indiferencia. Casualmente, vio como se le caía un objeto brillante a una chiquilla que caminaba junto al grupo que tenía delante, el cual se detuvo suavemente justo antes de tocar el suelo. Era una esfera cuya superficie se confundía de forma extraña con el entorno. Surcada por varios rayos de diversos colores. Instintivamente se agachó para recogerla, al tiempo que la pequeña se giraba en su dirección. Cogió el objeto cuidadosamente mientras la niña se le acercaba. Artemis, con una rodilla apoyada en el suelo, levantó la vista al tiempo que extendía su mano para devolverle el curioso objeto. Cuando sus miradas se encontraron, pudo ver un fugaz brillo emergiendo de los ojos de la pequeña. La niña tomó la esfera con sus pequeñas manos, al tiempo que sonreía y guiñaba un ojo. Luego dio media vuelta y se fue corriendo a reunirse de nuevo con el grupo.
  Artemis quedo momentáneamente paralizada por la extraña reacción. Se recompuso rápidamente al recordar la inquisitiva mirada del guardia. Miró discretamente en su dirección y comprobó con alivio que su vista volvía a estar fija al frente. Tras erguirse con toda la tranquilidad que pudo reunir, salvó la poca distancia que le faltaba para adentrarse en el edificio. Lo más difícil estaba por llegar.
  Una vez dentro, se encontraba en una concurrida estancia sin ventanas, cuya cúpula interior emitía un resplandor blanquecino que iluminaba la gran sala con una agradable luz. Olía de un modo curiosamente familiar, una mezcla entre esencias marinas y lavanda. El suelo, hecho de un extraño material parcialmente translúcido, se iluminaba tenuemente al pisarlo, dejando brevemente marcado el rastro de las pisadas de los transeúntes al pasar. A su izquierda había un terminal de información, representado por un busto que flotaba estático. Atendía a quienes se acercaban con una impertérrita sonrisa. Era un vestigio del pasado, destinado a quienes todavía acostumbraban a interactuar con simulaciones humanas para obtener indicaciones. En el lado opuesto había una pequeña tienda de souvenirs, que Artemis supuso debía ser, una tienda esotérica de extraños artículos macabros.
  En la pared opuesta, había una representación tridimensional del Sector Norte, de un realismo notable. Flotando a corta distancia, pequeñas sucesiones de puntos de luz se desplazaban mostrando las principales rutas del servicio de transportes. A su lado, varias indicaciones en relieve, mostraban los horarios de próximas salidas desde aquella estación.
  Caminó unos metros, hasta llegar a la línea de seguridad, que dividía la enorme sala en dos mitades. Pasaría a través de varios arcos consecutivos, que analizarían hasta la última fibra de su cuerpo, en busca de armas o cualquier objeto sospechoso.  Ella solo tenía que atravesarlos. Su ordenador haría el resto.
  Hacía un tiempo que había conseguido un pasaporte digital, de una mujer fallecida hacía tiempo. Con él, se haría pasar por una híbrida llamada Valeria Proudmore, y saltarse así múltiples controles de seguridad, de acceso restringido para los humanos.
  Caminó con decisión bajo los arcos, sorteándolos uno a uno. Al llegar al cuarto se sobresaltó al escuchar varios pitidos, seguidos de una voz que provenía de ambos lados de la estructura de detección.
  -Por favor, avance hasta la salida y diríjase a la derecha para una inspección rutinaria -dijo la voz.
Con el corazón en un puño, atravesó los arcos restantes y se encaminó a su derecha, como le habían indicado. Se encontró ante un apuesto joven, vestido de uniforme, que la miraba de forma inexpresiva.
  Con un excepcional dominio de sus emociones, le devolvió la mirada y preguntó con frialdad:
  -¿Qué ocurre? ¿Hay algún problema?
  -Hemos detectado que transporta materiales de extraña procedencia. ¿Podría indicarme el motivo de su viaje?
  -Por supuesto. Me envía el señor Tharkof –mintió –. Me ha pedido que lleve a analizar estos materiales, obtenidos en una extracción minera, para verificar el riesgo de exposición al manto. Me dirijo al distrito 18.
  -¿Tiene usted algún tipo de acreditación para el transporte de materiales exóticos? -preguntó el vigilante impasible.
  -Lo lamento, pero la situación es muy urgente y no ha habido tiempo de formalidades. Como sabe, si se perfora excesivamente cerca del manto, hay un alto riesgo de provocar una inundación parcial de los suburbios. Es un coste que la ciudad no puede permitirse por un error burocrático. -Echó un rápido vistazo a la identificación -. Y usted no quiere ser el responsable de que eso ocurra, ¿verdad señor Vargas?
  -No, no, por supuesto. –Contestó el guardia cuyo rostro ahora mostraba una clara preocupación.
