jueves, 14 de mayo de 2015

Capítulo 1 de mi libro

  Tan pronto sonó la alarma, Artemis se levantó de un salto y se encaminó resueltamente hacia el baño.
  -Luces
El estridente sonido cesó al instante y el techo comenzó a irradiar paulatinamente la agradable luz perlada que tenía configurada.
  Curiosamente, allí abajo la tecnología llevaba obsoleta varias décadas, y a pesar de haber pasado de tanto tiempo viviendo en aquella ciudad, le seguía resultando extraño su funcionamiento. Ella consideraba que eran artilugios útiles, aunque excesivamente suntuosos.
  Su apartamento, ubicado en los suburbios, se hallaba en el subsuelo, bajo tierra, como tantos otros que había diseminados por toda la ciudad. Ahí era donde habitaba la mayoría de los humanos y todo aquel híbrido que no quería ser encontrado. Cualquier zona en desuso que pudiera aprovecharse, era habilitada para albergar viviendas o zonas comunes que permanecían en cierto modo, al margen del férreo control de la ciudad.
    La decoración de su apartamento era esencialmente espartana, más propia del despacho de un funcionario. De modestas dimensiones y con la vetusta arquitectura de formas rectangulares.
  En un rincón estaba su cama, orientada en la dirección de una pantalla enorme, suspendida en la pared frontal, a la derecha de la entrada. Contigua a ella podía verse una encimera anexada a un pequeño fregadero, con dos cazos, un plato y algunos cubiertos. Había una pequeña mesa de madera junto a una silla del mismo material, sumamente escaso en aquel lugar del mundo, cuyo tacto le provocaba cierta satisfacción y nostalgia. El apartamento disponía de un pequeño baño, muy sobrio, con lo estrictamente necesario. Flanqueando la entrada había un espacioso armario metálico plateado, con un panel numérico en el lateral derecho. Artemis no precisaba más, y agradecía la intimidad que le proporcionaba la ausencia de ventanas y el aislamiento sonoro propio de una construcción subterránea. Un silencio únicamente roto por el imperceptible rumor proveniente del respiradero situado sobre la cabecera de la cama.
  Una vez se hubo aseado meticulosamente, mientras secaba su preciosa melena, comenzó a repasar de nuevo el itinerario que seguiría. Se vistió y salió del baño.
  Se situó frente al armario. Tecleó la clave en el terminal y tras un pitido de confirmación, se replegó hacía arriba la plancha metálica que bloqueaba el acceso a su contenido. Cogió su mochila del interior y la colocó sobre la cama donde, a todo prisa, comenzó a introducir lo indispensable para su viaje. Primero colocó su preciado libro de hechizos en el fondo. Un regalo de su padre, en el cual había escritos sortilegios muy diversos de gran utilidad. Desde los más básicos para encender fuego o crear luz, hasta los más complejos y peligrosos, capaces de alterar el tejido de la realidad. Muchos de ellos no los dominaba todavía, una de las razones por las que aun conservaba el tomo, además de ser uno de los recuerdos de su querido padre.
  A su lado colocó la cajita de acero donde guardaba sus cristales sensoriales, junto a los que se encontraba el dispositivo para visualizar a los recuerdos almacenados en ellos. Luego introdujo algunas raciones de comida nano-presurizada. Altamente nutritiva. No le gustaban este tipo de alimentos, aunque reconocía que eran muy apropiados para realizar largos viajes.
  Por último, introdujo un diminuto estuche cilíndrico de metal que contenía diversos tipos de piedras preciosas, las cuales consiguió de un modo poco honesto.
  Durante el tiempo que pasó trabajando en excavaciones subterráneas para el alojamiento de nuevas infraestructuras, tenía acceso a estos pequeños tesoros. Varios, habían sido oportunamente ocultados con cierta facilidad, aprovechando un descuido del encargado. Saltarse los controles de seguridad al acabar su turno no había sido algo tan sencillo. Algunas de estas gemas podían serle de gran utilidad en el futuro, puesto que los créditos digitales usados como moneda en D3LTA no le servirían de mucho cuando hubiera salido de la ciudad.
