Artemis se vio
repentinamente envuelta en un silencio sepulcral, como si fuera la única
persona en el mundo. Sintió como su corazón dejaba de latir. En el mismo
instante en el que se hizo el vacío en sus oídos y una sedante luz violácea
inundaba su mente. Le sorprendió comprobar que la percepción de sus sentidos
estaba eclipsada. Se deleitó intentando catalogar el sinfín de ideas que
acudían a su mente. De pronto, cayó en la cuenta de que llevaba rato sin
respirar. Y lo que más le asustó fue el hecho de no poder precisar el tiempo
que llevaba así. Entonces, empezó a considerar la posibilidad de haber perdido
la vida. La curiosidad era la culpable de haber llegado a tal extremo. Desde
luego si la muerte era esa completa ausencia de sensaciones, le habría
resultado una eternidad extremadamente aburrida.
Fue entonces, mientras sopesaba la situación,
cuando le sobresaltó una repentina presión que inundó todo su cuerpo. Ocurrió tan
deprisa que la primera bocanada de aire golpeó su pecho con una fuerza
inesperada. La luz que le cegaba iba perdiendo intensidad mientras aparecían
sombras y colores que su mente interpretaba a toda velocidad. Sentía latir de
nuevo el corazón y, poco a poco, sus sentidos volvían a percibir el entorno.
Abrió los ojos poco a poco, con cierto temor.
Comprobó que estaba bien. Entonces distinguió el sonido de una compuerta
abriéndose lentamente. Una vez estuvo totalmente abierta, una brillante claridad
la cegó momentáneamente. Tras enfocar su mirada, sonrió aliviada al corroborar
que se había desplazado según lo previsto. Se encontraba en el Sector Sur, a
mil ochocientos kilómetros, unos diez edificios al norte de su siguiente
objetivo.
Después de unos segundos de aturdimiento,
intentó poner en orden sus ideas. La habían descubierto, de eso no cabía duda
pero, ¿cómo? Quizá había fallado el pasaporte digital. O puede que el vigilante
de seguridad que la había interrogado sospechara algo. ¿Qué podía haberla delatado? Nadie sabía que
pretendía salir de la ciudad. Quizá había sido Norman, pero tampoco podía
saberlo, puesto que había tomado muchas precauciones para evitarlo. Entonces,
¿por qué estaban tras ella? Desconocía la respuesta.
Respiro profundamente hasta haber recobrado
el control de si misma. Cuando se hubo calmado, repasó rápidamente sus opciones.
Tenía intención de tomar el aerodeslizador desliespacial hasta el Acceso Sur,
pero dado que la SM estaba tras ella, era una alternativa muy arriesgada.
Consultó su ordenador a toda prisa. Después de varias pulsaciones, se desplegó
sobre su antebrazo una representación holográfica en forma de disco, mostrando
todas las rutas posibles. Tras un breve lapso de reflexión, apagó el terminal
sin seleccionar ninguna de las rutas disponibles. De este modo evitaba que
pudieran anticiparse a sus movimientos, a la par que imposibilitaba localizar
su posición.
Decidió recorrer a pie la distancia hasta la
siguiente estación. Había memorizado la ruta más corta hasta su destino, pero de
querer llegar a tiempo no podía perder ni un segundo.
Le inquietaba
sobremanera el rumbo actual de los acontecimientos. Su corazón palpitaba con
más fuerza cada segundo que pasaba. Su cara reflejaba una honda preocupación
que no era capaz de disimular. Mientras avanzaba, breves ojeadas en derredor
intentaban evitar verse sorprendida por alguna patrulla. Afortunadamente, llego
a la base del edificio más cercano sin que nadie reparara en su presencia. Con
un hondo suspiro de alivio se refugió en las sombras del acceso al edificio y
se sentó en el rincón más oscuro que pudo encontrar, junto al aparcamiento de
los AD, es decir, aerodeslizadores desliespaciales.
Con firme determinación, se dirigió a la
calle dejando atrás su oscuro escondite y con él, la estación de AD. Estudiaba
con atención cada detalle. Su mirada captaba todo movimiento. Nada escapaba a
su aguzada visión. Según avanzaba su sosiego se veía incrementado en proporción.
Se dijo que lo conseguiría. Llegaría a la estación del TAP sin ningún problema
y a la hora prevista.
Algo llamó su atención justo un instante
antes de salir completamente al descubierto. Era el sonido de una patrulla de Meka
deslizándose a toda velocidad por el medio de la avenida. La gente se apartaba
sobresaltada al paso de las sirenas. En apenas unos segundos se situaron a la
altura del edificio donde se había escondido Artemis. En ese preciso momento,
temió ser descubierta. Uno de los Meka había mirado en su dirección. Por
suerte, sus reflejos felinos hicieron que se escondiera tras una columna de un
salto, evitando así que la localizaran.
