sábado, 14 de octubre de 2017

Capítulo 6 de mi libro

Artemis se encontraba al borde del desmayo cuando los drones se le echaron encima. En cuestión de segundos, tejieron una red en forma de tela de araña mientras se preparaban para envolverla y capturarla.
  De repente, los dos Persecutores se giraron en dirección a Atropos, en la mente del cual, se había disparado una alarma.
  -¿Señor, me oye? –Sonó una voz en su cabeza.
  -¿Reeves, que coño pasa? –Preguntó Atropos mentalmente.
  -Creo que han hackeado a los Persecutores. Te tienen fijado como objetivo prioritario. Los drones tampoco responden –añadió.
  De pronto, los Persecutores comenzaron a disparar sus cañones de plasma, mucho más potentes que los de los Mekas estándar. Atropos reaccionó con una inusitada rapidez, y una vez más extendiendo sus manos, bloqueando los ataques con su escudo.
  Los drones, soltando la red que habían tejido para contener a Artemis, se dispusieron a atacar al híbrido también. Quién uno tras otro, iba repeliendo todos los ataques de sus propias tropas.
  Al igual que los magos, los híbridos tenían unas reservas de energía para mantener sus escudos activos, y Atropos sabía que a ese ritmo no durarían mucho más.
  Mientras, Artemis aprovechó la distracción para buscar una vía de escape. Se fijó que a ras de suelo había un chico, no mayor de diecisiete años, montado en un aerodeslizador que viajaba a la par quel aerobús. También apreció que aquel chico la miraba con cierta admiración.
  No se lo pensó dos veces. La joven hechicera saltó sobre el aerodeslizador escapando así de sus captores.
  -Gracias por ayudarme –dijo Artemis.
  -Siempre estoy dispuesto a salvar a una dama en apuros –contestó él. –Por cierto, mi nombre es Arthur.
  -Yo soy Artemis.
  -Mucho gusto Artemis. Siempre he querido conocer a una maga.
  -No soy una maga, soy una hechicera –replicó la joven. –Cuando estemos a salvo te explicaré con más detalle las diferencias. Ahora por favor, llévame a un lugar seguro, te lo ruego. Te pagaré bien si me ayudas a escapar y me ofreces asilo.
  De pronto, en la retina del joven empezaron a aparecer flechas verdes en el suelo indicándole el camino a seguir.
  -Qué extraño –pensó él. –No tengo ninguna ruta prestablecida.
En pocos minutos llegaron a lo que a simple vista parecía un callejón sin salida. Aunque en la mente de Arthur, las flechas verdes atravesaban la pared.
  -Un holograma –dijo. –No te asustes Artemis, vamos a traspasar la pared.
  -¿Pero cómo…? –La joven dejó la frase a medias.
Tras atravesar el muro, se encontraban en una sala de enormes proporciones, donde reinaban las tinieblas.
  -Bienvenidos –dijo una voz femenina y sensual. –En breve vendrá vuestro anfitrión.
  La sala comenzó a iluminarse de modo gradual. Se hallaban en una sala circular, donde encontraron varías estanterías con libros, cosa que a Arthur le sorprendió, puesto que hacía ya mucho tiempo que los libros habían dejado de fabricarse. Quien quiera que fuese el que ahí vivía, debía ser muy viejo. También habían varias sillas suspendidas en el aire y un aparentemente cómodo sofá que se encontraba en un extremo de la habitación. En el centro de la sala, un pasillo poco iluminado dejaba entrever más salas contiguas, aunque las puertas estaban cerradas a simple vista.
  Tan solo llevaban en la estancia dos minutos escasos cuando, surgidas de las sombras aparecieron dos figuras ante ellos. Una de ellas tenía el aspecto de un hombre joven, de unos veintitantos años, la otra no parecía humana. Artemis y Arthur se miraron mutuamente con desconcierto. Era un droide, pero sus similitudes con un humano eran notables.
  -Buenos días –dijo el hombre. –Supongo que estaréis algo confusos con todo lo sucedido, me equivoco?
  Un extraño silencio invadió la amplia sala. Artemis tenía varias preguntas que se amontonaban en su mente queriendo salir. Arthur intentó comunicarse mentalmente con el hombre, pero fue en vano. Quienquiera que fuese no era un híbrido, pero tampoco parecía un simple humano.
  -Me llamo John, y como supongo habrás deducido, no soy exactamente un híbrido, aunque, por otra parte, tampoco soy un mero humano. Soy consciente de que tenéis muchas preguntas. Aguardad, pronto llegarán las respuestas, pero antes, quiero presentaros una de mis creaciones. Su nombre es Ethan, y es una Inteligencia Artificial con emociones –. Dejó que asimilaran sus palabras.
  -¡Pero como has podido! –salto repentinamente Arthur. -Sabes que está prohibido crear una inteligencia artificial con emociones. Según ha demostrado la historia, la última vez que se creó una IA emocional, nos condujo a una guerra contra las máquinas.
  -Guerra que por suerte ganasteis –sentenció el hombre misterioso.
  -Así es –afirmó Arthur, que se removía en su asiento, mirando con desconfianza a Ethan.
  -Podéis estar tranquilos –dijo Ethan. –Mi maestro y creador me ha hecho pasar algo parecido a lo que vosotros llamáis Stasis, y tengo en alta estima la vida y protección de la vida humana. Aunque por otra parte, sigo las ordenes de mi creador a rajatabla. Si tuviera que matar por él, lo haría sin dudarlo.
  Las palabras dejaron a Arthur helado. Hacía años que el miedo le había abandonado, pero la creación que tenía ante él le provocaba pavor. Creía saber que no eran enemigos, pero indudablemente le infundían un hondo respeto, y en cierto sentido, admiración.
  -Como tú Arthur, nací híbrido –dijo John. –y también pase por la Stasis, aunque cuando cumplí los veinticinco años me deshice de mis implantes neuronales y destruí los nanorobots de mi cuerpo. Conservo la modificación genética con la que nací, pero me he librado de mis ataduras respecto a D3LTA.
  -Cómo sabes mi nombre? –replicó Arthur.
  -Del mismo modo que sé el nombre de nuestra invitada. Artemis, es un honor conocerte personalmente. Me enorgullece afirmar que he disfrutado viéndote en acción. Para ser una mera hechicera tienes muchos recursos, y has sabido bien ocultarte en la ciudad. Pero nadie escapa de mi. Soy el que todo lo ve.
  -Tú hackeaste mis implantes, admítelo –dijo enérgicamente Arthur. –Cómo lo hiciste?
  -Fue fácil –replicó John –Ahora entenderás un poco mejor, por qué me deshice de los míos, no es cierto?
  Se produjo una pausa, mientras John ponía en orden sus ideas.
  -Veréis, lo cierto es que todo habitante de D3LTA está en peligro. No puedo contaros los motivos, pero lo cierto es que creo que el consejo de la ciudad está planeando algo maquiavélico. Creo que la nueva actualización de software neuronal es una artimaña para convertir a los híbridos de la ciudad en meras marionetas a su voluntad.
  -¿Cómo sabes todo eso? –dijo Artemis.
  -Insisto –dijo John. –Soy el ojo que todo lo ve. Y del mismo modo sé que estás buscando el Códice Arcano. Fuente de sabiduría de los de tu raza. Me equivoco hechicera?
  Artemis se quedó petrificada. ¿Cómo podía saberlo? Con todas las precauciones que había tomado y a pesar de todo, ante ella tenía a un hombre que parecía saber mucho más de lo que expresaban sus labios.
  -Creo que una mano en la sombra está maquinando esclavizar a toda nuestra raza, a la par que extermina a todo el pueblo libre, los magos.
  -¿Que quieres decir con eso? –inquirió Arthur.
  -Pues es muy simple mi joven amigo. Opino que los cuatro, y creedme cuando digo los cuatro, debemos salir de la ciudad de inmediato. Y debemos dirigirnos a tu ciudad natal, Artemis. Cuando lleguemos, os recompensaré con más respuestas. Pero antes debo hablar con vuestros magos de más alto rango. Me ayudaréis?
  -Por mi perfecto –contestó Artemis. –De todos modos, era lo que quería hacer desde un buen principio, con que…
  -¿Ya has renunciado a conseguir el Códice? –la interrumpió John.
  -Llevo tres años en esta ciudad buscándolo, y tan solo he encontrado un vago rastro relacionado con algo llamado proyecto Edén. Pero salvo eso, no se nada más.
  -Edén…-murmuró Arthur. –Llevas tres años viviendo aquí y no sabes lo que es?
  -Me he pasado casi todo el tiempo huyendo de los híbridos, viviendo en los suburbios y trabajando en las minas. Crees que tengo pinta de saber lo que es? –Preguntó inquisitivamente la joven.
  -Edén… –hablo la voz melódica de Ethan. –Lugar de reposo de los que abandonan esta vida, es decir, el siguiente paso tras esta existencia, algo que me está vetado por mi condición de androide. Consiste en una Inteligencia Artificial que almacena los datos neuronales de los que fallecen y los guarda en su disco duro, donde una copia de los fallecidos permanece, viviendo en un mundo virtual, idílico y paradisíaco. Es como la Stasis, pero más parecido al cielo que al infierno.
  -¿Y que tiene que ver eso con el Códice Arcano? –preguntó Artemis.
  -Es muy simple –contestó John. –Nuestra tecnología, tiene sus fundamentos en el dominio de la magia, tal y como vosotros la conocéis. Y dicho Códice, contiene poderosos hechizos de magia Arcana con la que se puede alterar el tejido de la propia realidad. De hecho, muchos de nuestros avances tecnológicos han sido posibles, gracias a ese tomo. Pero mi intuición me dice que algo falla en Edén. Para empezar, es altamente probable que a pesar de nuestros avances, falte capacidad para albergar todas las “almas” que van a parar allí. Y deduzco por ello, que necesitan el tomo para poder plegar el espacio-tiempo para poder así ampliar de forma considerable la capacidad de almacenamiento de sus discos duros. No obstante, lo que me tiene realmente preocupado es que hace tiempo que no se realiza ninguna reunión del consejo supremo de D3LTA. Lo que me hace suponer que quien nos gobierna es la mano negra de la que os hablaba antes. Por ese motivo necesito hablar con los magos. La guerra entre nuestras civilizaciones se me antoja inminente. Y creo que en todo caso, las respuestas a mis preguntas las encontraré allí, pues mis ojos no pueden ver más allá de ésta ciudad.
  -¿Cuando partimos? –preguntó Arthur con entusiasmo.
  -Esta misma noche –sentencío John. –Por ahora, descansa, mi joven hechicera, necesitas reponer fuerzas, ha sido una dura batalla. Y por favor, discúlpame que haya tardado tanto en piratear a los Mekas, pero quería ver de lo que eras capaz. Y he de decir que me has impresionado gratamente. Arthur, si me acompañas, me gustaría revisar tu software neural, solo por seguridad.
  -Si no hay más remedio…
Y el día pasó, sin mayores incidentes. Artemis dormía en una cómoda cama de plumas en una de las estancias de aquel extraño lugar. Ajena a los experimentos de John con Arthur, quien se pasó la tarde explorando los recovecos de la mente del chico.