  -Bien. Ahora, si no es molestia, tengo órdenes de presentarme lo antes posible en el laboratorio, ¿me dejará pasar?
  -Por supuesto. Discúlpeme, no hay razón para entretenerla más. Por favor, sígame. Le facilitaré el acceso.
  -Se lo agradezco.
  Le siguió por unos pasillos que bordeaban la línea de seguridad, ahorrándose los siguientes controles, así como el coste del transporte. El desarrollo de los acontecimientos la favorecía por el momento.
  -Siga recto por este andén, el deslizador de la derecha la llevará a su destino. Está a punto de partir. –Dijo el guardia señalando uno de los convoyes. –Que tenga usted un buen viaje.
  -De nuevo, le doy las gracias por su ayuda y discreción. -Contestó Artemis, sonriendo cortésmente.  -Que tenga usted un buen día.
Caminó a lo largo del andén, echando ojeadas a los vagones, que conectados en larga sucesión, se hallaban a su derecha. Al llegar a la parte delantera, entró y se sentó cómodamente en un asiento, junto a una ventana, dejando su mochila en el asiento contiguo.
  Allí sentada, contemplando como el tren se iba llenando de pasajeros consecutivamente, Artemis se permitió el lujo de relajarse. Adelantando el momento de deleitarse con el fabuloso espectáculo que le ofrecería la ciudad, desde el aire. Supuso que sería lo más cerca que estaría de poder verla desde lo alto de algún edificio. Detestaba la vida en los suburbios, y del mismo modo, también aquella sociedad que despreciaba y excluía a los humanos, forzándolos a vivir en ellos. Pero eso no le impediría poder disfrutar de la belleza de sus construcciones en la superficie.
  El deslizador inició su marcha, dejando atrás la estación, y se elevó a decenas de metros de altura, con una suave ascensión vertical. Artemis, que miraba maravillada por la ventana, comprobó con asombro como las personas se reducían hasta parecer una sucesión de puntos moviéndose en formación. Mientras observaba absorta, pensó que lo que a pie de calle parecía un movimiento caótico, desde aquella perspectiva cobraba cierto sentido. La gente se movía siguiendo una serie de patrones, semejantes a corrientes, que desembocaban en último término, en una u otra ubicación.
  El convoy inició su movimiento horizontal, siguiendo la ruta que tenía establecida. Ruta que podía visualizarse en una representación holográfica que había en el interior del vagón. Representación a la que Artemis echaba fugaces ojeadas para conocer su posición.
  El deslizador se movía a escasa distancia de los edificios, usando la topología de las diversas estructuras a modo de caminos. A su lado viajaban infinidad de vehículos, en direcciones muy dispares. Artemis tenía algunas nociones sobre el funcionamiento de su tecnología, supuso que llegado el momento podría serle de utilidad. Por lo que sabía, los transportes viajaban tan cerca de las edificaciones para aprovechar en la medida de lo posible la energía cinética que producía su movimiento. De este modo, se reutilizaba toda la energía posible. Al parecer muchas estructuras en la ciudad usaban un sistema similar para reaprovechar mejor los recursos. Era un sistema ciertamente ingenioso.
  Tras veinticinco minutos de trayecto, llegó a su destinación,  la Sede de Teleportación en el distrito 25. Allí era donde se encontraba el emisor de materia. Era la forma más rápida de recorrer grandes distancias en poco tiempo. El sistema abría una brecha en el espacio-tiempo y permitía conectar dos puntos separados por miles de kilómetros.
  Se apeó en una plataforma, ubicada a treinta metros de altura, que sobresalía por un lateral del edificio. A sus lados, había múltiples estructuras tubulares que descendían hasta el suelo. En cada una de ellas había una pequeña abertura de un metro de anchura. Artemis se acercó cuidadosamente a una de ellas. Cuando estuvo cerca, pudo ver que el interior del receptáculo carecía de ninguna plataforma donde subirse. Observó discretamente a otro pasajero que se había bajado en la misma estación. Vio como éste entraba y se dejaba caer. Emuló sus movimientos, esperando que no llevara implantado ningún dispositivo necesario para que aquel sistema funcionara correctamente. No quería acabar aplastada en el suelo. Para su sorpresa, tras entrar comprobó que descendía lentamente, como si en aquel pequeño lugar la gravedad se viera de algún modo alterada. Dentro, la iluminación se redujo a un sinfín de pequeños leds anaranjados que ascendían paulatinamente ante sus ojos.
  Cuando hubo bajado, bordeó el edificio a fin de localizar la entrada principal. Era una gran edificación circular, de unos cincuenta metros de altura. La superficie mostraba un sinfín de piezas en constante transformación. Flotaban bordeándola, formando una enorme espiral ascendente en continuo movimiento alrededor del edificio. La parte superior estaba copada por diversas estructuras cilíndricas, a modo de chimeneas. Que expulsaban regularmente potentes chorros de energía que se elevaban a gran altura, perdiéndose en la inmensidad del cielo.