  Una vez hubo preparado su mochila, comenzó a revisar su equipaje de mano: Un diminuto sensor de movimiento, un chip holográfico programable, unas gafas de visión ajustable y una fina varilla de cristal verde. Objetos que le podrían ser de gran utilidad en una ciudad automatizada como en la que se encontraba, si su plan de pasar desapercibida se veía comprometido. La sincronía establecida con estos dispositivos le permitiría poder utilizarlos en un rango de hasta veinte metros de distancia.
  Se ajustó a la muñeca el micro-ordenador y ató a su cintura un discreto saquillo de tela con algunos componentes para hechizos: polvo onírico, esencia arcana, un puñado de ceniza y unas virutas de piedra volcánica. 
  Se colgó la mochila al hombro, respiró hondo y se dirigió con decisión a la entrada. Al situarse frente a ella, acerco su ojo derecho al sensor biométrico situado al lado, mientras colocaba su palma abierta sobre el escáner inferior. Hecho esto, la puerta se abrió. La primera puerta hacia su libertad la cruzaría en este instante. Entonces dio un paso y se detuvo. Girando sobre si misma se coloco de espaldas a la salida. Se quedo unos segundos pensando en todas las experiencias que había vivido desde que llegó, hacía ya tres años, al pequeño apartamento. Sonrió al comprender que no echaría de menos aquel lugar.
  -Luces.
Dicho esto, se volvió al tiempo que la puerta se cerraba, dejando solo oscuridad tras de si.
  Se encaminó en dirección al elevador más cercano, a unos dos kilómetros al oeste, mucho más allá de los apartamentos de aquel sector. Había comenzado a caminar cuando se sobresaltó al escuchar la voz que sonó a su espalda.
  -¿Te vas de viaje?
  Al volver la mirada, vio a un hombre robusto, de mediana edad. Llevaba un mono de trabajo parcialmente cubierto de polvo y barro. Su cara estaba surcada de innumerables cicatrices. En ella, sus pequeños ojos negros la observaban con patente asombro. Era Norman, el casero. Su amenazador aspecto y su imponente altura no amedrentaban en absoluto a la joven.
  -Tengo cosas que hacer en la superficie. –Contestó Artemis
  -Entiendo. –La miró de arriba abajo. –Porque tú no te irías sin pagar tus deudas. ¿Verdad?
  -¿Por quién me has tomado? –Compuso su mejor sonrisa
  Le debía dos meses de alquiler, los cuales había evitado pagar para poder financiar su viaje de huida. Llevaba meses ahorrando para poder costeárselo llegado el momento, pero la situación se había vuelto insostenible. Razón por la que había tenido que acelerar los preparativos, aun a riesgo de levantar sospechas.
  Norman se acercó más a ella. Apoyó su mano en los enjutos hombros de la joven a la vez que la miraba intensamente a los ojos.
  -Si los humanos no nos ayudamos entre nosotros, ¿quién lo hará?
  -Tienes razón –contestó Artemis.
Norman desvió la mirada, recorriendo el cuerpo de la joven. Su expresión empezó a tornarse grotescamente obscena.
  -Tengo prisa. –Artemis, endureciendo su mirada, apartó el brazo de norman de un manotazo.
  Dicho esto, dio media vuelta y se puso de nuevo en camino. No tenía intención de pagarle, algo que Norman parecía intuir, a juzgar por su cara de desaprobación.
  -Que tengas un buen día. -Concluyó Norman en tono burlón.
Artemis no contestó. Siguió caminando por los lóbregos túneles de servicio sin mirar atrás.
  Los suburbios presentaban un aspecto deprimente. Todos los recursos de los que disponía la ciudad no llegaban a estas zonas, que permanecían totalmente desatendidas. Los materiales empleados en su construcción eran mayoritariamente aleaciones metálicas de diversas tonalidades grisáceas, las cuales, al contrario que en la superficie, carecían de ningún tipo de propiedad piezoeléctrica, electroactiva o computacional. La principal causa era la pasividad gubernamental. Prueba de ello era la casi total carencia de métodos de gestión o control. Únicamente existía una exigua vigilancia, realizada por un pequeño grupo de unidades de seguridad Meka, de anticuado diseño. Eran un reducto del pasado, allí emplazados con objeto de mantener la zona dentro de un cierto orden, principalmente para que evitar cualquier revuelta imprevista. Pero a juzgar por el desfase de los androides, los fondos destinados a tal efecto eran enormemente escasos.