  -Definitivamente mi madre, me mata –aseguró Arthur apesadumbrado.

Capítulo 5 de mi libro

Arthur se encontraba suspendido a veinticinco metros del suelo. Surcaba el cielo a toda velocidad, zigzagueando entre los edificios. Volaba tras una pequeña lanzadera desliespacial en una frenética persecución. Con los brazos extendidos, una tras otra, iba lanzando sin éxito bolas de energía, que salían de la palma de sus manos, con la intención de derribar la nave que le precedía.
  Comenzaron a salir a su paso decenas de escuadrones Meka, disparando rayos de plasma que Arthur esquivaba con gran habilidad. La primera oleada de máquinas fue derribada por diversas ráfagas oportunamente dirigidas. Varios androides pasaron de largo, para poco después reanudar la marcha tras él.
  Se vio obligado a dividir la atención. Sin perder de vista la lanzadera, echaba fugaces ojeadas sobre su hombro, a fin de esquivar los rayos que eran disparados desde detrás. Varios pasaron rozándole, emitiendo destellos al rebotar contra su escudo de energía.  Algunos alcanzaban los edificios a su paso, dejando un gran rastro de destrucción a sus espaldas.
  La nave giró bruscamente a su derecha tras pasar por una enorme torre de comunicaciones. Arthur aprovechó la ocasión para dirigir los disparos hacia su base, que estalló en pedazos con una gran explosión. Perdida la estabilidad por la detonación, la torre comenzó a inclinarse hacia el centro de la calle, que fue esquivada temerariamente por Arthrur en el último momento. La acción produjo que los Meka que iban tras él no pudieran reaccionar a tiempo, estallando al chocar frontalmente con la inmensa estructura.
  Los edificios se diluían a su alrededor debido a la velocidad, a medida que acortaba la distancia que le separaba de la nave. Volvió a lanzar otra sucesión de proyectiles que, de nuevo, la lanzadera pudo eludir sin dificultad.
  La nave giró bruscamente a la izquierda, para luego girar a la derecha y de nuevo a la izquierda. Arthur estaba ya muy cerca. Extendió ambos brazos fijando visualmente su objetivo. A esa distancia no podía fallar.
  Una vez las esferas se hubieron formado en sus manos, la lanzadera, los edificios y la propia ciudad se desdibujaron rápidamente. Se vio fugazmente transportado hacia el cielo a irreal velocidad.
  Parpadeó varias veces, con una mueca de fastidio en su semblante. Se hallaba en una habitación sin ventanas ni puertas, de un blanco impoluto. Ante él estaba su madre, con los brazos cruzados y una cara que no admitía reproche alguno.
  -Jovencito, ya va siendo hora que apagues el dichoso juego.
  -Pero, mamá…
  -Nada de peros. ¿Es que nunca te cansas? –Le interrumpió bruscamente.
De pronto, la sala se esfumo como se esfuma un sueño ligero, sin darle tiempo a mediar ninguna réplica.
  -Debes atender un recado, y nada de lucirte con el aerodeslizador, que nos conocemos. –le increpó su madre.
  -De acuerdo –contestó él. –No me entretendré más de lo necesario, tienes mi palabra.
  -Eso espero jovencito. Y a partir de ahora, tendrás que ceñirte al horario que yo determine, no pienso criar a un hijo que se pasa las horas jugando a videojuegos, desatendiendo otras actividades más provechosas en su beneficio.
  -¿Por qué no mandas al droide? –contestó Arthur. –Seguro que haría el recado más rápido que yo, y seguro que no se entretendría mirando escaparates o jugando con el aerodeslizador por las calles.
  -Necesito que negocies un buen precio jovencito –le amonestó ella. –Si envío al droide me saldría más caro que una nave orbital, y entre tus estudios y el alquiler ya tengo suficiente por el momento.
  -Está bien –cedió él. –Que necesitas madre?
  -Necesito un motor de fusión para alimentar la casa. El que tenemos no funciona bien, y el día menos pensado te quedarás atrapado en alguno de tus estúpidos videojuegos sin tan siquiera llegar a Edén. ¿Es que no aprendiste nada en el Stasis?
  -Por cuanto quieres que lo compre? –Preguntó ofuscado.
  -Dos cientos créditos. Ni uno más. Pero asegúrate de que está en buen estado, a ver si va a ser peor el remedio que la enfermedad.
  -De acuerdo. Dos cientos créditos – repitió él.
  Arthur le dio la mano a su madre para que la transferencia de dinero se realizara. En décimas de segundo, ya tenía dos cientos créditos en su cuenta personal. Y sin mediar palabra, cogió su aerodeslizador y salió a la calle con decisión. El taller de Ohland, donde pensaba encontrar el motor, se encontraba a varias calles de distancia. Calculó que tendría suficiente con veinte minutos entre ir y volver. Eso si no se entretenía.
  A medida que avanzaba, veía marcada con flechas verdes luminiscentes su ruta hasta el taller. Pero poco podía imaginar lo que encontraría por el camino.
  De pronto, una luz roja inundó su campo visual. Era un indicador de peligro. Aunque ya había sido instruido para darle la importancia que merecía, su curiosidad natural le hizo desatender las normas ante tal situación. No pensaba huir del peligro, al contrario. Pensaba dirigirse directamente hacia él. Si no andaba errado, vería algo más peligroso y emocionante que lo vivido en ninguno de sus videojuegos. Y en efecto, así fue. Siguió la indicación de peligro que tenía grabada en la retina y se encontró ante una escena que le heló la sangre. ¡Era una maga! Y estaba ahí, delante de él lanzando hechizo tras hechizo, en una encarnizada lucha contra un grupo de Mekas, dos Persecutores, cuatro drones y un agente de la SM.
  Arthur sentía fascinación por lo desconocido, y en especial, por la magia. A pesar de los intentos de adoctrinamiento por parte de sus superiores.
  Tenía diecisiete años. Por tanto, tan solo hacía diez que había salido de la Stasis. Y todavía le faltaban muchos para llegar a la mayoría de edad. A pesar de ello, lucía un cuerpo bien proporcionado, tenía una mirada curiosa y su cabello rubio desafiante ante las leyes de la gravedad se elevaba varios centímetros sobre su cabeza. Medía un metro setenta, para su edad era bastante alto, aunque en definitiva, las modificaciones genéticas que sufrían los híbridos al nacer les proporcionaban cuerpos esbeltos y musculados, así como una mente ágil y muy perspicaz. Tanto la modificación genética, como el uso de nanorobots y los chips neurales eran la base de su sociedad. Por tanto, todo ciudadano respetable poseía dichos atributos.
  Siguió el combate de cerca. Al parecer la hechicera era muy diestra tanto en defensa como en ataque. Aunque por contra, la inferioridad numérica no jugaba a su favor.
  Arthur quería ayudarla. Se sentía atraído como nunca antes había sentido por aquellas sinuosas curvas, por esa cara bonita y ese aura de poder que emanaban de la joven.

  Aunque no sabía cómo, su deber era ayudarla. Quizá fuera obra del destino, él lo desconocía. Pero de algo estaba seguro. Cuando volviera a casa su madre le obsequiaría con una dura reprimenda.