  La entrada estaba custodiada por varios Meka. Caminó con decisión sin reparar en su presencia.
  Cuando estaba cruzándola, uno de ellos se situó frente a ella, impidiendo su avance. Se detuvo inmediatamente, paralizada por el temor y la duda.
  -Identifíquese, por favor. –Dijo el androide toscamente.
  -Soy Valeria Proudmore. –Contesto Artemis con voz temblorosa.
  -Espere mientras compruebo su identidad.
  Pasaron varios segundos durante los cuales el Meka permanecía inmóvil ante ella. La inquietud hizo presa de la joven, cuyo temor aumentaba por momentos. Sus planes podían finalizar repentinamente de descubrirse su falsa identidad. Si dejaba que indagaran acerca de ella, no tardarían en darse cuenta de que la verdadera Valeria llevaba años muerta. En el mejor de los casos, la apresarían y la encerrarían. Debía hacer algo, y rápido.
  Canalizó la magia en su mente, sintiendo la agitación en su interior. Sus ojos comenzaron a emitir un tenue resplandor anaranjado, a medida que notaba acrecentar su poder. Liberó la energía de su confinamiento mental, haciendo que invadiera todo su cuerpo. Inmediatamente después, con un rápido y grácil movimiento, levanto su mano derecha, con los dedos extendidos, y pronunció las palabras en el lenguaje de la magia que completarían la ejecución del hechizo:
  -Electrica fulgur.
  De su mano, emergió una destellante descarga eléctrica, que impactó en el cuerpo del androide, extendiendo chispas por toda su estructura mecánica. Éste, tras unas breves sacudidas convulsas, se encogió como presa del desánimo, mientras comenzaba a emerger un humo denso y oscuro de diversas partes de su cuerpo. Artemis salió disparada hacia el interior del edificio, sorteando ágilmente el androide inerte que tenía ante si.
  Accedió al interior precipitadamente. Se hallaba en una sala circular, de enormes proporciones. A ambos lados, había sendas estructuras de forma esférica, de las cuales sobresalía un conducto de dos metros de diámetro. De ellas salían personas alternativamente. Según concluyó Artemis, debían ser los portales de entrada. En la parte frontal de la estancia, varias estructuras cilíndricas se elevaban hasta la parte superior de la sala. En cada una de ellas había una compuerta automatizada que permitía el acceso a su interior, y frente a éstas, un grupo de híbridos formando cola esperando su turno.
  Se abrió paso precipitadamente, a empujones, hasta una de las cápsulas. Ignorando las exclamaciones de sorpresa e indignación que iban surgiendo a su paso, entró en el receptáculo. El ordenador de su muñeca emitió un breve pitido. Un rápido vistazo le indicó el importe del servicio: doscientos cincuenta créditos. Pulsó un botón en el terminal. Éste emitió un zumbido de confirmación cuando la transferencia se hubo completado. La compuerta comenzó a cerrarse con exasperante lentitud. Poco antes de cerrarse completamente, pudo ver un Meka de la SM, deslizándose a toda velocidad en su dirección. Mientras avanzaba, el metal de sus extremidades superiores comenzó a retorcerse de forma extraña, reconfigurando su estructura externa. Un instante después, podía distinguirse claramente el potente armamento que llevaba integrado.
  -¡Alto! ¡Deténgase! – Ordenó con su voz metálica.

  Artemis alcanzó a distinguir varias ráfagas de plasma dirigiéndose rápidamente hacia ella. Instantes después, oscuridad.

Una reyerta de instituto

Ésta es la historia de un joven adolescente de 16 años llamado Javi, cuya vida hasta el momento le había traído más tristezas que alegrías. A su edad ya conocía sobradamente los peligros que se esconden en los rincones de una gran ciudad. Había reído tanto como cualquier otro chico de su edad, pero había sufrido más que la mayoría. Sus padres estaban en proceso de separación y las continuas discusiones domésticas estaban a la orden del día. También conocía perfectamente la oscura corrupción que puede alojarse en el corazón de una persona, y había aprendido a convivir con la suya propia. Aunque esa parte oscura ocupara un espacio minúsculo en su corazón.
   Había estado enamorado en tres ocasiones y solo en una de ellas había conseguido arrebatarle un beso a una joven muchacha. Pero hacía tanto de de aquello que apenas se había convertido en un vago recuerdo. Aún y con todo, todavía desconocía el significado de la palabra amor.
