El capitán Atropos
entró en las oficinas centrales de la SM como una exhalación. Tras una rápida
observación del sinfín de imágenes que poblaban la cóncava superficie, se
dirigió al un oficial que había en la sala.
-¿Que tenemos? –Preguntó secamente.
-Señor, se ha activado un código azul en el
Sector Norte, distrito 25.
-¿Contramedidas?
-Ya hemos enviado cuatro escuadrones Meka.
-Enviad dos Persecutores.
-¿Señor?
-Supervisaré la operación personalmente. Te
envío los detalles. Acepta la transmisión.
-Recibida.
A simple vista la conversación había
finalizado sin más. Lo cierto era que Atropos le había enviado telepáticamente el procedimiento a seguir, tal como acababa de
idearlo. Su subordinado había aceptado la recepción, y ahora conocía los mismos
detalles que su superior, todo ello en décimas de segundo.
Atropos era un híbrido apuesto y bien
parecido. Aparentaba una edad de unos veinticinco años, aunque realmente tenía
ciento noventa y ocho. Medía un metro ochenta y lucía un atuendo ajustado de
las fuerzas del SM. Tenía unos intensos ojos azules, de mirada penetrante. Ojos
biónicos de corte militar: visión nocturna, zoom y visión térmica eran algunas
de las ventajas. También poseía memoria fotográfica, nanorobots reparadores de
tejidos que le conferían una extraordinaria capacidad de regeneración celular,
así como chips y discos duros alojados en su neocortex cerebral, lo cual le
mantenía permanentemente conectado a la propia ciudad y le otorgaban una
inteligencia y capacidad de razonamiento sin igual. Como todo híbrido, al nacer
fue conectado al ordenador central de la ciudad, donde vivió una vida entera de
penurias y miedos. El Stasis, como se la conocía, era la condensación de toda
una vida humana en tan solo siete años. Ésta realidad virtual, estaba basada en
un tiempo remoto, a principios del año mil novecientos ochenta, en la Tierra.
Su finalidad era apreciar el valor de la vida
humana y experimentar todo el amplio abanico de emociones humanas.
Una
vez culminado ese periodo de existencia, cuya prueba final era la propia muerte,
despertó cuatrocientos años en el futuro, en otro planeta distinto, donde
comenzaría su aprendizaje y adoctrinamiento, en el cual se fomentaba el odio
hacia la magia y a todos sus practicantes. Éste aprendizaje culminaría a la
edad de veinticinco años, donde su reloj biológico permanecería inmutable hasta
que decidiera abandonar por propia voluntad su existencia y pasar al siguiente
nivel. Edén.
En aquel mundo, donde la vida no tenía fin,
habían impuesto un singular modo de mantener la población a niveles aceptables.
Solo se engendraba una vida nueva cuando alguien, por accidente o por propia
voluntad, dejaba el mundo de los vivos para pasar al siguiente plano de
existencia. Donde todo era posible, y donde podría reunirse con sus ancestros
en un idílico mundo ajeno al sufrimiento o al dolor. Donde toda carga parecía
ligera, y donde le esperaban sus padres.
Con un simple y fugaz pensamiento, invocó en
el garaje de la sede su Moto de curvatura. Montó en ella, y salió disparado a
toda velocidad por las calles de D3LTA. Custodiado por cuatro drones de asalto,
volaba a ras de suelo sorteando todo tipo de obstáculos sin apenas esfuerzo.
Era como si viese las cosas antes de que ocurriesen. Y en cierto modo así
ocurría en su mente. Era rápido, era inteligente; era un ser implacable.
-Señor, hemos localizado el origen de la
amenaza –Resonó una voz en su mente.- Al parecer es una hechicera. Se la ha
visto por última vez en un transportador del distrito 25, estamos pendientes de
obtener la ubicación de destino.
-Gracias Reeves. –Fue la escueta respuesta
Atropos mostro una sonrisa maléfica mientras
giraba repentinamente por una bocacalle, custodiado por sus cuatro drones.
Pasó junto a un letrero flotante de vistosos
colores:
“Próxima
actualización del software neuronal. En breve”
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