Capítulo 4 de mi libro

Artemis se vio repentinamente envuelta en un silencio sepulcral, como si fuera la única persona en el mundo. Sintió como su corazón dejaba de latir. En el mismo instante en el que se hizo el vacío en sus oídos y una sedante luz violácea inundaba su mente. Le sorprendió comprobar que la percepción de sus sentidos estaba eclipsada. Se deleitó intentando catalogar el sinfín de ideas que acudían a su mente. De pronto, cayó en la cuenta de que llevaba rato sin respirar. Y lo que más le asustó fue el hecho de no poder precisar el tiempo que llevaba así. Entonces, empezó a considerar la posibilidad de haber perdido la vida. La curiosidad era la culpable de haber llegado a tal extremo. Desde luego si la muerte era esa completa ausencia de sensaciones, le habría resultado una eternidad extremadamente aburrida.
  Fue entonces, mientras sopesaba la situación, cuando le sobresaltó una repentina presión que inundó todo su cuerpo. Ocurrió tan deprisa que la primera bocanada de aire golpeó su pecho con una fuerza inesperada. La luz que le cegaba iba perdiendo intensidad mientras aparecían sombras y colores que su mente interpretaba a toda velocidad. Sentía latir de nuevo el corazón y, poco a poco, sus sentidos volvían a percibir el entorno.
  Abrió los ojos poco a poco, con cierto temor. Comprobó que estaba bien. Entonces distinguió el sonido de una compuerta abriéndose lentamente. Una vez estuvo totalmente abierta, una brillante claridad la cegó momentáneamente. Tras enfocar su mirada, sonrió aliviada al corroborar que se había desplazado según lo previsto. Se encontraba en el Sector Sur, a mil ochocientos kilómetros, unos diez edificios al norte de su siguiente objetivo.
  Después de unos segundos de aturdimiento, intentó poner en orden sus ideas. La habían descubierto, de eso no cabía duda pero, ¿cómo? Quizá había fallado el pasaporte digital. O puede que el vigilante de seguridad que la había interrogado sospechara algo.  ¿Qué podía haberla delatado? Nadie sabía que pretendía salir de la ciudad. Quizá había sido Norman, pero tampoco podía saberlo, puesto que había tomado muchas precauciones para evitarlo. Entonces, ¿por qué estaban tras ella? Desconocía la respuesta.
  Respiro profundamente hasta haber recobrado el control de si misma. Cuando se hubo calmado, repasó rápidamente sus opciones. Tenía intención de tomar el aerodeslizador desliespacial hasta el Acceso Sur, pero dado que la SM estaba tras ella, era una alternativa muy arriesgada. Consultó su ordenador a toda prisa. Después de varias pulsaciones, se desplegó sobre su antebrazo una representación holográfica en forma de disco, mostrando todas las rutas posibles. Tras un breve lapso de reflexión, apagó el terminal sin seleccionar ninguna de las rutas disponibles. De este modo evitaba que pudieran anticiparse a sus movimientos, a la par que imposibilitaba localizar su posición.
  Decidió recorrer a pie la distancia hasta la siguiente estación. Había memorizado la ruta más corta hasta su destino, pero de querer llegar a tiempo no podía perder ni un segundo.
Le inquietaba sobremanera el rumbo actual de los acontecimientos. Su corazón palpitaba con más fuerza cada segundo que pasaba. Su cara reflejaba una honda preocupación que no era capaz de disimular. Mientras avanzaba, breves ojeadas en derredor intentaban evitar verse sorprendida por alguna patrulla. Afortunadamente, llego a la base del edificio más cercano sin que nadie reparara en su presencia. Con un hondo suspiro de alivio se refugió en las sombras del acceso al edificio y se sentó en el rincón más oscuro que pudo encontrar, junto al aparcamiento de los AD, es decir, aerodeslizadores desliespaciales.
 
  Con firme determinación, se dirigió a la calle dejando atrás su oscuro escondite y con él, la estación de AD. Estudiaba con atención cada detalle. Su mirada captaba todo movimiento. Nada escapaba a su aguzada visión. Según avanzaba su sosiego se veía incrementado en proporción. Se dijo que lo conseguiría. Llegaría a la estación del TAP sin ningún problema y a la hora prevista.
  Algo llamó su atención justo un instante antes de salir completamente al descubierto. Era el sonido de una patrulla de Meka deslizándose a toda velocidad por el medio de la avenida. La gente se apartaba sobresaltada al paso de las sirenas. En apenas unos segundos se situaron a la altura del edificio donde se había escondido Artemis. En ese preciso momento, temió ser descubierta. Uno de los Meka había mirado en su dirección. Por suerte, sus reflejos felinos hicieron que se escondiera tras una columna de un salto, evitando así que la localizaran.
  -Ha faltado poco. –Reflexionó con alivio
Pensó rápidamente. Debía apresurarse a encontrar un modo de llegar a la estación sin ser vista, de lo contrario no llegaría a tiempo a la Acceso Sur, y su contacto no estaría allí para facilitarle la salida de la ciudad.
  Buscó frenéticamente un medio de transporte, algo inusual, que no llamara la atención. De pronto, reparó en colector de residuos, que en ese momento hacia su ronda por la avenida, ajeno al sonido de las sirenas. Era un vehículo autónomo, como todos los encargados de la limpieza, el mantenimiento y la distribución de mercancías o pasajeros. A su paso, los contenedores se desplazaban en su dirección para vaciar su contenido dentro.
  Estaba tan solo a diez metros. Llegar hasta él no supondría, en principio, ningún riesgo. Era el hecho de meterse dentro lo que podía llamar la atención de alguna cámara o quizá de algún observador casual y que éste, a su vez, diera la voz de alarma. Decidió por tanto, y en contra de sus iniciales propósitos, valerse del uso de su magia. Tenía poco tiempo, y la ejecución del hechizo requería de su total atención.
  Canalizó la magia en su mente, sintiéndola agitarse en su cuerpo. En cuestión de segundos una intensa energía invadió todo su cuerpo, envolviéndola completamente. Poco después, mientras mantenía su mano derecha en alto, apuntó con el dedo índice de su otra mano en dirección al colector de residuos. Y por último, pronunció las palabras en el lenguaje de la magia que ponían punto y final al hechizo:
  -Mote ante.
  Artemis se desvaneció emitiendo un fugaz destello, dejando un tenue resplandor celeste tras de si. Entonces un imperceptible y veloz fulgor atravesó la calle dando de lleno en su objetivo. Transportando así su esbelto cuerpo al interior del colector.
  Una vez dentro y a pesar del hedor que la asaltaba, se sentía a salvo. Aguzó sus sentidos, temiendo haber sido descubierta por alguien que hubiera presenciado la escena en la que ella desaparecía repentinamente. Tras unos segundos en vilo, se convenció de que su pequeña demostración había pasado desapercibida. Seguramente la policía en realidad perseguía lo que seguramente sería un peligroso criminal. Pensar en esa idea la tranquilizaba poderosamente.
  Para Artemis lo importante era que estaba relativamente a salvo, y que por el momento no tendría de que preocuparse hasta llegar a la estación. Se instaló lo más cómodamente posible, teniendo en cuenta que se encontraba dentro de un basurero móvil y mantuvo la vista fija en el cielo, para poder llevar la cuenta de los edificios. Entretanto tenía que soportar una constante lluvia de hediondos desperdicios que caían sin cesar sobre su cabeza.
  A falta de tres edificios para su destinación, volvió a escuchar el ruido de las sirenas. Entornó sus ojos, reduciéndolos a meras rendijas. Le parecía imposible que la hubieran detectado pero, en su situación, podía esperar cualquier cosa. La ciudad gozaba de unos sentidos muy afinados, capaces de escuchar el más sutil de los susurros. Todo ello no era más que un mero método de control. Control al que no escapaba ningún habitante de D3LTA, y el causante de que fueran tras la pista de la joven.
  De pronto el vehículo donde estaba oculta frenó en seco su marcha, lo cual hizo que Artemis se sobresaltara.
  Notó una sensación extraña, como de ingravidez. Y pronto cayo en la cuenta de que algo o alguien la estaba succionando con alguna especie de rayo tractor. Pensó en volver a teletransportarse, pero sopesando los diferentes escenarios posibles, pensó que necesitaría una cantidad importante de poder mágico para salir de aquella situación, si las cosas se complicaban. Y de eso no cabía duda, su vida se estaba complicando a marchas forzadas. Por suerte, aunque solo fuera una mera hechicera, tenía aún varios ases en la manga, y pensaba aprovecharlos.
  -No me venceréis tan fácilmente. –Dijo mientras su cabeza asomaba por el borde del vehículo.
  Cuando fijo su vista en el Meka que la estaba atrayendo, volvió a canalizar la magia en su interior, y metiendo sus esbeltas manos en el saquillo que llevaba atado a la cintura, saco una viruta de piedra volcánica. La sostuvo en su mano, mientras pronunciaba las palabras mágicas.
  -Pila Ignis.
  Y en su mano derecha apareció una bola de fuego del tamaño de una naranja. Apuntó cuidadosamente a su objetivo y la lanzó con precisión milimétrica. La bola de fuego estalló con un estruendoso sonido, destrozando completamente al Meka y dejándola libre del rayo tractor. La consecuencia fue que cayó de nuevo en el transporte de residuos. Esto le dio varios segundos para organizarse y preparar una contraofensiva. Que hubiera visto, habían unos diez Mekas, y dos droides que no había visto jamás. Eran más grandes que ningún Meka que hubiese visto hasta ahora. Y estaban envueltos en una especie de escudo protector que le recordaba a una barrera arcana. Eso le hizo sospechar para que querían el Códice Arcano los híbridos de D3LTA.
  Pero no había tiempo para reflexiones banales. La situación era crítica. Estaba rodeada de enemigos muy peligrosos y necesitaba una salida viable.
  Un rápido vistazo al cielo, le hizo ver un aerobús volando a baja altitud. Esta vez sí pensaba usar la traslación. Con un poco de suerte los Mekas la seguirían buscando dentro del recolector de residuos. Solo esperaba que no tuvieran una IA lo suficientemente avanzada como para seguir el destello azul.
  -Mote ante –susurró.
  Y de nuevo, el rayo azulado rasgó el cielo, transportándola sobre el aerobús, donde se agachó procurando no perder el equilibrio. Pensó que no solamente estaba a salvo, si no que según la ruta del transporte, llegaría a tiempo para obtener su salvoconducto de su contacto. A menos, que éste fuera el traidor. Pero cada cosa a su momento. Lo principal era librarse de la patrulla robótica que le pisaba los talones.
  Para su sorpresa, los Mekas reaparecieron invadiendo totalmente su campo de visión. Aunque ahora había alguien más. Era un híbrido, montado en una moto extraña y escoltado por cuatro drones de asalto.
  El híbrido se puso en pie sobre la moto de curvatura y salto sin apenas esfuerzo sobre el aerobús, lo cual pillo desprevenida a Artemis, que por momentos temía por su vida. Si todo lo que creía saber de los híbridos era cierto, tenía los minutos contados.
  -Hechicera. ¿Cuál es tu nombre? –Espetó escuetamente el híbrido.
  -Quién quiere saberlo –contestó ella.
  -Soy Atropos. Oficial de la Seguridad Meka. Te lo pregunto por última vez: ¿Cuál es tu nombre?
  -Me llamo Artemis. –Aunque no sé por qué quieres saberlo. De todos modos, tu intención es matarme. ¿Me equivoco?
  -Mi intención es arrestarte, nada más. Luego se te juzgará y se te impondrá el castigo oportuno. No me corresponde a mi decidirlo. Mi única misión es llevarte a las oficinas de la SM, donde permanecerás confinada.
  Entonces Artemis lanzó un rayo apuntando al corazón de Atropos. Pero con un movimiento antinaturalmente rápido, Atropos extendío su mano izquierda formando un escudo protector que detuvo el impacto antes de que alcanzara su objetivo.
  -Magia –dijo Artemis
  -No es magia, es Tecnología. –Contestó Atropos orgulloso. –Tengo entendido que los magos tenéis una energía limitada en lo tocante a lanzar hechizos. Y si no ando errado, tú también puedes invocar un escudo protector para defenderte. Te lo repito, mi intención no es matarte, es capturarte viva para que seas juzgada.
  En aquel preciso instante, Atropos levantó su mano derecha y señalo a Artemis. De pronto, los Mekas comenzaron a lanzarle ráfagas de plasma, mientras los drones la rodeaban y los Persecutores protegían al resto de unidades.
  La joven usaba una mano para protegerse con su escudo arcano mientras a su vez lanzaba rayos con la otra a modo de ofensiva. Fueron cayendo, un Meka tras otro, hasta que solo quedaron los dos Persecutores, los drones y Atropos.