   Su vida en el instituto era emocionalmente diversa. Se movía en un amplio círculo de amistades que lo apreciaban y respetaban por igual. Su aspecto era como el de muchos otros adolescentes por aquel entonces, aunque era transversalmente diferente al de sus compañeros de clase. Llevaba el pelo rapado y solía vestir con ropa de corte militar. Siempre encontraba alguna excusa para calzarse su entonces flamante  Alpha Industries que solía combinar con pantalones Addidas o tejanos azules no demasiado ajustados. No era especialmente apuesto, y a pesar de su apariencia llevaba siempre consigo una nada desdeñable colección de chistes y comentarios ingeniosos que contagiaban su buen humor a todo aquel que se le acercaba. Le resultaba muy sencillo arrancarle una sonrisa a cualquiera por muy decaído que pudiera estar. Pero por desgracia, eso no bastaba para atraer la atención del sexo opuesto. Y su indumentaria, junto con su inevitable atracción por los problemas no facilitaba precisamente la tarea.
   A pesar de todo, era un chico colmado de bondad. Algo que era muy sencillo percibir por aquellos que lo conocían realmente, puesto que siempre que estaba en su mano se prestaba a ayudar a quien pudiera necesitarlo. Esta irrefrenable y a veces irracional costumbre le había granjeado la amistad de mucha gente, pero al mismo tiempo le había traído muchos problemas, al inmiscuirse en asuntos ajenos. A pesar de no ser excepcionalmente valiente, no habían sido pocas las veces que había acudido en ayuda de alguien que se hallaba en apuros, aunque fuera evidente que las consecuencias irían en su propio detrimento. No solo no soportaba las injusticias, sino que el simple hecho de presenciarlas disparaba un resorte en su mente, que le hacía instintivamente actuar.
   Era precisamente esta, en apariencia, ausencia de miedo la que de forma casual le había llevado a relacionarse con diversos delincuentes juveniles de condición muy dispar, y al mismo tiempo era la razón de que muchos en su instituto lo respetaran y, en algunos casos, lo temieran.
   Pero su vida no estaba precisamente plagada de relatos heroicos. Él mejor que nadie sabía lo que era sentirse humillado. Se había metido en más peleas de las que era capaz de recordar, muchas de las cuales las había perdido. Y el recuerdo de estos hechos fue principalmente lo que le llevó a no deshacerse de aquellas amistades de cuestionable valor. Era plenamente consciente de que a pesar de que la lealtad que le profesaban  pudiera estar en tela de juicio, podían serle de utilidad llegado el momento. Y a poco menos de dos meses de sus vacaciones de verano ocurrió algo que le hizo pensar fugazmente que podría haber llegado ese temido momento. Las circunstancias concretas que llevaron al desenlace final son algo confusas, pero en esencia se reducen a una serie de reiteradas provocaciones y desplantes realizadas por un chico dos años mayor, llamado Alan.
   Alan era un joven bastante atractivo de 18 años. Era rubio, con ojos azul cielo y una forma física envidiable. Era conocido por su actitud altanera y por su dominio de las artes marciales, algo que exhibía con frecuencia en el patio del instituto. El respeto que se había ganado nuestro joven protagonista en el instituto no le había pasado desapercibido a Alan, que llegado el momento, se había auto-impuesto la tarea de humillarle y desacreditarle públicamente. Para ello se valía de sutiles provocaciones y de comentarios jocosos oportunamente dirigidos.
   Javi también tenía cierta habilidad para la lucha, pero era consciente de que no era suficiente para poder enfrentarse abiertamente a Alan con garantías de éxito. A pesar de todo, no podía permitir que esa situación se prolongara y se convirtiera en una costumbre, por ese motivo una templada mañana primaveral decidió firmemente atajar la situación de forma abrupta, a pesar de las consecuencias que pudiera acarrearle.
   Siendo consciente de su inferioridad física, principalmente debida a la edad, aquella mañana decidió esconder un enorme cuchillo de cocina junto a sus libros, en la mochila. Evidentemente no tenía intención de utilizarlo para herir a nadie, pero esperaba poder amedrentar de forma definitiva a su oponente. Con esa idea fija en sus pensamientos y no sin cierto temor, Javi se dirigió aquella mañana al instituto. La primera hora paso más rápido de lo que pudo percibir, pues su mente vagaba errática por inciertos senderos. Una vez llegó la hora de la pausa, salió al patio sin perder el tiempo en conversaciones y en cuanto tuvo oportunidad, se acercó con decisión al encuentro de su confiado enemigo.
   Lo encontró en el patio, junto a una pared, con la espalda y la planta del pie derecho apoyados en la misma. Recorría con la mirada los alrededores como si fuera el dueño del lugar. Su mirada se centro entonces en el chico que se le acercaba y pareció sorprenderle que se dirigiera directamente hacia él. Javi modificó ligeramente su trayectoria de forma que pasara junto al otro chico, y cuando estuvo lo suficientemente cerca habló resueltamente.