  A medida que avanzaba, Artemis se cruzaba con otros humanos, enfrascados en sus quehaceres diarios. Confinados allí abajo, ocultos en su mayoría a la visión de la sociedad, solo salían al exterior para poder trasladarse a sus respectivas zonas de trabajo.
  Pasó bordeando una amplia zona rectangular usada como espacio de recreo. Había varios chicos sentados en una enorme piedra rectangular a modo de banco. Bebían y reían mientras bromeaban entre ellos. Al verla pasar, sus risas se vieron amortiguadas, y tras mirarla detenidamente, le dedicaron varias miradas cargadas de intención, así como algunos piropos ingeniosos. Ella hizo caso omiso a sus insinuaciones y silbidos, y siguió su camino, reanudando sus reflexiones. Había pensado mucho en la forma de moverse por la ciudad sin levantar sospechas, pero el primer obstáculo a sortear requería algo de improvisación.
  Debía encontrar un modo de acceder al elevador, el cual estaba custodiado por dos unidades Meka. No dejaban pasar a ningún humano a menos que tuviera un permiso de acreditación que le permitiera desplazarse por la superficie. Muchos contratos laborales facilitaban uno. Su contrato había expirado recientemente, por tanto tendría que idear alguna estratagema para poder sortear la vigilancia.
  En los suburbios, el software de los Meka tenía una IA muy limitada. Hacían su trabajo, pero no era difícil engañarlos. Únicamente debía hacerles creer que tenía un buen motivo para franquear la entrada y le dejarían pasar.
  Se acercó a ellos y les saludó educadamente:
  -Buenos días.
  -Hoy no es día de trabajo. Sin motivo, el elevador está cerrado. –Dijo uno de ellos con una voz distorsionada.
  -Tengo un buen motivo. El señor Tharkof requiere mi presencia. Me ha pedido que vaya a verle hoy mismo –mintió. –Tiene un trabajo para mi.
  -Se necesita acreditación. –Fue la escueta respuesta
Con patente fastidio dio media vuelta, fingiendo alejarse, para replantear su estrategia.
Se ocultó a una distancia prudente, observando a los guardias, discurriendo a toda velocidad la mejor forma de convencerles o evitarles. No podía perder tanto tiempo para sortear cada obstáculo. Cayó en la cuenta de que quizá podría distraerles para atraer su atención y hacer que se ausentaran brevemente, aprovechando esa oportunidad para acceder al elevador sin ser vista. Quería limitar el uso de la magia, para mantener altas sus reservas, aunque dada la ausencia casi total de cámaras en aquella zona, usarla no habría tenido evidentes repercusiones.
  Cogió el emisor holográfico y lo ajustó en una programación que había configurado previamente. Hecho esto, lo depositó en el suelo con sumo cuidado, ubicándolo en una posición que pudiera ser vista por los vigilantes. Luego se alejó dando un pequeño rodeo por un túnel auxiliar y se colocó en el lado opuesto, a cierta distancia.
  Le bastaron unas pocas pulsaciones en el ordenador alojado en su muñeca para que la simulación se activase. Repentinamente, apareció la imagen de un hombre, completamente envuelto en llamas, al otro lado del enorme corredor. Era de un realismo abrumador, cuyos gritos hicieron estremecerse a Artemis.
  Los guardias reaccionaron al instante. Abandonaron su posición y corrieron en auxilio de aquel humano. Artemis aprovechó la fugaz distracción para dirigirse a toda prisa al elevador. Entro de un salto y pulsó el botón que iniciaría el ascenso. Mientras las compuertas se cerraban, observaba divertida como los guardias intentaban sin éxito extinguir el fuego. Sus brazos articulados atravesaban el cuerpo en llamas del hombre ilusorio mientras se miraban mutuamente, visiblemente desconcertados. El elevador iniciaba su ascenso; Artemis sonrió. La escalofriante imagen se desvaneció con la misma velocidad con la que había aparecido. Tras varios segundos de desconcierto, mirando a su alrededor intentando comprender el extraño suceso, los Meka volvían a su ubicación. Su desconcierto aumentó cuando vieron la puerta del enorme montacargas cerrada, indicando su puesta en marcha. Lentamente, volvieron a situarse a ambos lados, en su posición inicial. No había nada de que informar. Al menos nada que ellos pudieran comprender. Proseguirían de nuevo con su diligente vigilancia.