  Artemis se sentía agotada. El uso de la magia requería una enorme concentración y un gasto energético considerable. Y no había caído en la cuenta de que debería haber elaborado algún elixir para reponer la magia gastada. Aunque no podía saber que se enfrentaría a una situación tan difícil. El aerobús seguía su marcha mientras ella estaba al borde del desmayo, rodeada de enemigos y sin apenas magia en su interior. No quería ni imaginar lo que significaba para un híbrido un juicio justo. Pensó que más valía no saberlo. A fin de cuentas, la ignorancia es la felicidad, pensó.

jueves, 12 de octubre de 2017

Capítulo 3 de mi libro

El capitán Atropos entró en las oficinas centrales de la SM como una exhalación. Tras una rápida observación del sinfín de imágenes que poblaban la cóncava superficie, se dirigió al un oficial que había en la sala.
  -¿Que tenemos? –Preguntó secamente.
  -Señor, se ha activado un código azul en el Sector Norte, distrito 25.
  -¿Contramedidas?
  -Ya hemos enviado cuatro escuadrones Meka.
  -Enviad dos Persecutores.
  -¿Señor?
  -Supervisaré la operación personalmente. Te envío los detalles. Acepta la transmisión.
  -Recibida.
  A simple vista la conversación había finalizado sin más. Lo cierto era que Atropos le había enviado telepáticamente el procedimiento a seguir, tal como acababa de idearlo. Su subordinado había aceptado la recepción, y ahora conocía los mismos detalles que su superior, todo ello en décimas de segundo.
  Atropos era un híbrido apuesto y bien parecido. Aparentaba una edad de unos veinticinco años, aunque realmente tenía ciento noventa y ocho. Medía un metro ochenta y lucía un atuendo ajustado de las fuerzas del SM. Tenía unos intensos ojos azules, de mirada penetrante. Ojos biónicos de corte militar: visión nocturna, zoom y visión térmica eran algunas de las ventajas. También poseía memoria fotográfica, nanorobots reparadores de tejidos que le conferían una extraordinaria capacidad de regeneración celular, así como chips y discos duros alojados en su neocortex cerebral, lo cual le mantenía permanentemente conectado a la propia ciudad y le otorgaban una inteligencia y capacidad de razonamiento sin igual. Como todo híbrido, al nacer fue conectado al ordenador central de la ciudad, donde vivió una vida entera de penurias y miedos. El Stasis, como se la conocía, era la condensación de toda una vida humana en tan solo siete años. Ésta realidad virtual, estaba basada en un tiempo remoto, a principios del año mil novecientos ochenta, en la Tierra.
  Su finalidad era apreciar el valor de la vida humana y experimentar todo el amplio abanico de emociones humanas.
   Una vez culminado ese periodo de existencia, cuya prueba final era la propia muerte, despertó cuatrocientos años en el futuro, en otro planeta distinto, donde comenzaría su aprendizaje y adoctrinamiento, en el cual se fomentaba el odio hacia la magia y a todos sus practicantes. Éste aprendizaje culminaría a la edad de veinticinco años, donde su reloj biológico permanecería inmutable hasta que decidiera abandonar por propia voluntad su existencia y pasar al siguiente nivel. Edén.
  En aquel mundo, donde la vida no tenía fin, habían impuesto un singular modo de mantener la población a niveles aceptables. Solo se engendraba una vida nueva cuando alguien, por accidente o por propia voluntad, dejaba el mundo de los vivos para pasar al siguiente plano de existencia. Donde todo era posible, y donde podría reunirse con sus ancestros en un idílico mundo ajeno al sufrimiento o al dolor. Donde toda carga parecía ligera, y donde le esperaban sus padres.
  Con un simple y fugaz pensamiento, invocó en el garaje de la sede su Moto de curvatura. Montó en ella, y salió disparado a toda velocidad por las calles de D3LTA. Custodiado por cuatro drones de asalto, volaba a ras de suelo sorteando todo tipo de obstáculos sin apenas esfuerzo. Era como si viese las cosas antes de que ocurriesen. Y en cierto modo así ocurría en su mente. Era rápido, era inteligente; era un ser implacable.
  -Señor, hemos localizado el origen de la amenaza –Resonó una voz en su mente.- Al parecer es una hechicera. Se la ha visto por última vez en un transportador del distrito 25, estamos pendientes de obtener la ubicación de destino.
  -Gracias Reeves. –Fue la escueta respuesta
  Atropos mostro una sonrisa maléfica mientras giraba repentinamente por una bocacalle, custodiado por sus cuatro drones.
  Pasó junto a un letrero flotante de vistosos colores:


“Próxima actualización del software neuronal. En breve”

Capítulo 2 de mi libro

  En una oscura habitación, fuertemente custodiada por un insondable silencio, se hallaba un hombre cómodamente sentado, tecleando frenéticamente un sinfín de códigos ininteligibles. Su vista saltaba alternativamente entre tres amplias pantallas que, suspendidas misteriosamente en el aire y combadas hacia fuera, mostraban ventanas de comandos, imágenes de la ciudad y diversos gráficos estadísticos. Se encontraba completamente absorto en su labor, mientras las ventanas aparecían y desaparecían en cada una de las tres pantallas. De vez en cuando se detenía bruscamente, estrechando su mirada en busca de algo inconcreto, para poco después reanudar las rápidas pulsaciones del teclado.
  Una voz femenina, que provenía de un lugar indeterminado de la habitación, habló con un tono sensual, que nada hacía sospechar que no proviniese de un ser humano.
  –Señor, tiene una comunicación entrante. Es Norman –dijo la voz.
  -Gracias Sarah.
En la pantalla central se abrió una nueva ventana, superponiéndose tridimensionalmente a las demás. Apareció la cara de un hombre, completamente surcada de cicatrices, mirando al frente con seriedad.
  -¿Ha ido todo bien Norman? –preguntó el hombre desde las sombras.
  -Perfectamente –contestó Norman -.He colocado el localizador sin problemas –sonrió-. Y me he asegurado de que no sospechara nada.
  -Intuyo que no le habrá explicado dónde pensaba dirigirse, ¿me equivoco?
  -Me ha dicho que tenía cosas que hacer en la superficie, pero no me ha dado más detalles.
  -Ya veo. No es propio de ella desvelar sus intenciones. –Tecleó rápidamente en el terminal que tenía ante él-. Ya la he localizado –dijo mientras aparecía una nueva imagen a su derecha-. Ha hecho un buen trabajo. Le felicito.
  -Gracias, para eso estamos –contestó mostrando una amplia sonrisa.
  -Manténgase alerta, es altamente probable que pronto necesite sus servicios de nuevo.
  -Sin problema. Cambio y corto. –La cara desapareció repentinamente.
  Las pulsaciones reanudaron su cadencia en la agobiante oscuridad. Las pantallas se poblaron de imágenes, mostrando varios planos de una zona específica de la ciudad. El hombre, que tecleaba persistentemente, de pronto se detuvo, a la par que su vista se centraba en una imagen muy concreta. En ella, una preciosa joven bien proporcionada caminaba resueltamente. Según su ubicación, bordeando la Sede de Traslación.
  Tecleó varias sentencias más y la imagen se deslizó rápidamente al monitor central, ocupándolo completamente. A medida que pulsaba las teclas, fueron apareciendo en las pantallas laterales las distintas destinaciones posibles y las diversas medidas de seguridad disponibles.
  Fijó de nuevo su atención en la pantalla central. Repentinamente, un Meka se interpuso en el camino de la chica que intentaba acceder al edificio. Se quedó momentáneamente paralizado al ver que de su mano surgía un poderoso relámpago, chamuscando los circuitos del androide con rapidez.