   -Espérame fuera cuando acaben las clases, si te atreves – Fue lo único que le dijo. Y ante la mirada de estupefacción de Alan se alejó con paso firme.
   Las horas siguientes la noticia se había extendido con increíble rapidez y para cuando llegó la hora, ya lo sabía todo el instituto. Todos habían estado esperando ansiosos la finalización de las clases para presenciar el enfrentamiento, todos menos Javi. De haber tenido opción, habría preferido estar en cualquier otro lugar antes que enfrentarse abiertamente a alguien que le doblaba en masa muscular, y probablemente en técnica.
   Según algunos el desenlace era incierto. Las habilidades que Alan mostraba con frecuencia le dotaban de especial interés al conflicto, pero por otra parte, las inquietantes amistades que se esperaba que Javi trajera lo convertían en un hecho de enorme interés que no se pensaban perder.
   En contra de lo que todos pensaban, Javi solo había llamado a un amigo, pues no tenía ninguna intención de pelear, y su única finalidad era infundirle suficiente miedo a Alan como para que dejara de molestarle. Realmente, de habérselo propuesto, podría haber traído a suficiente gente como para intimidar a Alan y al instituto entero, incluyendo a los propios profesores. Pero sabía haber actuado así habría sido excesivo, y también que  la policía habría acudido rápidamente y en el mejor de los casos, su expulsión del instituto estaba más que garantizada. Además, no era aconsejable pedirle favores a según que personas, si no era realmente necesario. Lo que pensaba hacer era igualmente arriesgado, pero estaba convencido de que las consecuencias serían en comparación, mucho menores.
   Llegado el momento, la finalización de las clases había convertido la entrada del instituto en una concentración de gente suficientemente importante como para que cruzar la calle resultara una tarea imposible. Y habría sido una tarea imposible para Javi, de no ser porque la gente se apartaba a su paso. Algunos lo miraban con reverencia, esperando una actuación triunfal que acabara con la actitud chulesca de Alan. Otros lo observaban con desdén, como si verse envuelto en semejante embrollo fuera algo demasiado estúpido como para merecer su aprobación. Solo unos pocos lo observaban con lástima, temiendo un fatídico desenlace que finalizara con unos cuantos huesos rotos y el sonido de la sirena de una ambulancia.
   Lo que pasaba por la mente de Javi en ese preciso instante es imposible saberlo con certeza. Si sentía temor o dudas lo disimulaba con increíble eficiencia. Y ante la mirada expectante de decenas de personas, se dirigió sosegada pero resueltamente hacia su inevitable encuentro con el destino que le esperaba a solo unos metros de el.
   Cuando estaba a poca distancia de Alan, distinguió entre la gente a la persona a la que había llamado aquella mañana. Su enorme estatura y constitución destacaban entre la gente. Los más de dos metros de altura que medía no pasaban desapercibidos para nadie. Se lo conocía por Gigi, aunque no era ese su verdadero nombre.
   Ambos se miraron fugazmente a los ojos. No fueron necesarias palabras para que supieran lo que debían hacer. Gigi se colocó junto a su amigo, a la vez que Javi recorría los metros que le faltaban hasta situarse frente a Alan. Una vez allí, plantado ante el, se percató con gran sorpresa y cierto temor de que Alan tampoco venía solo. Toda aquella gente que estaba a su lado no venía únicamente a mirar. Junto a él había cerca de veinte chicos de su misma edad, dispuestos aparentemente a enfrentarse a lo que hiciera falta. A su lado estaban la mayor parte de sus compañeros de clase. Todos ellos miraban severamente al chico que acababa de llegar con la intención de intimidarle.
   Javi dejó en el suelo la mochila que llevaba colgada al hombro, saco pecho y miró de forma sostenida y muy intensa a Alan a los ojos. En su mirada no había ni rastro de miedo o dudas. Sus ojos únicamente desprendían ira y odio. Era una mirada estudiada que había desarrollado tras tiempo relacionándose con gente de la peor calaña. Y así permaneció durante unos interminables segundos que parecieron minutos. La calle atestada de gente se vació de pronto de todo sonido, creando un silencio totalmente antinatural en aquellas circunstancias. Únicamente la voz de Alan rompió el silencio.
   -Eres muy chulito, chaval –Dijo, mostrando una sonrisa desdeñosa.
   -Y tú eres un cobarde –Contestó Javi, casi sin pensar.- Te metes con un pavo dos años más pequeño y además te traes a toda esta peña. De qué tienes miedo?
   Durante breves momentos el silencio volvió a adueñarse de la calle, envolviéndolos a ambos. La cara de Alan mostró sorpresa, luego vergüenza y por último rabia. Varios de los amigos que lo acompañaban se miraron entre si, y justo cuando estaba a punto de responder, Javi se le adelantó.