  Aprovechó el momento de intimidad para modificar su aspecto. Usando de nuevo el ordenador, su indumentaria mudó de apariencia transfigurando la tela de arriba abajo. Tanto el tejido como su color se vieron reemplazados por otros totalmente distintos. Ahora llevaba una blusa azul marino, y unos resistentes pantalones de un tono marfil. Sus zapatillas se habían convertido en unas cómodas botas altas de un marrón apagado. Tras ello, recogió cuidadosamente su pelo en un moño que sujetó con la varilla de cristal. Su nuevo aspecto le permitiría confundirse más fácilmente entre la población de la ciudad.
  Concluido el ascenso, se abrió ante ella una imponente imagen que le cortó la respiración. Titánicas estructuras se abrían paso en un interminable ascenso hacia el cielo. Los edificios modificaban sus estructuras, como diseñados a partir de infinitas piezas microscópicas. Su continua reconfiguración le daba el extraño aspecto de metal líquido en constante movimiento. La luz solar se veía reflejada en ángulos imposibles por sus cambiantes superficies. A su vez, cada uno de ellos era bordeado por centenares de vehículos, surcando el firmamento a diversos niveles de altitud. Se movían orquestados siguiendo infinidad de patrones imposibles de predecir. Cada cierto tiempo descendía alguno, en los puntos destinados a tal efecto, para permitir apearse a su tripulante.
  En la superficie, el ir y venir de los habitantes de D3LTA invadía sus calles en un incesante vaivén. A pesar de su apariencia de humanos corrientes, resultaban un tanto extrañas la perfección de sus facciones, la precisión de sus movimientos, así como la sempiterna juventud que parecían ostentar. Todos distintos y a su vez cortados por el mismo patrón. Pese a todo, era imposible determinar a simple vista su nivel de hibridación.
 Algunos, elegantemente trajeados, caminaban presurosos, posiblemente a una inminente reunión ejecutiva. Había parejas paseando, riendo y charlando. Alguno que otro caminaba tranquilamente junto a algún exótico animal, indudablemente mecánico. Tampoco resultaba extraño ver androides por las calles. Varios Meka de seguridad, deslizándose en su deambular, en constante vigilancia. Otros apresurándose a realizar los encargos de su dueño. Pequeños droides de limpieza recorriendo presurosos la calle, recogiendo toda la suciedad que encontraran a su paso. Desperdicios que luego serían depositados en diversos contenedores, estratégicamente posicionados para no entorpecer la labor comercial de las tiendas circundantes.
  Los escaparates poblaban las fachadas, en un sinfín de colores llamativos. Algunos mostraban representaciones tridimensionales de los objetos que vendían. Había quienes se paraban a mirar sus ofertas, para poco después reanudar su camino. Diversos letreros holográficos diseminados por la calle daban multitud de indicaciones, como direcciones posibles a tomar o información climática.
  Artemis sabía que allí había mucho más de lo que podía verse a simple vista. La forma en la que los híbridos veían la ciudad era muy distinta. Mientras ella simplemente los veía pasear, podían estar manteniendo conversaciones, comprando o incluso trabajando. Conocía la existencia de caminos ocultos. Indicaciones, representaciones y estructuras insustanciales que solo ellos podían ver. Existía todo un mundo digital, vetado para ella. Un espacio colosalmente grande que no tenía cabida en un contexto material. Un extraño lugar que solo podían percibir los habitantes de D3LTA.

  Sincronizó el ordenador que llevaba en la muñeca con la base de datos de la ciudad para fijar los horarios de los transportes, así como la ruta óptima a seguir para poder llegar al Acceso Sur, una de las cuatro entradas de uso civil.
  La ciudad disponía de otras muchas entradas, pero estaban destinadas principalmente al transporte de mercancías, controladas y mantenidas por máquinas. Además, existían otras rutas de uso militar, así como la estación de lanzamiento espacial. No obstante, cualquiera que deseara entrar o salir de la ciudad, debía hacerlo por uno de los cuatro Accesos: Norte, Sur, Este u Oeste. Y al sur era adonde se dirigía Solo esperaba no encontrar demasiados obstáculos para alcanzar su destino. Aunque eran frecuentes los incidentes que desembocaban en un asesinato perpetrado por algún hibrido que se había justificado acusando a alguien, la mayor parte de las veces sin fundamento, del uso de magia.