  Se detuvo brevemente a reflexionar mientras el monitor registraba la imagen de la joven desapareciendo rápidamente en el interior del edificio. Pulsó varias teclas más y se acomodó en su asiento, con la mirada fija en la pantalla central.

domingo, 17 de mayo de 2015

Prologo de mi libro

D3LTA era una enorme macrociudad cuya extensión cubría prácticamente la totalidad del continente de Aurora. Sus imponentes edificios de formas imposibles se alzaban cientos de metros, desafiando la majestuosidad de la propia naturaleza. Penetraba varios kilómetros bajo tierra, formando un entresijo de miles de millones de túneles y un sinfín de edificaciones subterráneas que invadían una nada desdeñable porción de la corteza. En su conjunto, la incesante actividad autónoma de sus estructuras, en perfecta sincronía con los medios de transporte, unida a la frenética actividad de sus habitantes, guardaba una hipnótica semejanza con una maquina de titánicas proporciones y endiablada complejidad.
  Demasiado tiempo llevaba Artemis fingiendo formar parte de su sociedad, y cada vez deseaba con más fuerza la anhelada libertad del exterior. No podía evitar sentirse atrapada en aquel mundo, ajeno a sus costumbres. Había pasado los últimos tres años en aquella ciudad,  inmersa en una incesante e infructuosa búsqueda que le había llevado por los rincones más oscuros y peligrosos.
  Su misión inicial consistía en recuperar un antiguo manuscrito de conocimiento arcano, robado durante la guerra. Con el tiempo, sin embargo, había tenido que replantear sus prioridades, la principal de las cuales consistía fundamentalmente en sobrevivir. Para ello, le bastaba con esconder su especial condición, algo no tan sencillo como pudiera parecerle en un principio.
  Las ardientes llamas que albergaba en su interior acrecentaban su intensidad cada día que pasaba. Notaba el calor en su pecho y sentía el crepitar del fuego en su mente. Un observador perspicaz podría haber vislumbrado el peculiar brillo etéreo en sus ojos, en claro contraste con la inexpresiva mirada de los que carecían del don. Tristemente, en aquel rincón del mundo, la existencia de quienes eran meramente humanos carecía del más mínimo interés, aunque por fortuna, aquellas desdichadas circunstancias le facilitaban enormemente la tarea de ocultar su  especial condición.
  Acostumbraba a despertarse cada mañana muy temprano, al alba. Así evitaba cruzarse con la clase alta de la sociedad: los híbridos. El tenue resplandor azul que irradiaban sus ojos le provocaba escalofríos. Otrora humanos, ahora eran cyborgs, alterados genética y morfológicamente. Seres que no conocían el cansancio o el sufrimiento. Mitad hombres y mitad máquinas. En constante y frenética evolución, equiparable al progreso tecnológico de D3LTA. Despreciaban a los no actualizados, a los que veían como seres patéticos y simples; De carne y hueso. A pesar de todo, las diferencias físicas entre ambos subgrupos, las cuales evidenciaban su estatus, eran muy sutiles.
  Los híbridos, quienes constituían la mayor parte de la población de la ciudad y disfrutaban de los mayores privilegios, eran los únicos con pleno derecho a ser considerados ciudadanos.
  Los humanos no actualizados eran despreciados y ninguneados por la alta sociedad. Enormemente condicionados por su nivel económico, constituían un pequeño porcentaje de la población. Atrapados en la espiral de su propia miseria, no podían permitirse el coste de ninguna modificación o implante, lo que a su vez les privaba de buenos puestos de trabajo, retroalimentando el círculo. Eran mucho menos resistentes que los Meka, y en general, más difíciles de mantener. Hubo consenso al considerarlos prescindibles. De escasa utilidad, tanto vivos, como muertos.
  De este último grupo formaba parte Artemis, aunque dada su naturaleza, podría no ser una catalogación muy acertada.
  Era una hechicera. Apelativo con el que se denominaba a los magos de rango inferior. Pese a todo, a simple vista era una humana corriente, de gran belleza y atractivo físico. Su pelo negro azabache ondeaba al viento de aquella agradable mañana otoñal, mientras un mechón de su pelo tapaba parcialmente su rostro, acrecentando su atractivo natural. Sus preciosos ojos negros jugueteaban escrutando el entorno a la vez que una dulce sonrisa se dibujaba en su cara. De complexión atlética y curvas sinuosas, atraía con facilidad la atención de infinidad de pretendientes que esperaban, sin éxito, llamar la atención de la joven.
  Vivía en los suburbios, al igual que el resto de humanos. Y desde hacía poco más de un año debía tener especial cuidado durante sus incursiones a la superficie. Allí era donde habitaban los híbridos, y para poder moverse por la ciudad, se vio forzada a exprimir al máximo su ingenio, puesto que únicamente los ciudadanos de pleno derecho podían moverse libremente por la superficie. Lo cual dificultaba el uso de los transportes públicos. Pese a todo, en ocasiones era necesario utilizarlos, ya que usar la magia como medio de desplazamiento era inviable en su situación. En cada recodo, la ciudad tenía ojos y oídos que lo registraban todo, reaccionando a las amenazas con vida propia. Para su desgracia, los habitantes de D3LTA adoraban La Tecnología como la religión verdadera y creían que la magia era una herejía que debía ser erradicada. Los magos eran sencillamente considerados demonios, sin razonamiento alguno que acompañara tamaña afirmación. Simplemente debían ser purgados. Lo cual no era más que un eufemismo para hacer referencia al hecho de que debían morir. Era lo que dictaba la ley.
  Sus años en la ciudad habían envuelto su vida en una tediosa monotonía cuya finalidad consistía en no despertar sospechas acerca de sus investigaciones. Después de tres años, solo había encontrado vagas pistas que relacionaban el Códice con algo llamado Proyecto Eden. Había arriesgado mucho para conseguir un fugaz rastro que se desvanecía en la sombra, recurriendo en muchas ocasiones a sus habilidades, con el especial riesgo que ello suponía. Por fortuna, que ella supiera, todavía nadie había logrado desvelar su secreto. Por otra parte, sus años de experiencia le habían enseñado a confiar en su intuición. Y en aquel preciso momento, su intuición le decía que estaba siendo vigilada. Que todo movimiento era observado. Que cada palabra estaba siendo escuchada y analizada. Sentía que debía tener especial cuidado, pues en un mundo como aquel, de ser ciertas sus sospechas solo tenían cabida dos alternativas: huir o morir.
  Su misión, a pesar de todos sus esfuerzos, había fracasado estrepitosamente. Para agravar la situación, se sentía permanentemente observada y asediada. El temor a estar en grave peligro se había ido acrecentando con el tiempo. Y en última instancia decidió que había llegado la hora de partir. Los tres años que llevaba en D3LTA eran mucho más de lo que se esperaba de ella, y suficientes para justificar su fracaso en la búsqueda del Códice.
  Cansada de todo aquello. Deseaba volver a experimentar la sensación de la magia al fluir libremente en su interior, sin restricciones. La sentía en sus venas, calentando agradablemente su piel. Anhelaba volver a proyectarla desde sus esbeltas manos. Liberarla con gráciles movimientos, como hiciera antaño en los frondosos bosques de “Irsis”, su tierra natal.

  Pensar en todo aquello, le hizo sentirse un paso más cerca del momento de volver. Añoraba amargamente a su familia y amigos. Se moría de ganas de deleitar sus sentidos con el dulce aroma afrutado de los árboles del bosque y escuchar el agradable canto matinal de los pájaros. Faltaba muy poco para que llegara ese momento. Pronto volvería a estar allí. En casa. 