   -Te advierto una cosa. –Dijo de pronto, imprimiendo en sus palabras toda la seguridad y convicción de la que fue capaz- Como vuelvas a meterte conmigo, te rajo.
   El miedo pudo verse perfectamente reflejado en el semblante de Alan. Y en un último esfuerzo aparentemente titánico, intentó por segunda vez articular una respuesta. Pero esa vez tampoco pudo emitir ningún sonido audible. En el preciso instante en el que estaba a punto de hablar, Javi dio un paso al frente sin dejar de mirarlo con seriedad. Alan retrocedió instintivamente y en un acto inconsciente miro a ambos lados, buscando algún signo de apoyo en sus amigos. Nadie se movió.
   Pese a que el rostro de Javi formaba una máscara imperturbable, le alivió enormemente comprobar que había dado en el clavo. Pese a toda su fanfarronería, sus habilidades marciales y su desbordante chulería, Alan no era más que un cobarde. Y fue en aquel preciso momento cuando el joven muchacho comprendió qué lo que hace peligrosa a una persona no es la fuerza de sus brazos, sino la convicción de sus creencias y la irracionalidad de sus acciones.
   Concluyendo que ya no hacía falta añadir nada más, Javi cogió su mochila y volvió a colgársela al hombro. Sin mediar palabra volvió a mirar al otro chico a los ojos, dio media vuelta con exagerada lentitud y se alejó sosegadamente, con la misma serenidad con la que había llegado, seguido por Gigi y ante la mirada de estupefacción de todos los presentes.
   Podían distinguirse muchas caras de decepción entre la gente. Probablemente era debido a la ausencia de acción, pero a pesar de ello Javi pudo notar sobre si muchas miradas de aprobación y de admiración, lo que ensanchó su orgullo considerablemente.
   Al parecer, temiendo una inminente reyerta, algún profesor había llamado a la policía, que llegó tiempo después de que el tumulto se hubiera dispersado, mucho después de que Javi y Alan hubieran abandonado el lugar. Justo en el preciso momento en el que ya no era necesaria su presencia.
   Javi recorría la calle contigua al instituto acompañado de su amigo. Le temblaban ligeramente las piernas y sentía una indescriptible sensación de alivio. En ese momento, todos sus esfuerzos estaban centrados en disimular esas emociones y en mantener un semblante de impasibilidad.
   -Lo has acojonado de la hostia –Dijo Gigi con un tono jocoso en la voz.
   -Hablaba en serio –contestó Javi mientras extraía parcialmente el enorme cuchillo de cocina de su mochila.
   -Estás loco –Atinó a decir su amigo, sonriendo tras la impresión inicial.
   Ambos se dirigieron al Gredos, un bar donde se juntaban los estudiantes del instituto para aliviar la tensión de los exámenes, o simplemente donde iban a pasar el rato en alguna fortuita escapada durante las clases. Se tomaron unas cervezas y se jactaron de lo que habría ocurrido si hubieran traído más gente. Rieron con ganas valorando la posibilidad de que Alan pudiera haberse meado en los pantalones.
   Poco después llegaron los compañeros de instituto de Javi. No escatimaron en elogios y en comentarios sobre las diversas y divertidas caras que había puesto Alan durante el breve encuentro. El agradable ambiente ayudó a disipar la tensión acumulada en el cuerpo de Javi y al cabo de poco tiempo ya no había ni rastro de ella. Para  entonces, las risas y las bromas reinaban en toda la estancia mientras el camarero se afanaba por satisfacer a sus múltiples clientes.
   -Y que habrías hecho si se te hubieran tirado todos encima? –Preguntó Dani con un tono de duda e inquietud en la voz.
   -A alguno me habría llevado por delante –Respondió Javi muy serio, mientras sacaba el imponente cuchillo de la mochilla con un rápido movimiento, haciéndolo rotar hábilmente sobre el mango.
   Dani lo miró sin saber que decir. El bronceado tono de su piel parecía haber perdido color de repente.

   Esa misma tarde. Javi disfrutaba de la apacible tranquilidad reinante en su casa, y se relajaba fumando un cigarro apoyado en la barandilla del balcón, mientras su mirada contemplaba abstraída el horizonte. A lo lejos podía verse el mar, junto a tres grandes chimeneas semejantes a tres altas torres.
   Al mismo tiempo, y a bastante distancia de allí, Gigi caminaba apresuradamente junto a otro chico, que se hacía llamar Capi. Su porte decidido, su fiero aspecto y su profunda e inquietante mirada hacían que más de uno se cambiara de acera nada más verlo venir a lo lejos. No era tan alto como su amigo, pero su metro ochenta y cinco de estatura, unido a su intimidante apariencia, no invitaban a acercarse a él.