-Ha faltado poco. –Reflexionó con alivio
Pensó rápidamente.
Debía apresurarse a encontrar un modo de llegar a la estación sin ser vista, de
lo contrario no llegaría a tiempo a la Acceso Sur, y su contacto no estaría
allí para facilitarle la salida de la ciudad.
Buscó frenéticamente un medio de transporte,
algo inusual, que no llamara la atención. De pronto, reparó en colector de
residuos, que en ese momento hacia su ronda por la avenida, ajeno al sonido de
las sirenas. Era un vehículo autónomo, como todos los encargados de la
limpieza, el mantenimiento y la distribución de mercancías o pasajeros. A su
paso, los contenedores se desplazaban en su dirección para vaciar su contenido
dentro.
Estaba tan solo a diez metros. Llegar hasta
él no supondría, en principio, ningún riesgo. Era el hecho de meterse dentro lo
que podía llamar la atención de alguna cámara o quizá de algún observador
casual y que éste, a su vez, diera la voz de alarma. Decidió por tanto, y en
contra de sus iniciales propósitos, valerse del uso de su magia. Tenía poco
tiempo, y la ejecución del hechizo requería de su total atención.
Canalizó la magia en su mente, sintiéndola
agitarse en su cuerpo. En cuestión de segundos una intensa energía invadió todo
su cuerpo, envolviéndola completamente. Poco después, mientras mantenía su mano
derecha en alto, apuntó con el dedo índice de su otra mano en dirección al colector
de residuos. Y por último, pronunció las palabras en el lenguaje de la magia
que ponían punto y final al hechizo:
-Mote
ante.
Artemis se desvaneció emitiendo un fugaz
destello, dejando un tenue resplandor celeste tras de si. Entonces un imperceptible
y veloz fulgor atravesó la calle dando de lleno en su objetivo. Transportando
así su esbelto cuerpo al interior del colector.
Una vez dentro y a pesar del hedor que la
asaltaba, se sentía a salvo. Aguzó sus sentidos, temiendo haber sido
descubierta por alguien que hubiera presenciado la escena en la que ella
desaparecía repentinamente. Tras unos segundos en vilo, se convenció de que su
pequeña demostración había pasado desapercibida. Seguramente la policía en
realidad perseguía lo que seguramente sería un peligroso criminal. Pensar en
esa idea la tranquilizaba poderosamente.
Para Artemis lo importante era que estaba
relativamente a salvo, y que por el momento no tendría de que preocuparse hasta
llegar a la estación. Se instaló lo más cómodamente posible, teniendo en cuenta
que se encontraba dentro de un basurero móvil y mantuvo la vista fija en el
cielo, para poder llevar la cuenta de los edificios. Entretanto tenía que
soportar una constante lluvia de hediondos desperdicios que caían sin cesar
sobre su cabeza.
A falta de tres edificios para su
destinación, volvió a escuchar el ruido de las sirenas. Entornó sus ojos,
reduciéndolos a meras rendijas. Le parecía imposible que la hubieran detectado
pero, en su situación, podía esperar cualquier cosa. La ciudad gozaba de unos
sentidos muy afinados, capaces de escuchar el más sutil de los susurros. Todo
ello no era más que un mero método de control. Control al que no escapaba
ningún habitante de D3LTA, y el causante de que fueran tras la pista de la
joven.
De pronto el vehículo donde estaba oculta
frenó en seco su marcha, lo cual hizo que Artemis se sobresaltara.
Notó una sensación extraña, como de
ingravidez. Y pronto cayo en la cuenta de que algo o alguien la estaba
succionando con alguna especie de rayo tractor. Pensó en volver a
teletransportarse, pero sopesando los diferentes escenarios posibles, pensó que
necesitaría una cantidad importante de poder mágico para salir de aquella
situación, si las cosas se complicaban. Y de eso no cabía duda, su vida se
estaba complicando a marchas forzadas. Por suerte, aunque solo fuera una mera
hechicera, tenía aún varios ases en la manga, y pensaba aprovecharlos.
-No me venceréis tan fácilmente. –Dijo mientras
su cabeza asomaba por el borde del vehículo.
Cuando fijo su vista en el Meka que la estaba
atrayendo, volvió a canalizar la magia en su interior, y metiendo sus esbeltas
manos en el saquillo que llevaba atado a la cintura, saco una viruta de piedra volcánica.
La sostuvo en su mano, mientras pronunciaba las palabras mágicas.