  Caminó a lo largo de dos manzanas, en dirección este, amparada por la sombra de los edificios. Una vez rebasados, se abrió ante ella una amplia avenida. Giró a la izquierda. Varias manzanas más y estaría en la estación del TAP, o Transporte de Pasajeros Automatizado. El siguiente obstáculo a sortear sería acceder a ella sin incidentes.
  Mientras caminaba, volteaba distraídamente su cabeza a ambos lados con cierta curiosidad. Tras tres años viviendo allí, seguía sintiéndose como un extranjero en un país desconocido. Reparó en una pequeña cafetería que sobresalía del edificio por uno de sus laterales. El camarero robótico se afanaba a realizar los pedidos y servía eficientemente a sus clientes, quien esperaban cómodamente sentados en algo que ella supuso serían sillas. La mesa ante ellos se encontraba suspendida en el aire, desafiando las leyes de la gravedad. Para Artemis, ver objetos levitando no era algo nuevo, pero le intrigaba saber como era posible que no interviniera la magia en ello.
  Caminó varias decenas de metros más, cuando se vio obligada a reprimir una exclamación de asombro, al ver lo que supuso sería una escultura, que se erigía en el mismo centro de la ancha calle. Era un gran óvalo en relieve, situado en el suelo, de el cual emergían diversas figuras en movimiento. Representaban escenas de sucesos históricos que, tras unos instantes, se desmoronaban emulando una cascada.
  Unos metros más lejos, sintió una punzada de indignación al cruzarse con una pareja que paseaba junto a un carricoche que también se desplazaba por el aire de forma misteriosa. La miraban fijamente, con desdén. Habían desviado su trayectoria describiendo una amplia elipse para evitar pasar junto a ella.
  Desvió su atención y se centró en la estación de transportes que ya podía distinguir a lo lejos. Era una edificación ancha, semejante a tres grandes cilindros superpuestos de forma adyacente. Su altitud era menor que los edificios que la rodeaban, pero la imponente entrada que se abría en su parte frontal le confería un aspecto de humilde magnificencia.  Varias representaciones holográficas situadas en su fachada informaban acerca de los horarios y destinaciones que ofrecían sus instalaciones. Se movían en una incesante danza espectral de luces y formas. Al acercarse más, comprobó que el acceso al edificio estaba custodiado por fuertes medidas de seguridad. Eran Meka de la SM, la Seguridad Mecanizada de la ciudad. Modelos mucho más avanzados que los que acostumbrada a ver en los suburbios. Disponían de un amplio arsenal, así como una rápida y muy potente IA. Entre los humanos del subsuelo, tenían fama de ser implacables.
  De pronto su inquietud aumentó, y se vio repentinamente empujada por una extraña sensación de impaciencia. Inmersa en sus cavilaciones y con la mirada fija en el horizonte, aceleró inconscientemente el paso mientras sentía incrementarse la presión en sus sienes.
  Ya ante la imponente estructura, se detuvo un instante a reflexionar. No pudo evitar fijarse en la singular belleza de su confección. Vio acercarse a un concurrido grupo de gente. Varias familias que charlaban animadamente mientras se dirigían a la estación. Comenzó a caminar tras ellos, en un intento de camuflarse situándose detrás.
  Mientras remontaba la rampa de acceso al edificio, un escalofrío recorrió su espalda al vislumbrar por el rabillo del ojo cómo uno de los guardias mecánicos se giraba, mirando en su dirección. Se concentró en disimular su intranquilidad y fingir indiferencia. Casualmente, vio como se le caía un objeto brillante a una chiquilla que caminaba junto al grupo que tenía delante, el cual se detuvo suavemente justo antes de tocar el suelo. Era una esfera cuya superficie se confundía de forma extraña con el entorno. Surcada por varios rayos de diversos colores. Instintivamente se agachó para recogerla, al tiempo que la pequeña se giraba en su dirección. Cogió el objeto cuidadosamente mientras la niña se le acercaba. Artemis, con una rodilla apoyada en el suelo, levantó la vista al tiempo que extendía su mano para devolverle el curioso objeto. Cuando sus miradas se encontraron, pudo ver un fugaz brillo emergiendo de los ojos de la pequeña. La niña tomó la esfera con sus pequeñas manos, al tiempo que sonreía y guiñaba un ojo. Luego dio media vuelta y se fue corriendo a reunirse de nuevo con el grupo.