   Se dirigían a El Corte Inglés con la intención de birlar algo que estuviera a mano y fuera lo suficientemente pequeño como para poder sacarlo de allí sin ser vistos. A poca distancia de su objetivo, el destino quiso que se encontraran de frente con Alan, que estaba sentado en unas escaleras junto a otro chico. Capi ya estaba al corriente de lo ocurrido esa misma mañana, y solo le bastó que Gigi le informara de quién era aquel chico sentado frente a ellos para saber que debía hacer. Se dirigió rápidamente y con decisión hacia Alan y se planto a pocos centímetros de su cara.
   -Tú eres Alan? –Dijo con la mirada extraviada de alguien que no está plenamente en sus cabales.
   -S..sí –Contestó Alan, sin poder disimular el temor en su voz al reconocer la imponente figura de Gigi a su lado.
   -Tú no sabes con quien te metes –Le espetó con un tono entre el enfado y la burla  –El Buti está to grillao. Se junta con peña de la Mina, de Trajana y de la Soller. Déjalo tranquilo primo… es por tu bien.
   Capi sonrió con malicia mientras le daba dos sonoras tortas a Alan, de esas que no duelen, pero sí pican.
   -No querrás que volvamos a vernos, verdad?. –Y sin esperar una respuesta, subió las escaleras pasando por su lado, seguido por Gigi. Los dos chicos se adentraron en el gran almacén, dejando tras de si a un Alan tembloroso y asustado.

   En los escasos dos meses que le quedaban a Javi para finalizar aquel curso, Alan no volvió a molestarle. A veces se cruzaban por casualidad en un cambio de clase o durante la pausa de media mañana. Cuando eso ocurría, mientras uno intentaba aparentar indiferencia, el otro bajaba repentinamente la vista al suelo. Aquel desenlace no fue más que una extraña mezcla de suerte y casualidad, pero Javi había conseguido exactamente lo que se había propuesto. Vivir en paz.

Una noche en Skyrim

La susurrante noche bañaba con su oscuridad la apacible villa de Soledad cuando, el sonido de unos cascos, arrastrado por el viento, comenzó a filtrarse en la avenida principal. El hombre que se acercaba, fuertemente custodiado por las sombras, era indistinguible a simple vista. Envuelto en sus negros ropajes, avanzaba con cautela, a lomos de un corcel azabache, mientras el embriagador aroma a lavanda se arremolinaba a su paso, envolviendo sus sentidos.
  Al llegar a la altura de la posada El Enano Sediento, se desvió a su derecha por un estrecho callejón y se apeó ágilmente de su montura en completo silencio. Tras atar las riendas a un poste que sobresalía del edificio contiguo, se volvió para observar con más atención la edificación de piedra junto a la que se encontraba. Recorrió con su mirada la irregular superficie, hasta que se vieron reflejadas las estrellas en sus enigmáticos ojos.
  Súbitamente, surgidas de la penumbra, unas curtidas manos se asieron con firmeza a la fría roca, al tiempo que el hombre iniciaba su ascenso por la escarpada pared. El tenue resplandor de la luna menguante iluminaba sus fornidos brazos, ahora al descubierto, perfilados sutilmente en la penumbra. Ascendía sistemáticamente, con la rapidez de alguien con años de experiencia, aferrándose sin vacilar a cada relieve.
  Una vez remontada la pared, se agarró con ambas manos al contrafuerte y subió al tejado en un único y rápido movimiento. Inspeccionó brevemente la estructura desde su nueva perspectiva en busca de alguna debilidad que pudiera aprovechar para acceder a su interior.
  De pronto, un repentino alboroto atrajo su atención. Se aferró instintivamente a la empuñadura de su espada, oculta bajo la túnica. Dos borrachos salían dando tumbos, riendo y gritando. Aguardó agazapado en el tejado. Al acecho, amparado por la oscuridad. Aquellas voces incoherentes no tardaron en diluirse en la distancia, en la espesa negrura.
  Reanudó su búsqueda con destreza felina. Se movía con la armoniosa belleza de una brizna de hierba mecida por el viento. Con la sutileza de un susurro. Tras recorrer rápidamente el tejado, localizó una ventana con los postigos abiertos en un extremo del edificio. Miró fugazmente por la abertura y se precipito en su interior.
  Se encontraba en una pequeña habitación, con varios muebles y un camastro. Un intenso olor a alcohol impregnaba la vacía estancia. Se acercó sigilosamente a la puerta. Estaba cerrada con llave. Extrajo un pequeño cuchillo plateado de su bota con el que no tardó en forzar la cerradura.
  Abrió ligeramente la puerta, entornando sus ojos hasta acostumbrarlos a la iluminación del pasillo. Tras comprobar que estaba desierto, salió con cuidado, recorriéndolo hasta llegar a unos estrechos escalones de madera que bajaban a la primera planta. Descendió por ellos con suavidad, sin llegar a arrancarles ningún crujido quejumbroso.
