sábado, 14 de octubre de 2017

Capítulo 5 de mi libro

Arthur se encontraba suspendido a veinticinco metros del suelo. Surcaba el cielo a toda velocidad, zigzagueando entre los edificios. Volaba tras una pequeña lanzadera desliespacial en una frenética persecución. Con los brazos extendidos, una tras otra, iba lanzando sin éxito bolas de energía, que salían de la palma de sus manos, con la intención de derribar la nave que le precedía.
  Comenzaron a salir a su paso decenas de escuadrones Meka, disparando rayos de plasma que Arthur esquivaba con gran habilidad. La primera oleada de máquinas fue derribada por diversas ráfagas oportunamente dirigidas. Varios androides pasaron de largo, para poco después reanudar la marcha tras él.
  Se vio obligado a dividir la atención. Sin perder de vista la lanzadera, echaba fugaces ojeadas sobre su hombro, a fin de esquivar los rayos que eran disparados desde detrás. Varios pasaron rozándole, emitiendo destellos al rebotar contra su escudo de energía.  Algunos alcanzaban los edificios a su paso, dejando un gran rastro de destrucción a sus espaldas.
  La nave giró bruscamente a su derecha tras pasar por una enorme torre de comunicaciones. Arthur aprovechó la ocasión para dirigir los disparos hacia su base, que estalló en pedazos con una gran explosión. Perdida la estabilidad por la detonación, la torre comenzó a inclinarse hacia el centro de la calle, que fue esquivada temerariamente por Arthrur en el último momento. La acción produjo que los Meka que iban tras él no pudieran reaccionar a tiempo, estallando al chocar frontalmente con la inmensa estructura.
  Los edificios se diluían a su alrededor debido a la velocidad, a medida que acortaba la distancia que le separaba de la nave. Volvió a lanzar otra sucesión de proyectiles que, de nuevo, la lanzadera pudo eludir sin dificultad.
  La nave giró bruscamente a la izquierda, para luego girar a la derecha y de nuevo a la izquierda. Arthur estaba ya muy cerca. Extendió ambos brazos fijando visualmente su objetivo. A esa distancia no podía fallar.
  Una vez las esferas se hubieron formado en sus manos, la lanzadera, los edificios y la propia ciudad se desdibujaron rápidamente. Se vio fugazmente transportado hacia el cielo a irreal velocidad.
  Parpadeó varias veces, con una mueca de fastidio en su semblante. Se hallaba en una habitación sin ventanas ni puertas, de un blanco impoluto. Ante él estaba su madre, con los brazos cruzados y una cara que no admitía reproche alguno.
  -Jovencito, ya va siendo hora que apagues el dichoso juego.
  -Pero, mamá…
  -Nada de peros. ¿Es que nunca te cansas? –Le interrumpió bruscamente.
De pronto, la sala se esfumo como se esfuma un sueño ligero, sin darle tiempo a mediar ninguna réplica.
  -Debes atender un recado, y nada de lucirte con el aerodeslizador, que nos conocemos. –le increpó su madre.
  -De acuerdo –contestó él. –No me entretendré más de lo necesario, tienes mi palabra.
  -Eso espero jovencito. Y a partir de ahora, tendrás que ceñirte al horario que yo determine, no pienso criar a un hijo que se pasa las horas jugando a videojuegos, desatendiendo otras actividades más provechosas en su beneficio.
  -¿Por qué no mandas al droide? –contestó Arthur. –Seguro que haría el recado más rápido que yo, y seguro que no se entretendría mirando escaparates o jugando con el aerodeslizador por las calles.
  -Necesito que negocies un buen precio jovencito –le amonestó ella. –Si envío al droide me saldría más caro que una nave orbital, y entre tus estudios y el alquiler ya tengo suficiente por el momento.
  -Está bien –cedió él. –Que necesitas madre?
  -Necesito un motor de fusión para alimentar la casa. El que tenemos no funciona bien, y el día menos pensado te quedarás atrapado en alguno de tus estúpidos videojuegos sin tan siquiera llegar a Edén. ¿Es que no aprendiste nada en el Stasis?
  -Por cuanto quieres que lo compre? –Preguntó ofuscado.
  -Dos cientos créditos. Ni uno más. Pero asegúrate de que está en buen estado, a ver si va a ser peor el remedio que la enfermedad.
  -De acuerdo. Dos cientos créditos – repitió él.
  Arthur le dio la mano a su madre para que la transferencia de dinero se realizara. En décimas de segundo, ya tenía dos cientos créditos en su cuenta personal. Y sin mediar palabra, cogió su aerodeslizador y salió a la calle con decisión. El taller de Ohland, donde pensaba encontrar el motor, se encontraba a varias calles de distancia. Calculó que tendría suficiente con veinte minutos entre ir y volver. Eso si no se entretenía.
  A medida que avanzaba, veía marcada con flechas verdes luminiscentes su ruta hasta el taller. Pero poco podía imaginar lo que encontraría por el camino.
  De pronto, una luz roja inundó su campo visual. Era un indicador de peligro. Aunque ya había sido instruido para darle la importancia que merecía, su curiosidad natural le hizo desatender las normas ante tal situación. No pensaba huir del peligro, al contrario. Pensaba dirigirse directamente hacia él. Si no andaba errado, vería algo más peligroso y emocionante que lo vivido en ninguno de sus videojuegos. Y en efecto, así fue. Siguió la indicación de peligro que tenía grabada en la retina y se encontró ante una escena que le heló la sangre. ¡Era una maga! Y estaba ahí, delante de él lanzando hechizo tras hechizo, en una encarnizada lucha contra un grupo de Mekas, dos Persecutores, cuatro drones y un agente de la SM.
  Arthur sentía fascinación por lo desconocido, y en especial, por la magia. A pesar de los intentos de adoctrinamiento por parte de sus superiores.
  Tenía diecisiete años. Por tanto, tan solo hacía diez que había salido de la Stasis. Y todavía le faltaban muchos para llegar a la mayoría de edad. A pesar de ello, lucía un cuerpo bien proporcionado, tenía una mirada curiosa y su cabello rubio desafiante ante las leyes de la gravedad se elevaba varios centímetros sobre su cabeza. Medía un metro setenta, para su edad era bastante alto, aunque en definitiva, las modificaciones genéticas que sufrían los híbridos al nacer les proporcionaban cuerpos esbeltos y musculados, así como una mente ágil y muy perspicaz. Tanto la modificación genética, como el uso de nanorobots y los chips neurales eran la base de su sociedad. Por tanto, todo ciudadano respetable poseía dichos atributos.
  Siguió el combate de cerca. Al parecer la hechicera era muy diestra tanto en defensa como en ataque. Aunque por contra, la inferioridad numérica no jugaba a su favor.
  Arthur quería ayudarla. Se sentía atraído como nunca antes había sentido por aquellas sinuosas curvas, por esa cara bonita y ese aura de poder que emanaban de la joven.

  Aunque no sabía cómo, su deber era ayudarla. Quizá fuera obra del destino, él lo desconocía. Pero de algo estaba seguro. Cuando volviera a casa su madre le obsequiaría con una dura reprimenda.

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