  Artemis quedo momentáneamente paralizada por la extraña reacción. Se recompuso rápidamente al recordar la inquisitiva mirada del guardia. Miró discretamente en su dirección y comprobó con alivio que su vista volvía a estar fija al frente. Tras erguirse con toda la tranquilidad que pudo reunir, salvó la poca distancia que le faltaba para adentrarse en el edificio. Lo más difícil estaba por llegar.
  Una vez dentro, se encontraba en una concurrida estancia sin ventanas, cuya cúpula interior emitía un resplandor blanquecino que iluminaba la gran sala con una agradable luz. Olía de un modo curiosamente familiar, una mezcla entre esencias marinas y lavanda. El suelo, hecho de un extraño material parcialmente translúcido, se iluminaba tenuemente al pisarlo, dejando brevemente marcado el rastro de las pisadas de los transeúntes al pasar. A su izquierda había un terminal de información, representado por un busto que flotaba estático. Atendía a quienes se acercaban con una impertérrita sonrisa. Era un vestigio del pasado, destinado a quienes todavía acostumbraban a interactuar con simulaciones humanas para obtener indicaciones. En el lado opuesto había una pequeña tienda de souvenirs, que Artemis supuso debía ser, una tienda esotérica de extraños artículos macabros.
  En la pared opuesta, había una representación tridimensional del Sector Norte, de un realismo notable. Flotando a corta distancia, pequeñas sucesiones de puntos de luz se desplazaban mostrando las principales rutas del servicio de transportes. A su lado, varias indicaciones en relieve, mostraban los horarios de próximas salidas desde aquella estación.
  Caminó unos metros, hasta llegar a la línea de seguridad, que dividía la enorme sala en dos mitades. Pasaría a través de varios arcos consecutivos, que analizarían hasta la última fibra de su cuerpo, en busca de armas o cualquier objeto sospechoso.  Ella solo tenía que atravesarlos. Su ordenador haría el resto.
  Hacía un tiempo que había conseguido un pasaporte digital, de una mujer fallecida hacía tiempo. Con él, se haría pasar por una híbrida llamada Valeria Proudmore, y saltarse así múltiples controles de seguridad, de acceso restringido para los humanos.
  Caminó con decisión bajo los arcos, sorteándolos uno a uno. Al llegar al cuarto se sobresaltó al escuchar varios pitidos, seguidos de una voz que provenía de ambos lados de la estructura de detección.
  -Por favor, avance hasta la salida y diríjase a la derecha para una inspección rutinaria -dijo la voz.
Con el corazón en un puño, atravesó los arcos restantes y se encaminó a su derecha, como le habían indicado. Se encontró ante un apuesto joven, vestido de uniforme, que la miraba de forma inexpresiva.
  Con un excepcional dominio de sus emociones, le devolvió la mirada y preguntó con frialdad:
  -¿Qué ocurre? ¿Hay algún problema?
  -Hemos detectado que transporta materiales de extraña procedencia. ¿Podría indicarme el motivo de su viaje?
  -Por supuesto. Me envía el señor Tharkof –mintió –. Me ha pedido que lleve a analizar estos materiales, obtenidos en una extracción minera, para verificar el riesgo de exposición al manto. Me dirijo al distrito 18.
  -¿Tiene usted algún tipo de acreditación para el transporte de materiales exóticos? -preguntó el vigilante impasible.
  -Lo lamento, pero la situación es muy urgente y no ha habido tiempo de formalidades. Como sabe, si se perfora excesivamente cerca del manto, hay un alto riesgo de provocar una inundación parcial de los suburbios. Es un coste que la ciudad no puede permitirse por un error burocrático. -Echó un rápido vistazo a la identificación -. Y usted no quiere ser el responsable de que eso ocurra, ¿verdad señor Vargas?
  -No, no, por supuesto. –Contestó el guardia cuyo rostro ahora mostraba una clara preocupación.