-Pila Ignis.
Y en su mano derecha apareció una bola de
fuego del tamaño de una naranja. Apuntó cuidadosamente a su objetivo y la lanzó
con precisión milimétrica. La bola de fuego estalló con un estruendoso sonido,
destrozando completamente al Meka y dejándola libre del rayo tractor. La
consecuencia fue que cayó de nuevo en el transporte de residuos. Esto le dio varios
segundos para organizarse y preparar una contraofensiva. Que hubiera visto,
habían unos diez Mekas, y dos droides que no había visto jamás. Eran más
grandes que ningún Meka que hubiese visto hasta ahora. Y estaban envueltos en
una especie de escudo protector que le recordaba a una barrera arcana. Eso le
hizo sospechar para que querían el Códice Arcano los híbridos de D3LTA.
Pero no había tiempo para reflexiones
banales. La situación era crítica. Estaba rodeada de enemigos muy peligrosos y
necesitaba una salida viable.
Un rápido vistazo al cielo, le hizo ver un aerobús
volando a baja altitud. Esta vez sí pensaba usar la traslación. Con un poco de
suerte los Mekas la seguirían buscando dentro del recolector de residuos. Solo
esperaba que no tuvieran una IA lo suficientemente avanzada como para seguir el
destello azul.
-Mote ante –susurró.
Y de nuevo, el rayo azulado rasgó el cielo,
transportándola sobre el aerobús, donde se agachó procurando no perder el
equilibrio. Pensó que no solamente estaba a salvo, si no que según la ruta del
transporte, llegaría a tiempo para obtener su salvoconducto de su contacto. A
menos, que éste fuera el traidor. Pero cada cosa a su momento. Lo principal era
librarse de la patrulla robótica que le pisaba los talones.
Para su sorpresa, los Mekas reaparecieron
invadiendo totalmente su campo de visión. Aunque ahora había alguien más. Era
un híbrido, montado en una moto extraña y escoltado por cuatro drones de
asalto.
El híbrido se puso en pie sobre la moto de
curvatura y salto sin apenas esfuerzo sobre el aerobús, lo cual pillo
desprevenida a Artemis, que por momentos temía por su vida. Si todo lo que
creía saber de los híbridos era cierto, tenía los minutos contados.
-Hechicera. ¿Cuál es tu nombre? –Espetó escuetamente
el híbrido.
-Quién quiere saberlo –contestó ella.
-Soy Atropos. Oficial de la Seguridad Meka. Te
lo pregunto por última vez: ¿Cuál es tu nombre?
-Me llamo Artemis. –Aunque no sé por qué
quieres saberlo. De todos modos, tu intención es matarme. ¿Me equivoco?
-Mi intención es arrestarte, nada más. Luego
se te juzgará y se te impondrá el castigo oportuno. No me corresponde a mi
decidirlo. Mi única misión es llevarte a las oficinas de la SM, donde
permanecerás confinada.
Entonces Artemis lanzó un rayo apuntando al
corazón de Atropos. Pero con un movimiento antinaturalmente rápido, Atropos
extendío su mano izquierda formando un escudo protector que detuvo el impacto
antes de que alcanzara su objetivo.
-Magia –dijo Artemis
-No es magia, es Tecnología. –Contestó Atropos
orgulloso. –Tengo entendido que los magos tenéis una energía limitada en lo
tocante a lanzar hechizos. Y si no ando errado, tú también puedes invocar un
escudo protector para defenderte. Te lo repito, mi intención no es matarte, es
capturarte viva para que seas juzgada.
En aquel preciso instante, Atropos levantó su
mano derecha y señalo a Artemis. De pronto, los Mekas comenzaron a lanzarle ráfagas
de plasma, mientras los drones la rodeaban y los Persecutores protegían al
resto de unidades.
La joven usaba una mano para protegerse con
su escudo arcano mientras a su vez lanzaba rayos con la otra a modo de
ofensiva. Fueron cayendo, un Meka tras otro, hasta que solo quedaron los dos
Persecutores, los drones y Atropos.
Artemis se sentía agotada. El uso de la magia
requería una enorme concentración y un gasto energético considerable. Y no
había caído en la cuenta de que debería haber elaborado algún elixir para
reponer la magia gastada. Aunque no podía saber que se enfrentaría a una
situación tan difícil. El aerobús seguía su marcha mientras ella estaba al
borde del desmayo, rodeada de enemigos y sin apenas magia en su interior. No
quería ni imaginar lo que significaba para un híbrido un juicio justo. Pensó
que más valía no saberlo. A fin de cuentas, la ignorancia es la felicidad,
pensó.
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