jueves, 14 de mayo de 2015

Capítulo 1 de mi libro

  Tan pronto sonó la alarma, Artemis se levantó de un salto y se encaminó resueltamente hacia el baño.
  -Luces
El estridente sonido cesó al instante y el techo comenzó a irradiar paulatinamente la agradable luz perlada que tenía configurada.
  Curiosamente, allí abajo la tecnología llevaba obsoleta varias décadas, y a pesar de haber pasado de tanto tiempo viviendo en aquella ciudad, le seguía resultando extraño su funcionamiento. Ella consideraba que eran artilugios útiles, aunque excesivamente suntuosos.
  Su apartamento, ubicado en los suburbios, se hallaba en el subsuelo, bajo tierra, como tantos otros que había diseminados por toda la ciudad. Ahí era donde habitaba la mayoría de los humanos y todo aquel híbrido que no quería ser encontrado. Cualquier zona en desuso que pudiera aprovecharse, era habilitada para albergar viviendas o zonas comunes que permanecían en cierto modo, al margen del férreo control de la ciudad.
    La decoración de su apartamento era esencialmente espartana, más propia del despacho de un funcionario. De modestas dimensiones y con la vetusta arquitectura de formas rectangulares.
  En un rincón estaba su cama, orientada en la dirección de una pantalla enorme, suspendida en la pared frontal, a la derecha de la entrada. Contigua a ella podía verse una encimera anexada a un pequeño fregadero, con dos cazos, un plato y algunos cubiertos. Había una pequeña mesa de madera junto a una silla del mismo material, sumamente escaso en aquel lugar del mundo, cuyo tacto le provocaba cierta satisfacción y nostalgia. El apartamento disponía de un pequeño baño, muy sobrio, con lo estrictamente necesario. Flanqueando la entrada había un espacioso armario metálico plateado, con un panel numérico en el lateral derecho. Artemis no precisaba más, y agradecía la intimidad que le proporcionaba la ausencia de ventanas y el aislamiento sonoro propio de una construcción subterránea. Un silencio únicamente roto por el imperceptible rumor proveniente del respiradero situado sobre la cabecera de la cama.
  Una vez se hubo aseado meticulosamente, mientras secaba su preciosa melena, comenzó a repasar de nuevo el itinerario que seguiría. Se vistió y salió del baño.
  Se situó frente al armario. Tecleó la clave en el terminal y tras un pitido de confirmación, se replegó hacía arriba la plancha metálica que bloqueaba el acceso a su contenido. Cogió su mochila del interior y la colocó sobre la cama donde, a todo prisa, comenzó a introducir lo indispensable para su viaje. Primero colocó su preciado libro de hechizos en el fondo. Un regalo de su padre, en el cual había escritos sortilegios muy diversos de gran utilidad. Desde los más básicos para encender fuego o crear luz, hasta los más complejos y peligrosos, capaces de alterar el tejido de la realidad. Muchos de ellos no los dominaba todavía, una de las razones por las que aun conservaba el tomo, además de ser uno de los recuerdos de su querido padre.
  A su lado colocó la cajita de acero donde guardaba sus cristales sensoriales, junto a los que se encontraba el dispositivo para visualizar a los recuerdos almacenados en ellos. Luego introdujo algunas raciones de comida nano-presurizada. Altamente nutritiva. No le gustaban este tipo de alimentos, aunque reconocía que eran muy apropiados para realizar largos viajes.
  Por último, introdujo un diminuto estuche cilíndrico de metal que contenía diversos tipos de piedras preciosas, las cuales consiguió de un modo poco honesto.
  Durante el tiempo que pasó trabajando en excavaciones subterráneas para el alojamiento de nuevas infraestructuras, tenía acceso a estos pequeños tesoros. Varios, habían sido oportunamente ocultados con cierta facilidad, aprovechando un descuido del encargado. Saltarse los controles de seguridad al acabar su turno no había sido algo tan sencillo. Algunas de estas gemas podían serle de gran utilidad en el futuro, puesto que los créditos digitales usados como moneda en D3LTA no le servirían de mucho cuando hubiera salido de la ciudad.
  Una vez hubo preparado su mochila, comenzó a revisar su equipaje de mano: Un diminuto sensor de movimiento, un chip holográfico programable, unas gafas de visión ajustable y una fina varilla de cristal verde. Objetos que le podrían ser de gran utilidad en una ciudad automatizada como en la que se encontraba, si su plan de pasar desapercibida se veía comprometido. La sincronía establecida con estos dispositivos le permitiría poder utilizarlos en un rango de hasta veinte metros de distancia.
  Se ajustó a la muñeca el micro-ordenador y ató a su cintura un discreto saquillo de tela con algunos componentes para hechizos: polvo onírico, esencia arcana, un puñado de ceniza y unas virutas de piedra volcánica. 
  Se colgó la mochila al hombro, respiró hondo y se dirigió con decisión a la entrada. Al situarse frente a ella, acerco su ojo derecho al sensor biométrico situado al lado, mientras colocaba su palma abierta sobre el escáner inferior. Hecho esto, la puerta se abrió. La primera puerta hacia su libertad la cruzaría en este instante. Entonces dio un paso y se detuvo. Girando sobre si misma se coloco de espaldas a la salida. Se quedo unos segundos pensando en todas las experiencias que había vivido desde que llegó, hacía ya tres años, al pequeño apartamento. Sonrió al comprender que no echaría de menos aquel lugar.
  -Luces.
Dicho esto, se volvió al tiempo que la puerta se cerraba, dejando solo oscuridad tras de si.
  Se encaminó en dirección al elevador más cercano, a unos dos kilómetros al oeste, mucho más allá de los apartamentos de aquel sector. Había comenzado a caminar cuando se sobresaltó al escuchar la voz que sonó a su espalda.
  -¿Te vas de viaje?
  Al volver la mirada, vio a un hombre robusto, de mediana edad. Llevaba un mono de trabajo parcialmente cubierto de polvo y barro. Su cara estaba surcada de innumerables cicatrices. En ella, sus pequeños ojos negros la observaban con patente asombro. Era Norman, el casero. Su amenazador aspecto y su imponente altura no amedrentaban en absoluto a la joven.
  -Tengo cosas que hacer en la superficie. –Contestó Artemis
  -Entiendo. –La miró de arriba abajo. –Porque tú no te irías sin pagar tus deudas. ¿Verdad?
  -¿Por quién me has tomado? –Compuso su mejor sonrisa
  Le debía dos meses de alquiler, los cuales había evitado pagar para poder financiar su viaje de huida. Llevaba meses ahorrando para poder costeárselo llegado el momento, pero la situación se había vuelto insostenible. Razón por la que había tenido que acelerar los preparativos, aun a riesgo de levantar sospechas.
  Norman se acercó más a ella. Apoyó su mano en los enjutos hombros de la joven a la vez que la miraba intensamente a los ojos.
  -Si los humanos no nos ayudamos entre nosotros, ¿quién lo hará?
  -Tienes razón –contestó Artemis.
Norman desvió la mirada, recorriendo el cuerpo de la joven. Su expresión empezó a tornarse grotescamente obscena.
  -Tengo prisa. –Artemis, endureciendo su mirada, apartó el brazo de norman de un manotazo.
  Dicho esto, dio media vuelta y se puso de nuevo en camino. No tenía intención de pagarle, algo que Norman parecía intuir, a juzgar por su cara de desaprobación.
  -Que tengas un buen día. -Concluyó Norman en tono burlón.
Artemis no contestó. Siguió caminando por los lóbregos túneles de servicio sin mirar atrás.
  Los suburbios presentaban un aspecto deprimente. Todos los recursos de los que disponía la ciudad no llegaban a estas zonas, que permanecían totalmente desatendidas. Los materiales empleados en su construcción eran mayoritariamente aleaciones metálicas de diversas tonalidades grisáceas, las cuales, al contrario que en la superficie, carecían de ningún tipo de propiedad piezoeléctrica, electroactiva o computacional. La principal causa era la pasividad gubernamental. Prueba de ello era la casi total carencia de métodos de gestión o control. Únicamente existía una exigua vigilancia, realizada por un pequeño grupo de unidades de seguridad Meka, de anticuado diseño. Eran un reducto del pasado, allí emplazados con objeto de mantener la zona dentro de un cierto orden, principalmente para que evitar cualquier revuelta imprevista. Pero a juzgar por el desfase de los androides, los fondos destinados a tal efecto eran enormemente escasos.
  A medida que avanzaba, Artemis se cruzaba con otros humanos, enfrascados en sus quehaceres diarios. Confinados allí abajo, ocultos en su mayoría a la visión de la sociedad, solo salían al exterior para poder trasladarse a sus respectivas zonas de trabajo.
  Pasó bordeando una amplia zona rectangular usada como espacio de recreo. Había varios chicos sentados en una enorme piedra rectangular a modo de banco. Bebían y reían mientras bromeaban entre ellos. Al verla pasar, sus risas se vieron amortiguadas, y tras mirarla detenidamente, le dedicaron varias miradas cargadas de intención, así como algunos piropos ingeniosos. Ella hizo caso omiso a sus insinuaciones y silbidos, y siguió su camino, reanudando sus reflexiones. Había pensado mucho en la forma de moverse por la ciudad sin levantar sospechas, pero el primer obstáculo a sortear requería algo de improvisación.
  Debía encontrar un modo de acceder al elevador, el cual estaba custodiado por dos unidades Meka. No dejaban pasar a ningún humano a menos que tuviera un permiso de acreditación que le permitiera desplazarse por la superficie. Muchos contratos laborales facilitaban uno. Su contrato había expirado recientemente, por tanto tendría que idear alguna estratagema para poder sortear la vigilancia.
  En los suburbios, el software de los Meka tenía una IA muy limitada. Hacían su trabajo, pero no era difícil engañarlos. Únicamente debía hacerles creer que tenía un buen motivo para franquear la entrada y le dejarían pasar.
  Se acercó a ellos y les saludó educadamente:
  -Buenos días.
  -Hoy no es día de trabajo. Sin motivo, el elevador está cerrado. –Dijo uno de ellos con una voz distorsionada.
  -Tengo un buen motivo. El señor Tharkof requiere mi presencia. Me ha pedido que vaya a verle hoy mismo –mintió. –Tiene un trabajo para mi.
  -Se necesita acreditación. –Fue la escueta respuesta
Con patente fastidio dio media vuelta, fingiendo alejarse, para replantear su estrategia.
Se ocultó a una distancia prudente, observando a los guardias, discurriendo a toda velocidad la mejor forma de convencerles o evitarles. No podía perder tanto tiempo para sortear cada obstáculo. Cayó en la cuenta de que quizá podría distraerles para atraer su atención y hacer que se ausentaran brevemente, aprovechando esa oportunidad para acceder al elevador sin ser vista. Quería limitar el uso de la magia, para mantener altas sus reservas, aunque dada la ausencia casi total de cámaras en aquella zona, usarla no habría tenido evidentes repercusiones.
  Cogió el emisor holográfico y lo ajustó en una programación que había configurado previamente. Hecho esto, lo depositó en el suelo con sumo cuidado, ubicándolo en una posición que pudiera ser vista por los vigilantes. Luego se alejó dando un pequeño rodeo por un túnel auxiliar y se colocó en el lado opuesto, a cierta distancia.
  Le bastaron unas pocas pulsaciones en el ordenador alojado en su muñeca para que la simulación se activase. Repentinamente, apareció la imagen de un hombre, completamente envuelto en llamas, al otro lado del enorme corredor. Era de un realismo abrumador, cuyos gritos hicieron estremecerse a Artemis.
  Los guardias reaccionaron al instante. Abandonaron su posición y corrieron en auxilio de aquel humano. Artemis aprovechó la fugaz distracción para dirigirse a toda prisa al elevador. Entro de un salto y pulsó el botón que iniciaría el ascenso. Mientras las compuertas se cerraban, observaba divertida como los guardias intentaban sin éxito extinguir el fuego. Sus brazos articulados atravesaban el cuerpo en llamas del hombre ilusorio mientras se miraban mutuamente, visiblemente desconcertados. El elevador iniciaba su ascenso; Artemis sonrió. La escalofriante imagen se desvaneció con la misma velocidad con la que había aparecido. Tras varios segundos de desconcierto, mirando a su alrededor intentando comprender el extraño suceso, los Meka volvían a su ubicación. Su desconcierto aumentó cuando vieron la puerta del enorme montacargas cerrada, indicando su puesta en marcha. Lentamente, volvieron a situarse a ambos lados, en su posición inicial. No había nada de que informar. Al menos nada que ellos pudieran comprender. Proseguirían de nuevo con su diligente vigilancia.
  Aprovechó el momento de intimidad para modificar su aspecto. Usando de nuevo el ordenador, su indumentaria mudó de apariencia transfigurando la tela de arriba abajo. Tanto el tejido como su color se vieron reemplazados por otros totalmente distintos. Ahora llevaba una blusa azul marino, y unos resistentes pantalones de un tono marfil. Sus zapatillas se habían convertido en unas cómodas botas altas de un marrón apagado. Tras ello, recogió cuidadosamente su pelo en un moño que sujetó con la varilla de cristal. Su nuevo aspecto le permitiría confundirse más fácilmente entre la población de la ciudad.
  Concluido el ascenso, se abrió ante ella una imponente imagen que le cortó la respiración. Titánicas estructuras se abrían paso en un interminable ascenso hacia el cielo. Los edificios modificaban sus estructuras, como diseñados a partir de infinitas piezas microscópicas. Su continua reconfiguración le daba el extraño aspecto de metal líquido en constante movimiento. La luz solar se veía reflejada en ángulos imposibles por sus cambiantes superficies. A su vez, cada uno de ellos era bordeado por centenares de vehículos, surcando el firmamento a diversos niveles de altitud. Se movían orquestados siguiendo infinidad de patrones imposibles de predecir. Cada cierto tiempo descendía alguno, en los puntos destinados a tal efecto, para permitir apearse a su tripulante.
  En la superficie, el ir y venir de los habitantes de D3LTA invadía sus calles en un incesante vaivén. A pesar de su apariencia de humanos corrientes, resultaban un tanto extrañas la perfección de sus facciones, la precisión de sus movimientos, así como la sempiterna juventud que parecían ostentar. Todos distintos y a su vez cortados por el mismo patrón. Pese a todo, era imposible determinar a simple vista su nivel de hibridación.
 Algunos, elegantemente trajeados, caminaban presurosos, posiblemente a una inminente reunión ejecutiva. Había parejas paseando, riendo y charlando. Alguno que otro caminaba tranquilamente junto a algún exótico animal, indudablemente mecánico. Tampoco resultaba extraño ver androides por las calles. Varios Meka de seguridad, deslizándose en su deambular, en constante vigilancia. Otros apresurándose a realizar los encargos de su dueño. Pequeños droides de limpieza recorriendo presurosos la calle, recogiendo toda la suciedad que encontraran a su paso. Desperdicios que luego serían depositados en diversos contenedores, estratégicamente posicionados para no entorpecer la labor comercial de las tiendas circundantes.
  Los escaparates poblaban las fachadas, en un sinfín de colores llamativos. Algunos mostraban representaciones tridimensionales de los objetos que vendían. Había quienes se paraban a mirar sus ofertas, para poco después reanudar su camino. Diversos letreros holográficos diseminados por la calle daban multitud de indicaciones, como direcciones posibles a tomar o información climática.
  Artemis sabía que allí había mucho más de lo que podía verse a simple vista. La forma en la que los híbridos veían la ciudad era muy distinta. Mientras ella simplemente los veía pasear, podían estar manteniendo conversaciones, comprando o incluso trabajando. Conocía la existencia de caminos ocultos. Indicaciones, representaciones y estructuras insustanciales que solo ellos podían ver. Existía todo un mundo digital, vetado para ella. Un espacio colosalmente grande que no tenía cabida en un contexto material. Un extraño lugar que solo podían percibir los habitantes de D3LTA.