  Ya abajo, se encontró en una sala de grandes proporciones. Había varias mesas lustrosas, media docena de sillas apiladas y diversas estanterías con todo tipo de licores.     Todo estaba pulcramente ordenado y en calma. Se encaminó al tablero desde donde el posadero atendía a los huéspedes. Lo inspeccionó cuidadosamente hasta encontrar el libro de cuentas. Lo cogió y comenzó a pasar páginas apresuradamente hasta localizar la entrada que estaba buscando: la penúltima. Tomó nota mental de su ubicación y cerró el tomo, dejándolo en su lugar para luego remontar de nuevo el ascenso por la tortuosa escalera.
  Vagó por los pasillos del primer piso hasta encontrar la habitación que estaba buscando. Ya ante su puerta, aguzó el oído asegurándose de que su presencia allí pasaba desapercibida. Extrajo de nuevo el cuchillo de su bota y se dispuso a forzar la entrada. El único sonido apenas audible que se escuchó, fue el leve chasquido de la cerradura al abrirse. Entró en la habitación como la bruma invernal, cerrando la puerta tras de si. Volvía a encontrarse en la penumbra, amparado por las sombras.
  La habitación constaba de dos dependencias conectadas entre si. Se encontraba en la sala de estar, que únicamente disponía de varios muebles, un par de sillas y una mesa. Frente a él había una puerta, tras la cual se hallaba su objetivo, que esperaba encontrar durmiendo.
  Se aproximó lentamente, escrutando la oscuridad. Empujó ligeramente el postigo y este se abrió parcialmente. Distinguió una cama vacía, iluminada por la exigua luz de un candil. Junto a ella, había una mujer cómodamente recostada en un sofá de piel, completamente absorta en la lectura de un pesado libro que sostenía en su regazo.
  Entró lentamente en la estancia, en completo silencio pero con determinación. El contorno de su cuerpo comenzó a materializarse sutilmente a medida que se adentraba en el radio que abarcaba la mortecina iluminación.
  La hermosa mujer no tardó en reparar en su presencia. Quedó momentáneamente paralizada. Sus facciones congeladas en un rictus de sorpresa, mientras un repentino escalofrío recorrió súbitamente su espalda. El fugaz destello proveniente del metal que el misterioso hombre tenía en su mano no pasó desapercibido ante sus despiertos ojos. De pronto su aliento se extinguió y el tiempo se detuvo.
  Fue el hombre quien habló. Con su voz grave y un peculiar acento norteño.
  -He sobrevivido a cientos de batallas, me he enfrentado a un sin fin de peligros y he burlado a la muerte en incontables ocasiones. –Se acercó más a ella-. Pero todo eso no es nada, comparado con el suplicio que supone estar lejos de ti, amada mía.
  -Recibí tu mensaje –contestó la mujer con patente preocupación -. Estaba muy asustada. Qué ha pasado, por qué querías que nos viéramos aquí, lejos de nuestro hogar?
  -He desertado –se justificó -. Considero que mi deuda con el imperio ha quedado sobradamente saldada, y el cauce que han tomado los acontecimientos en la guerra no ha hecho más que reafirmar mi decisión. –Su mirada se endureció -. La corrupción se extiende por doquier entre las filas de la legión. Ya no hay honor. Ya no hay justicia.
  -Y qué vamos a hacer ahora? Deben de estar buscándote.
  -En efecto –confirmó él -. Aunque, he reunido muchas riquezas en mis viajes y aventuras. No te preocupes, de un modo honrado. Huiremos lejos de esta tierra, viviremos donde queramos y como queramos. No tenemos mucho tiempo amor mío. Debemos partir esta misma noche. –Se interrumpió brevemente -. Pero antes, hay algo que me gustaría decirte.
  La mujer sonrió con perspicacia.
  -Este es el aro de Tarsis –dijo mostrando la pulsera que sostenía en su mano -. Me fue otorgado al librar la ciudad de un prolongado asedio durante la guerra del Martillo. Me sentiría muy honrado si decidieras aceptarlo como muestra de nuestro amor imperecedero.
  -Yo lo acepto, y prometo llevarlo con orgullo mientras viva. Que la diosa Mara sea testigo de nuestra unión, y que nos bendiga con su gracia –contestó la mujer al tiempo que se ajustaba el abalorio en su muñeca.
  La mujer lo miró con ternura, mientras una dulce sonrisa se dibujaba en su rostro.
  -Te he echado mucho de menos, cariño mío –susurró, rodeándolo con sus esbeltos brazos.

  Ambos se fundieron en un estrecho abrazo, besándose apasionadamente. Aunque no había mucho tiempo para la ternura, pues estaban a punto de embarcarse en una peligrosa aventura. Su viaje estaba a punto de comenzar.