  -Bien. Ahora, si no es molestia, tengo órdenes de presentarme lo antes posible en el laboratorio, ¿me dejará pasar?
  -Por supuesto. Discúlpeme, no hay razón para entretenerla más. Por favor, sígame. Le facilitaré el acceso.
  -Se lo agradezco.
  Le siguió por unos pasillos que bordeaban la línea de seguridad, ahorrándose los siguientes controles, así como el coste del transporte. El desarrollo de los acontecimientos la favorecía por el momento.
  -Siga recto por este andén, el deslizador de la derecha la llevará a su destino. Está a punto de partir. –Dijo el guardia señalando uno de los convoyes. –Que tenga usted un buen viaje.
  -De nuevo, le doy las gracias por su ayuda y discreción. -Contestó Artemis, sonriendo cortésmente.  -Que tenga usted un buen día.
Caminó a lo largo del andén, echando ojeadas a los vagones, que conectados en larga sucesión, se hallaban a su derecha. Al llegar a la parte delantera, entró y se sentó cómodamente en un asiento, junto a una ventana, dejando su mochila en el asiento contiguo.
  Allí sentada, contemplando como el tren se iba llenando de pasajeros consecutivamente, Artemis se permitió el lujo de relajarse. Adelantando el momento de deleitarse con el fabuloso espectáculo que le ofrecería la ciudad, desde el aire. Supuso que sería lo más cerca que estaría de poder verla desde lo alto de algún edificio. Detestaba la vida en los suburbios, y del mismo modo, también aquella sociedad que despreciaba y excluía a los humanos, forzándolos a vivir en ellos. Pero eso no le impediría poder disfrutar de la belleza de sus construcciones en la superficie.
  El deslizador inició su marcha, dejando atrás la estación, y se elevó a decenas de metros de altura, con una suave ascensión vertical. Artemis, que miraba maravillada por la ventana, comprobó con asombro como las personas se reducían hasta parecer una sucesión de puntos moviéndose en formación. Mientras observaba absorta, pensó que lo que a pie de calle parecía un movimiento caótico, desde aquella perspectiva cobraba cierto sentido. La gente se movía siguiendo una serie de patrones, semejantes a corrientes, que desembocaban en último término, en una u otra ubicación.
  El convoy inició su movimiento horizontal, siguiendo la ruta que tenía establecida. Ruta que podía visualizarse en una representación holográfica que había en el interior del vagón. Representación a la que Artemis echaba fugaces ojeadas para conocer su posición.
  El deslizador se movía a escasa distancia de los edificios, usando la topología de las diversas estructuras a modo de caminos. A su lado viajaban infinidad de vehículos, en direcciones muy dispares. Artemis tenía algunas nociones sobre el funcionamiento de su tecnología, supuso que llegado el momento podría serle de utilidad. Por lo que sabía, los transportes viajaban tan cerca de las edificaciones para aprovechar en la medida de lo posible la energía cinética que producía su movimiento. De este modo, se reutilizaba toda la energía posible. Al parecer muchas estructuras en la ciudad usaban un sistema similar para reaprovechar mejor los recursos. Era un sistema ciertamente ingenioso.
  Tras veinticinco minutos de trayecto, llegó a su destinación,  la Sede de Teleportación en el distrito 25. Allí era donde se encontraba el emisor de materia. Era la forma más rápida de recorrer grandes distancias en poco tiempo. El sistema abría una brecha en el espacio-tiempo y permitía conectar dos puntos separados por miles de kilómetros.
  Se apeó en una plataforma, ubicada a treinta metros de altura, que sobresalía por un lateral del edificio. A sus lados, había múltiples estructuras tubulares que descendían hasta el suelo. En cada una de ellas había una pequeña abertura de un metro de anchura. Artemis se acercó cuidadosamente a una de ellas. Cuando estuvo cerca, pudo ver que el interior del receptáculo carecía de ninguna plataforma donde subirse. Observó discretamente a otro pasajero que se había bajado en la misma estación. Vio como éste entraba y se dejaba caer. Emuló sus movimientos, esperando que no llevara implantado ningún dispositivo necesario para que aquel sistema funcionara correctamente. No quería acabar aplastada en el suelo. Para su sorpresa, tras entrar comprobó que descendía lentamente, como si en aquel pequeño lugar la gravedad se viera de algún modo alterada. Dentro, la iluminación se redujo a un sinfín de pequeños leds anaranjados que ascendían paulatinamente ante sus ojos.