  Sincronizó el ordenador que llevaba en la muñeca con la base de datos de la ciudad para fijar los horarios de los transportes, así como la ruta óptima a seguir para poder llegar al Acceso Sur, una de las cuatro entradas de uso civil.
  La ciudad disponía de otras muchas entradas, pero estaban destinadas principalmente al transporte de mercancías, controladas y mantenidas por máquinas. Además, existían otras rutas de uso militar, así como la estación de lanzamiento espacial. No obstante, cualquiera que deseara entrar o salir de la ciudad, debía hacerlo por uno de los cuatro Accesos: Norte, Sur, Este u Oeste. Y al sur era adonde se dirigía Solo esperaba no encontrar demasiados obstáculos para alcanzar su destino. Aunque eran frecuentes los incidentes que desembocaban en un asesinato perpetrado por algún hibrido que se había justificado acusando a alguien, la mayor parte de las veces sin fundamento, del uso de magia.
  Caminó a lo largo de dos manzanas, en dirección este, amparada por la sombra de los edificios. Una vez rebasados, se abrió ante ella una amplia avenida. Giró a la izquierda. Varias manzanas más y estaría en la estación del TAP, o Transporte de Pasajeros Automatizado. El siguiente obstáculo a sortear sería acceder a ella sin incidentes.
  Mientras caminaba, volteaba distraídamente su cabeza a ambos lados con cierta curiosidad. Tras tres años viviendo allí, seguía sintiéndose como un extranjero en un país desconocido. Reparó en una pequeña cafetería que sobresalía del edificio por uno de sus laterales. El camarero robótico se afanaba a realizar los pedidos y servía eficientemente a sus clientes, quien esperaban cómodamente sentados en algo que ella supuso serían sillas. La mesa ante ellos se encontraba suspendida en el aire, desafiando las leyes de la gravedad. Para Artemis, ver objetos levitando no era algo nuevo, pero le intrigaba saber como era posible que no interviniera la magia en ello.
  Caminó varias decenas de metros más, cuando se vio obligada a reprimir una exclamación de asombro, al ver lo que supuso sería una escultura, que se erigía en el mismo centro de la ancha calle. Era un gran óvalo en relieve, situado en el suelo, de el cual emergían diversas figuras en movimiento. Representaban escenas de sucesos históricos que, tras unos instantes, se desmoronaban emulando una cascada.
  Unos metros más lejos, sintió una punzada de indignación al cruzarse con una pareja que paseaba junto a un carricoche que también se desplazaba por el aire de forma misteriosa. La miraban fijamente, con desdén. Habían desviado su trayectoria describiendo una amplia elipse para evitar pasar junto a ella.
  Desvió su atención y se centró en la estación de transportes que ya podía distinguir a lo lejos. Era una edificación ancha, semejante a tres grandes cilindros superpuestos de forma adyacente. Su altitud era menor que los edificios que la rodeaban, pero la imponente entrada que se abría en su parte frontal le confería un aspecto de humilde magnificencia.  Varias representaciones holográficas situadas en su fachada informaban acerca de los horarios y destinaciones que ofrecían sus instalaciones. Se movían en una incesante danza espectral de luces y formas. Al acercarse más, comprobó que el acceso al edificio estaba custodiado por fuertes medidas de seguridad. Eran Meka de la SM, la Seguridad Mecanizada de la ciudad. Modelos mucho más avanzados que los que acostumbrada a ver en los suburbios. Disponían de un amplio arsenal, así como una rápida y muy potente IA. Entre los humanos del subsuelo, tenían fama de ser implacables.
  De pronto su inquietud aumentó, y se vio repentinamente empujada por una extraña sensación de impaciencia. Inmersa en sus cavilaciones y con la mirada fija en el horizonte, aceleró inconscientemente el paso mientras sentía incrementarse la presión en sus sienes.
  Ya ante la imponente estructura, se detuvo un instante a reflexionar. No pudo evitar fijarse en la singular belleza de su confección. Vio acercarse a un concurrido grupo de gente. Varias familias que charlaban animadamente mientras se dirigían a la estación. Comenzó a caminar tras ellos, en un intento de camuflarse situándose detrás.
  Mientras remontaba la rampa de acceso al edificio, un escalofrío recorrió su espalda al vislumbrar por el rabillo del ojo cómo uno de los guardias mecánicos se giraba, mirando en su dirección. Se concentró en disimular su intranquilidad y fingir indiferencia. Casualmente, vio como se le caía un objeto brillante a una chiquilla que caminaba junto al grupo que tenía delante, el cual se detuvo suavemente justo antes de tocar el suelo. Era una esfera cuya superficie se confundía de forma extraña con el entorno. Surcada por varios rayos de diversos colores. Instintivamente se agachó para recogerla, al tiempo que la pequeña se giraba en su dirección. Cogió el objeto cuidadosamente mientras la niña se le acercaba. Artemis, con una rodilla apoyada en el suelo, levantó la vista al tiempo que extendía su mano para devolverle el curioso objeto. Cuando sus miradas se encontraron, pudo ver un fugaz brillo emergiendo de los ojos de la pequeña. La niña tomó la esfera con sus pequeñas manos, al tiempo que sonreía y guiñaba un ojo. Luego dio media vuelta y se fue corriendo a reunirse de nuevo con el grupo.
  Artemis quedo momentáneamente paralizada por la extraña reacción. Se recompuso rápidamente al recordar la inquisitiva mirada del guardia. Miró discretamente en su dirección y comprobó con alivio que su vista volvía a estar fija al frente. Tras erguirse con toda la tranquilidad que pudo reunir, salvó la poca distancia que le faltaba para adentrarse en el edificio. Lo más difícil estaba por llegar.
  Una vez dentro, se encontraba en una concurrida estancia sin ventanas, cuya cúpula interior emitía un resplandor blanquecino que iluminaba la gran sala con una agradable luz. Olía de un modo curiosamente familiar, una mezcla entre esencias marinas y lavanda. El suelo, hecho de un extraño material parcialmente translúcido, se iluminaba tenuemente al pisarlo, dejando brevemente marcado el rastro de las pisadas de los transeúntes al pasar. A su izquierda había un terminal de información, representado por un busto que flotaba estático. Atendía a quienes se acercaban con una impertérrita sonrisa. Era un vestigio del pasado, destinado a quienes todavía acostumbraban a interactuar con simulaciones humanas para obtener indicaciones. En el lado opuesto había una pequeña tienda de souvenirs, que Artemis supuso debía ser, una tienda esotérica de extraños artículos macabros.
  En la pared opuesta, había una representación tridimensional del Sector Norte, de un realismo notable. Flotando a corta distancia, pequeñas sucesiones de puntos de luz se desplazaban mostrando las principales rutas del servicio de transportes. A su lado, varias indicaciones en relieve, mostraban los horarios de próximas salidas desde aquella estación.
  Caminó unos metros, hasta llegar a la línea de seguridad, que dividía la enorme sala en dos mitades. Pasaría a través de varios arcos consecutivos, que analizarían hasta la última fibra de su cuerpo, en busca de armas o cualquier objeto sospechoso.  Ella solo tenía que atravesarlos. Su ordenador haría el resto.
  Hacía un tiempo que había conseguido un pasaporte digital, de una mujer fallecida hacía tiempo. Con él, se haría pasar por una híbrida llamada Valeria Proudmore, y saltarse así múltiples controles de seguridad, de acceso restringido para los humanos.
  Caminó con decisión bajo los arcos, sorteándolos uno a uno. Al llegar al cuarto se sobresaltó al escuchar varios pitidos, seguidos de una voz que provenía de ambos lados de la estructura de detección.
  -Por favor, avance hasta la salida y diríjase a la derecha para una inspección rutinaria -dijo la voz.
Con el corazón en un puño, atravesó los arcos restantes y se encaminó a su derecha, como le habían indicado. Se encontró ante un apuesto joven, vestido de uniforme, que la miraba de forma inexpresiva.
  Con un excepcional dominio de sus emociones, le devolvió la mirada y preguntó con frialdad:
  -¿Qué ocurre? ¿Hay algún problema?
  -Hemos detectado que transporta materiales de extraña procedencia. ¿Podría indicarme el motivo de su viaje?
  -Por supuesto. Me envía el señor Tharkof –mintió –. Me ha pedido que lleve a analizar estos materiales, obtenidos en una extracción minera, para verificar el riesgo de exposición al manto. Me dirijo al distrito 18.
  -¿Tiene usted algún tipo de acreditación para el transporte de materiales exóticos? -preguntó el vigilante impasible.
  -Lo lamento, pero la situación es muy urgente y no ha habido tiempo de formalidades. Como sabe, si se perfora excesivamente cerca del manto, hay un alto riesgo de provocar una inundación parcial de los suburbios. Es un coste que la ciudad no puede permitirse por un error burocrático. -Echó un rápido vistazo a la identificación -. Y usted no quiere ser el responsable de que eso ocurra, ¿verdad señor Vargas?
  -No, no, por supuesto. –Contestó el guardia cuyo rostro ahora mostraba una clara preocupación.
  -Bien. Ahora, si no es molestia, tengo órdenes de presentarme lo antes posible en el laboratorio, ¿me dejará pasar?
  -Por supuesto. Discúlpeme, no hay razón para entretenerla más. Por favor, sígame. Le facilitaré el acceso.
  -Se lo agradezco.
  Le siguió por unos pasillos que bordeaban la línea de seguridad, ahorrándose los siguientes controles, así como el coste del transporte. El desarrollo de los acontecimientos la favorecía por el momento.
  -Siga recto por este andén, el deslizador de la derecha la llevará a su destino. Está a punto de partir. –Dijo el guardia señalando uno de los convoyes. –Que tenga usted un buen viaje.
  -De nuevo, le doy las gracias por su ayuda y discreción. -Contestó Artemis, sonriendo cortésmente.  -Que tenga usted un buen día.
Caminó a lo largo del andén, echando ojeadas a los vagones, que conectados en larga sucesión, se hallaban a su derecha. Al llegar a la parte delantera, entró y se sentó cómodamente en un asiento, junto a una ventana, dejando su mochila en el asiento contiguo.
  Allí sentada, contemplando como el tren se iba llenando de pasajeros consecutivamente, Artemis se permitió el lujo de relajarse. Adelantando el momento de deleitarse con el fabuloso espectáculo que le ofrecería la ciudad, desde el aire. Supuso que sería lo más cerca que estaría de poder verla desde lo alto de algún edificio. Detestaba la vida en los suburbios, y del mismo modo, también aquella sociedad que despreciaba y excluía a los humanos, forzándolos a vivir en ellos. Pero eso no le impediría poder disfrutar de la belleza de sus construcciones en la superficie.
  El deslizador inició su marcha, dejando atrás la estación, y se elevó a decenas de metros de altura, con una suave ascensión vertical. Artemis, que miraba maravillada por la ventana, comprobó con asombro como las personas se reducían hasta parecer una sucesión de puntos moviéndose en formación. Mientras observaba absorta, pensó que lo que a pie de calle parecía un movimiento caótico, desde aquella perspectiva cobraba cierto sentido. La gente se movía siguiendo una serie de patrones, semejantes a corrientes, que desembocaban en último término, en una u otra ubicación.
  El convoy inició su movimiento horizontal, siguiendo la ruta que tenía establecida. Ruta que podía visualizarse en una representación holográfica que había en el interior del vagón. Representación a la que Artemis echaba fugaces ojeadas para conocer su posición.
  El deslizador se movía a escasa distancia de los edificios, usando la topología de las diversas estructuras a modo de caminos. A su lado viajaban infinidad de vehículos, en direcciones muy dispares. Artemis tenía algunas nociones sobre el funcionamiento de su tecnología, supuso que llegado el momento podría serle de utilidad. Por lo que sabía, los transportes viajaban tan cerca de las edificaciones para aprovechar en la medida de lo posible la energía cinética que producía su movimiento. De este modo, se reutilizaba toda la energía posible. Al parecer muchas estructuras en la ciudad usaban un sistema similar para reaprovechar mejor los recursos. Era un sistema ciertamente ingenioso.
  Tras veinticinco minutos de trayecto, llegó a su destinación,  la Sede de Teleportación en el distrito 25. Allí era donde se encontraba el emisor de materia. Era la forma más rápida de recorrer grandes distancias en poco tiempo. El sistema abría una brecha en el espacio-tiempo y permitía conectar dos puntos separados por miles de kilómetros.
  Se apeó en una plataforma, ubicada a treinta metros de altura, que sobresalía por un lateral del edificio. A sus lados, había múltiples estructuras tubulares que descendían hasta el suelo. En cada una de ellas había una pequeña abertura de un metro de anchura. Artemis se acercó cuidadosamente a una de ellas. Cuando estuvo cerca, pudo ver que el interior del receptáculo carecía de ninguna plataforma donde subirse. Observó discretamente a otro pasajero que se había bajado en la misma estación. Vio como éste entraba y se dejaba caer. Emuló sus movimientos, esperando que no llevara implantado ningún dispositivo necesario para que aquel sistema funcionara correctamente. No quería acabar aplastada en el suelo. Para su sorpresa, tras entrar comprobó que descendía lentamente, como si en aquel pequeño lugar la gravedad se viera de algún modo alterada. Dentro, la iluminación se redujo a un sinfín de pequeños leds anaranjados que ascendían paulatinamente ante sus ojos.
  Cuando hubo bajado, bordeó el edificio a fin de localizar la entrada principal. Era una gran edificación circular, de unos cincuenta metros de altura. La superficie mostraba un sinfín de piezas en constante transformación. Flotaban bordeándola, formando una enorme espiral ascendente en continuo movimiento alrededor del edificio. La parte superior estaba copada por diversas estructuras cilíndricas, a modo de chimeneas. Que expulsaban regularmente potentes chorros de energía que se elevaban a gran altura, perdiéndose en la inmensidad del cielo.
  La entrada estaba custodiada por varios Meka. Caminó con decisión sin reparar en su presencia.
  Cuando estaba cruzándola, uno de ellos se situó frente a ella, impidiendo su avance. Se detuvo inmediatamente, paralizada por el temor y la duda.
  -Identifíquese, por favor. –Dijo el androide toscamente.
  -Soy Valeria Proudmore. –Contesto Artemis con voz temblorosa.
  -Espere mientras compruebo su identidad.
  Pasaron varios segundos durante los cuales el Meka permanecía inmóvil ante ella. La inquietud hizo presa de la joven, cuyo temor aumentaba por momentos. Sus planes podían finalizar repentinamente de descubrirse su falsa identidad. Si dejaba que indagaran acerca de ella, no tardarían en darse cuenta de que la verdadera Valeria llevaba años muerta. En el mejor de los casos, la apresarían y la encerrarían. Debía hacer algo, y rápido.
  Canalizó la magia en su mente, sintiendo la agitación en su interior. Sus ojos comenzaron a emitir un tenue resplandor anaranjado, a medida que notaba acrecentar su poder. Liberó la energía de su confinamiento mental, haciendo que invadiera todo su cuerpo. Inmediatamente después, con un rápido y grácil movimiento, levanto su mano derecha, con los dedos extendidos, y pronunció las palabras en el lenguaje de la magia que completarían la ejecución del hechizo:
  -Electrica fulgur.
  De su mano, emergió una destellante descarga eléctrica, que impactó en el cuerpo del androide, extendiendo chispas por toda su estructura mecánica. Éste, tras unas breves sacudidas convulsas, se encogió como presa del desánimo, mientras comenzaba a emerger un humo denso y oscuro de diversas partes de su cuerpo. Artemis salió disparada hacia el interior del edificio, sorteando ágilmente el androide inerte que tenía ante si.
  Accedió al interior precipitadamente. Se hallaba en una sala circular, de enormes proporciones. A ambos lados, había sendas estructuras de forma esférica, de las cuales sobresalía un conducto de dos metros de diámetro. De ellas salían personas alternativamente. Según concluyó Artemis, debían ser los portales de entrada. En la parte frontal de la estancia, varias estructuras cilíndricas se elevaban hasta la parte superior de la sala. En cada una de ellas había una compuerta automatizada que permitía el acceso a su interior, y frente a éstas, un grupo de híbridos formando cola esperando su turno.
  Se abrió paso precipitadamente, a empujones, hasta una de las cápsulas. Ignorando las exclamaciones de sorpresa e indignación que iban surgiendo a su paso, entró en el receptáculo. El ordenador de su muñeca emitió un breve pitido. Un rápido vistazo le indicó el importe del servicio: doscientos cincuenta créditos. Pulsó un botón en el terminal. Éste emitió un zumbido de confirmación cuando la transferencia se hubo completado. La compuerta comenzó a cerrarse con exasperante lentitud. Poco antes de cerrarse completamente, pudo ver un Meka de la SM, deslizándose a toda velocidad en su dirección. Mientras avanzaba, el metal de sus extremidades superiores comenzó a retorcerse de forma extraña, reconfigurando su estructura externa. Un instante después, podía distinguirse claramente el potente armamento que llevaba integrado.
  -¡Alto! ¡Deténgase! – Ordenó con su voz metálica.

  Artemis alcanzó a distinguir varias ráfagas de plasma dirigiéndose rápidamente hacia ella. Instantes después, oscuridad.