  Cuando hubo bajado, bordeó el edificio a fin de localizar la entrada principal. Era una gran edificación circular, de unos cincuenta metros de altura. La superficie mostraba un sinfín de piezas en constante transformación. Flotaban bordeándola, formando una enorme espiral ascendente en continuo movimiento alrededor del edificio. La parte superior estaba copada por diversas estructuras cilíndricas, a modo de chimeneas. Que expulsaban regularmente potentes chorros de energía que se elevaban a gran altura, perdiéndose en la inmensidad del cielo.
  La entrada estaba custodiada por varios Meka. Caminó con decisión sin reparar en su presencia.
  Cuando estaba cruzándola, uno de ellos se situó frente a ella, impidiendo su avance. Se detuvo inmediatamente, paralizada por el temor y la duda.
  -Identifíquese, por favor. –Dijo el androide toscamente.
  -Soy Valeria Proudmore. –Contesto Artemis con voz temblorosa.
  -Espere mientras compruebo su identidad.
  Pasaron varios segundos durante los cuales el Meka permanecía inmóvil ante ella. La inquietud hizo presa de la joven, cuyo temor aumentaba por momentos. Sus planes podían finalizar repentinamente de descubrirse su falsa identidad. Si dejaba que indagaran acerca de ella, no tardarían en darse cuenta de que la verdadera Valeria llevaba años muerta. En el mejor de los casos, la apresarían y la encerrarían. Debía hacer algo, y rápido.
  Canalizó la magia en su mente, sintiendo la agitación en su interior. Sus ojos comenzaron a emitir un tenue resplandor anaranjado, a medida que notaba acrecentar su poder. Liberó la energía de su confinamiento mental, haciendo que invadiera todo su cuerpo. Inmediatamente después, con un rápido y grácil movimiento, levanto su mano derecha, con los dedos extendidos, y pronunció las palabras en el lenguaje de la magia que completarían la ejecución del hechizo:
  -Electrica fulgur.
  De su mano, emergió una destellante descarga eléctrica, que impactó en el cuerpo del androide, extendiendo chispas por toda su estructura mecánica. Éste, tras unas breves sacudidas convulsas, se encogió como presa del desánimo, mientras comenzaba a emerger un humo denso y oscuro de diversas partes de su cuerpo. Artemis salió disparada hacia el interior del edificio, sorteando ágilmente el androide inerte que tenía ante si.
  Accedió al interior precipitadamente. Se hallaba en una sala circular, de enormes proporciones. A ambos lados, había sendas estructuras de forma esférica, de las cuales sobresalía un conducto de dos metros de diámetro. De ellas salían personas alternativamente. Según concluyó Artemis, debían ser los portales de entrada. En la parte frontal de la estancia, varias estructuras cilíndricas se elevaban hasta la parte superior de la sala. En cada una de ellas había una compuerta automatizada que permitía el acceso a su interior, y frente a éstas, un grupo de híbridos formando cola esperando su turno.
  Se abrió paso precipitadamente, a empujones, hasta una de las cápsulas. Ignorando las exclamaciones de sorpresa e indignación que iban surgiendo a su paso, entró en el receptáculo. El ordenador de su muñeca emitió un breve pitido. Un rápido vistazo le indicó el importe del servicio: doscientos cincuenta créditos. Pulsó un botón en el terminal. Éste emitió un zumbido de confirmación cuando la transferencia se hubo completado. La compuerta comenzó a cerrarse con exasperante lentitud. Poco antes de cerrarse completamente, pudo ver un Meka de la SM, deslizándose a toda velocidad en su dirección. Mientras avanzaba, el metal de sus extremidades superiores comenzó a retorcerse de forma extraña, reconfigurando su estructura externa. Un instante después, podía distinguirse claramente el potente armamento que llevaba integrado.
  -¡Alto! ¡Deténgase! – Ordenó con su voz metálica.

  Artemis alcanzó a distinguir varias ráfagas de plasma dirigiéndose rápidamente hacia ella. Instantes después, oscuridad.

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